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El debate público

Plata o plomo

Raúl Trejo Delarbre

La Crónica

04/01/2016

Unas horas antes de ser asesinada, Gisela Mota había rendido protesta como presidenta municipal de Temixco. En sesión de cabildo abierto, sobre un estrado repleto de flores, la joven dirigente política que en marzo hubiera cumplido 34 años había dicho que actuaría con memoria y precaución: “sabemos lo que le duele al municipio y sabemos escuchar a los grandes, a nuestros padres, nuestros abuelos, que por haber andado el camino y haber sufrido caídas nos dicen por dónde ir y por dónde debemos tener cuidado”.
Vestida de rojo intenso y con un rebozo amarillo como el emblema de su partido, Gisela Raquel Mota Ocampo era la primera mujer que encabezaba ese municipio de 116 mil habitantes, conurbado con Cuernavaca y que se ha convertido en una de las zonas más violentas del a su vez violentísimo estado de Morelos. Entrevistada por el fotoperiodista Bruno Cortés Ramírez, la presidenta municipal recordó que en Temixco se encuentra el único aeropuerto de la entidad y que, a pesar de la actividad económica que allí se registra, estaba recibiendo la administración con una deuda de 200 millones de pesos.
Gisela Mota fue miembro del PRD, en donde formó parte del Consejo Nacional y del Comité Ejecutivo Nacional. Nació en Veracruz, pero hizo su carrera política en Morelos. Fue diputada federal en la Legislatura que terminó el año pasado y apenas en junio ganó la presidencia municipal con 30.4% de los votos. El PRI, que perdió esa posición, alcanzó el 22.3% de esa votación. Es posible que Gisela Mota haya recibido votos de simpatizantes de otros partidos ubicados a la izquierda porque, dentro del PRD, formaba parte de la corriente Izquierda Democrática que encabeza el discutido
René Bejarano.
A sus 33 años, tenía por lo menos 15 de experiencia política desde que en 2001 fue asesora en el ayuntamiento de Temixco. No desconocía la presencia de las pandillas delincuenciales que se han parapetado en ese municipio. Sabía de lo que se trataba cuando descartó tener escolta policiaca. El sábado por la mañana varios individuos armados entraron a su casa, la encontraron en la sala y allí la asesinaron a quemarropa.
Algunas versiones periodísticas, como la que ayer domingo publicó Reforma, indican que en días anteriores Gisela Mota y su familia recibieron amenazas. Con esas intimidaciones se buscaba que Temixco dejase de participar en el mando único, que es la iniciativa del gobierno de Morelos para coordinar a las corporaciones policiacas en esa entidad. La alcaldesa había anunciado que su ayuntamiento seguiría colaborando con esa coordinación, aunque también se proponía desarrollar una policía vecinal.
El mando único ha dividido a la sociedad y a los gobernantes en Morelos. La necesidad de actuar conjuntamente contra los grupos criminales parece evidente. La coordinación establecida por el gobernador, Graco Ramírez, además ha propuesto mejorar la profesionalización de los policías y los mecanismos para supervisar su desempeño.
Sin embargo, el mando único tiene deficiencias. En varias ocasiones policías sujetos a esa coordinación han sido acusados de ser ellos quienes cometen delitos. Por otra parte, el compromiso de los ayuntamientos para formar parte del mando único implica que el gobierno de estado les retiene parte de sus ingresos.
Hay quienes consideran que ese esquema vulnera la autonomía municipal. Uno de ellos es el nuevo alcalde de Cuernavaca, Cuauhtémoc Blanco. Desde el primer día de enero la capital del estado dejó de formar parte del mando único, de tal suerte que la policía morelense ya no está a cargo de la seguridad en Cuernavaca. El gobierno federal tuvo que instalar una operación de emergencia para no dejar desprotegida a esa ciudad.
La disputa en torno al mando único ha sido el eje del enfrentamiento entre Cuauhtémoc Blanco y Graco Ramírez. La presencia de grupos delincuenciales que no reconocen linderos municipales ni estatales y un elemental sentido común tendrían que llevar a reconocer que el mando único es necesario. Pero las denuncias sobre su funcionamiento propician otras opiniones.
Apenas el sábado, Crónica informó que al menos 17 de los 33 presidentes municipales de Morelos que tomaron posesión el primer día del año están en contra del mando único. En vez de la coordinación supeditada al gobierno estatal, prefieren contar con sus propios policías. “Explicaron que las denuncias contra los elementos del Mando Único aumentaron en un 23.1 por ciento y señalaron que la mayoría fueron por abusos hacia los habitantes, como la siembra de droga en adolescentes para quitarles el recurso de beca-salario que reciben mensualmente, que oscila entre los 300, 550 y 800 pesos”, dice la nota del corresponsal René Vega Giles.
Ayer mismo, en su editorial, el diario La Jornada de Morelos que dirige el respetado periodista
León García Soler, además de condenar el asesinato de la alcaldesa de Temixco, considera que “el Mando Único no es una estrategia, sino más bien un negocio de parte de las autoridades del gobierno del estado”.
El mando único no fue capaz de evitar que Gisela Mota Ocampo fuese asesinada dentro de su casa. Pero después del atentado fueron detenidos los presuntos autores de ese crimen. Ayer domingo se esperaban más datos sobre responsables y móvil del asesinato. Si, como se ha publicado, la muerte de la alcaldesa se debió a su respaldo al mando único, sería necesario reconocer que a pesar de sus defectos (que de ninguna manera deben soslayarse) esa coordinación policiaca tiene tal eficacia que es abominada por grupos delincuenciales como el que ordenó ese asesinato.
En Morelos, igual que en otras zonas del país, la impunidad que han alcanzado los delincuentes, la incapacidad del Estado para garantizar la seguridad y la corrupción que no ha sido desterrada de las corporaciones policiacas, conforman un escenario de miedo y desazón. Los gobernantes y dirigentes políticos no consiguen ofrecer, y mucho menos poner en práctica, acciones suficientes ni convincentes. Peor aún, no se ponen de acuerdo sobre los esquemas apropiados para enfrentar a los grupos criminales. Los ciudadanos comparten esa confusión y mantienen apreciaciones distintas en torno a las medidas pertinentes para que haya seguridad pública. La única certeza es que los delincuentes desafían cotidianamente a Estado y sociedad.
El asesinato de Gisela Mota tiene que ser esclarecido y castigado de inmediato. Uno de los dirigentes de su partido, Guadalupe Acosta Naranjo, dijo el sábado en su cuenta de Twitter: “La delincuencia asesinó a nuestra compañera Gisela Mota, porque dignamente se negó a pactar con ellos; plata o plomo su regla”.
La joven alcaldesa tuvo el valor de negarse a tal disyuntiva. Es preciso que los gobernantes, pero junto con ellos la sociedad, compartan tales convicciones para que en vez de plata o plomo tengamos un eficaz combate a la impunidad. Los sacrificios de Gisela Mota y de muchos otros funcionarios municipales que han sido víctimas de la delincuencia merecen que gobernantes y ciudadanos nos pongamos de acuerdo en esa tarea insoslayable.