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El debate público

Políticos profesionales

Leonardo Valdés Zurita

El Universal

23/01/2015

Ahora que muchos representantes y gobernantes solicitan licencia para optar por algunas de las candidaturas que se pondrán a consideración de los ciudadanos el próximo 7 de junio y ante la irritación que eso produce, vale la pena reflexionar sobre el nivel de profesionalización de nuestra vida política. En colaboraciones anteriores he argumentado que nuestra llamada transición democrática, no fue más que el paso de un sistema de partido hegemónico-pragmático a otro plural y competitivo, pero también pragmático.
Esa categoría se usó para distinguirnos de los sistemas de partido hegemónico-ideológico, como el polaco, en el que un partido muy poderoso, rodeado de partidos muy débiles, gobernaba a partir de una definición ideológica clara: el marxismo-leninismo. Esa ideología era el eje articulador de las relaciones políticas al interior del partido, pero también de las del propio partido con el resto de la sociedad. Nuestro caso era diferente. La ideología de la Revolución Mexicana (donde cabía todo) sólo escondía el pragmatismo con el que tomaban decisiones los miembros del partido hegemónico, para desarrollar sus relaciones políticas y para normar las de su partido con el resto de la sociedad.
Por supuesto que en el pragmatismo se vale todo (o casi, todo). El faro que orienta los procesos de toma de decisión son los intereses personales de los involucrados y, muchas veces, los de más corto plazo. Por eso, lo importante era asegurar alguna posición aquí y ahora, sin reparar en lo que pudiera venir más adelante. Así, nuestros políticos se hicieron profesionales del pragmatismo. Más vale chamba (o candidatura) en mano, que ciento volando; se hizo la consigna.
El proceso de deconstrucción del sistema hegemónico (también lo he explicado antes) implicó la migración de personas, pero sobre todo de prácticas, del hegemónico hacia los otros partidos. De hecho, así se implantó el pragmatismo en partidos antiguamente ideológicos. Por supuesto que se dieron cuenta que sólo tomando decisiones más audaces tendrían posibilidades de éxito en condiciones cada vez más competitivas. Lo cierto es que el pragmatismo invadió toda nuestra vida política.
¿Y, eso tiene solución? Por supuesto. La historia de la construcción democrática permite identificar un momento de transición muy importante. Cuando los gobiernos dejan de responder a las presiones coyunturales y se hacen responsables. La responsabilidad política ayuda a superar el pragmatismo, pues acota los márgenes para la toma de decisiones. Por supuesto que el político puede tomar en cuenta sus intereses y aspiraciones al tomar decisiones. Pero, cuando lo hace en un marco de responsabilidad, también debe reflexionar sobre muchas otras cuestiones: ¿cómo ha desempañado la responsabilidad que ha tenido a su cargo?, ¿qué respuesta obtendrá de su entorno social?, ¿puede esperar a nuevas coyunturas para optar por nuevos retos? Y sobre todo, tiene que actuar con profesionalismo, honrando el oficio de tomar decisiones por otros, pensando más en los intereses de los otros que en los propios.