María Marván Laborde
Excélsior
12/02/2015
Podemos en España se ha convertido en el movimiento social capaz de recoger el hartazgo de la sociedad respecto de una clase política anquilosada, carente de imaginación frente a la crisis económica, incapaz de ofrecer alternativas de mejora y, además, con escándalos de corrupción que les parecen intolerables.
Este movimiento social se ha transformado en la opción política que tiene el primer lugar en la intención del voto, alrededor de 27 por ciento. Un partido sin curules, extraparlamentario, se ha convertido, en un golpe de mano, en la primera alternativa electoral en España. Ha sido capaz de dar cauce a un profundo enojo social pero, sobre todo, le ha dado oxígeno al sistema político, obligando a los partidos a recomponerse.
Si Podemos fuera futbolista, diríamos que tiene la capacidad de jalar la marca. Seguidores y detractores están forzados a tomarlo en cuenta. Los dos partidos clásicos de la transición, el Partido Popular (derecha) y el Partido Socialista Obrero Español (izquierda) han tenido que redefinir sus estrategias, cambiar su discurso y buscar candidatos que puedan competir con Pablo Iglesias, líder del movimiento.
Ciertamente, no todo es miel sobre hojuelas, este partido encabeza la intención del voto, pero también genera el rechazo más fuerte. Simultáneamente es el partido al que 32% de los votantes jamás le daría su apoyo. Es decir, es un partido que polariza, y la polarización es mala noticia en política, al menos en política electoral.
Las consecuencias en un sistema parlamentario no son pocas, significa que si las elecciones fueran hoy, ganarían la mayoría fácilmente, pero tendrían grandes dificultades para formar una alianza de gobierno, ya no digamos para gobernar. Pasadas las elecciones, necesitarán correrse hacia el centro y parecerse más a las opciones que su propio electorado rechaza.
Reconocidas sus limitaciones, que no son cuestión menor, vale la pena resaltar la importancia y eficacia que en este momento tiene la apertura del sistema político electoral español. Podemos llena de esperanza a un grupo importante de votantes y llama al sendero de la institucionalidad a una buena porción de radicales. En pocas palabras, la crisis de partidos no se convierte en una amenaza a la democracia misma.
En contraste, lo que tenemos en México es un sistema político electoral cerrado, altamente protector de los partidos nacionales, que impide que movimientos nuevos vean la vía electoral como alternativa. A pesar de las múltiples reformas electorales que han tenido lugar de 1977 a la fecha, el sistema de partidos es más bien cerrado. Para participar en las elecciones federales un partido nuevo debe demostrar su presencia al menos en 200 de 300 distritos o en 20 de 32 entidades. Nuestro sistema electoral sólo abre sus puertas cada seis años. Son tantos los requisitos formales impuestos que los partidos nacen viejos, no inyectan frescura al sistema ni son capaces de dar esperanza a los ciudadanos. Resultan ineficaces como alternativa innovadora.
En estos momentos la cerrazón del sistema se voltea en contra de la estabilidad política del país, es un impedimento para generar posibles vías de despresurización del movimiento político de Guerrero. Todo está puesto para acelerar su radicalización y son pocas las alternativas que pudieran dar cauce al descontento. La inoportuna y desatinada respuesta tanto del gobierno estatal como del federal han propiciado la gestación de un fuerte movimiento social que ha sido muy bien aprovechado por grupos radicales preexistentes en el estado.
La fuerza del discurso antielectoral, sumada a la eficacia saboteadora que han tenido hasta ahora los extremistas, contrasta con los escasos recursos del Estado para abrir cauces institucionales al descontento. Recientes signos de apertura aparente son insuficientes en la coyuntura.
En agosto de 2014 se reconoció el ingreso formal de tres partidos políticos en nuestro sistema, las encuestas electorales retratan cierta simpatía por algunos de ellos, pero la sensación general es que son más de lo mismo, vividores del sistema, recicladores de viejos liderazgos, oportunistas en busca del dinero público.
La reciente Reforma Electoral legalizó la figura de las candidaturas independientes. Debería motivar nuestra reflexión el que los guerrerenses ni siquiera han volteado a verlas. Nada puede hacer más evidente que atrás de ellas había cerrazón disfrazada de apertura. Sólo los partidos se engañaron a sí mismos.
Las reformas electorales posteriores a 1997 han marcado un punto de inflexión en el sistema electoral. A través de las leyes, los partidos existentes crearon condiciones propicias para consolidar su hegemonía. Cerraron respiraderos y válvulas de escape. La falta de oxígeno está ahogando a los partidos incapaces de ofrecer alternativas. La carencia de sangre enfermó a la clase política con la hemofilia de la corrupción y el cinismo. Por eso en México no Podemos. ¿Algún día podremos?