José Woldenberg
Reforma
26/10/2017
En memoria de Miguel Berra.
La vida es y resulta extraña porque de manera recurrente produce contrastes que llaman poderosamente la atención.
1. El miércoles 18 murió Alfonso Fernández Cruces. Fue director ejecutivo de administración del IFE entre 2001 y 2004. Llegó al Instituto luego de una larga carrera en el sector público y exhibiendo las mejores credenciales. Un hombre discreto, eficiente, honrado y orgulloso de sus encomiendas, de sus tareas. Y los adjetivos no han sido puestos al azar. Discreto, porque como buen funcionario del Estado por más de cuarenta años, sabía que lo importante era que las tareas se cumplieran y no que el «titular» recibiera las luces vanas de los reflectores; eficiente, porque proporcionó a todas las áreas de la institución los recursos materiales, financieros y humanos para llevar a cabo sus labores con diligencia y pulcritud; honrado por convicción, administró los recursos de la Institución de manera eficaz y fue sujeto de todos los escrutinios posibles, no tenía «cola que le pisaran», su horizonte fue el de las causas que le tocó administrar, que nunca fueron pensadas como un botín personal; y satisfecho con su labor porque pensaba que realizarla bien en algo contribuía a una mejor convivencia social. Era -repito- un funcionario del Estado mexicano, en el sentido más noble de la expresión, no un representante de facción, no un integrante de una pandilla, sino un alto ejecutivo cuya misión era servir a México. Sé que esta última expresión en épocas de cinismo desbordado y de cretinismo que se cree sagaz puede generar una leve sonrisa, pero Alfonso vivió una vida productiva y encomiable porque sabía que desde las instituciones se podía generar mucho bien. Era un hombre que ofrecía soluciones a los problemas, que invariablemente tenía una respuesta frente a las disyuntivas, un bombero que sabía apagar fuegos pequeños, grandes y fatuos.
2. El viernes 20 la Procuraduría General de la República destituyó al fiscal especial en materia de delitos electorales. Lo hizo de manera irresponsable y generando un ambiente enrarecido cuando lo que necesitamos es construir las condiciones para que los comicios del próximo año transcurran de la mejor manera posible. En medio de una contienda que será tensa y altamente competida, en un ambiente cargado de abusos y apuestas cortoplacistas, cuando se requiere que las instituciones del Estado ofrezcan garantías de certeza, imparcialidad y equidad, se toma una medida que trastoca todo ello y desata una espiral de dimes y diretes que enturbian aún más un escenario ya de por sí recargado de augurios preocupantes. Parece la decisión de un pirómano, de alguien que quiere echar más leña a una hoguera de por sí recargada. Como se sabe, el proceso electoral ya inició. Y el gobierno federal y los gobiernos locales deberían tener en los primeros lugares de su agenda el compromiso de coadyuvar (en serio) a que los procesos comiciales en curso marchen en las mejores condiciones posibles. Su misión debería ser mirar por el conjunto y no por su banda. Ser, por lo menos, apagafuegos, y no convertirse en incendiarios. Si no van a resolver problemas entonces, siquiera, no crear nuevos. Por lo pronto la «bombita» está en el Senado.
Creo que al fiscal le faltó cuidado, tratándose de un asunto tan delicado como lo es la justicia penal, en la cual el procedimiento debe ser impecable: concedió una entrevista y exhibió en la prensa documentos que forman parte de una investigación en curso y que por ello mismo no deben salir a la luz pública. No solo porque la ley así lo establece y con razón, sino por un mínimo de sentido común que obliga a no ventilar los asuntos cuando se es el fiscal de la causa. Porque si la investigación no se lleva a cabo con el necesario sigilo se alerta a los eventuales culpables y se erosiona la legitimidad de lo investigado y además se inflige un daño a los posibles responsables, que aunque sean culpables (al final solo un juez lo decidirá) tienen derecho a un debido proceso y a no ser linchados en juicios mediáticos. Recordemos, aunque parezca una antigualla, que justicia y espectáculo son antónimos.
Total: México necesita bomberos como Alfonso Fernández Cruces, funcionarios capaces de atender y solucionar los problemas. Pirómanos, por desgracia, tenemos para dar y prestar.