María Marván Laborde
Excélsior
18/01/2018
Las palabras son el arma fundamental de la política. Es a través de la palabra que se construye el diálogo y se elaboran los discursos. Palabra por palabra, frase por frase, se modelan las ideas, se establece una determinada narrativa, se defienden los principios, se sostienen las ideologías. Sin la palabra no existiría espacio público. Es la palabra y el diálogo lo que construye el ágora.
Por ello, no es una simple anécdota que el presidente Trump haya llamado a un importante grupo de países, países de mierda. Shitholes, letrinas, excusados, retretes que contienen mierda sólo para deshacerse de ella.
Países que no merecen su respeto, su consideración o su empatía porque son países pobres, porque en ellos hay violencia e inseguridad, países cuya falta de desarrollo les hace despreciables y, por ello, él, como presidente de Estados Unidos, considera que puede no mirarlos, entenderlos. Afirma que es mejor excluirlos.
Desde su lema de campaña, América First, sentaba las bases de su liderazgo, por llamarlo de alguna manera. Se definió como presidente de los suyos, de sus iguales, de los que a sus ojos se parecían a él. Podríamos decir que, implícitamente, renunció a ser líder de la primera potencia. Ni siquiera pretende hablarle a todos los estadunidenses, no ha tenido empacho en dirigirse a los WASP (blancos, anglosajones protestantes). Son los únicos a los que él mira y con los que puede identificarse, es a ellos a quienes se dirige, es con ellos con quienes cuenta, es con ellos con quienes hace política y sólo pensando en ellos define sus acciones de gobierno.
Que hable de esos países, entre los cuales, por supuesto, está México incluido, no es lo más grave; la verdadera dimensión de la barbaridad expresada está en que desnuda, sin pudor alguno, que los habitantes de esos shitholes le parecen indignos. Niega al otro por ser diferente. Desprecia al otro por su raza, por su condición social, por su país de origen, porque habla un idioma que él no entiende. El otro es indigno, es despreciable.
El fundamento esencial del Estado moderno es el reconocimiento de toda persona como igual. La dignidad del hombre, escribió Umberto Cerroni, es la materia prima que permite construir la modernidad y justifica, en última instancia, los principios de los gobiernos democráticos.
Sólo a partir de aceptar la dignidad de todo ser humano puede defenderse la idea, otrora revolucionaria, de los derechos fundamentales. A partir de idéntica dignidad se tienen idénticos derechos y libertades. No hay libertad fundamental que se sostenga sin un discurso de igualdad. La defensa de la dignidad humana es indispensable para el Estado de derecho, la igualdad frente a la ley asume nuestra condición de humanos.
Ahí está la gravedad de dos palabras que pudieron haber pasado desapercibidas. ¿Por qué vamos a recibir migrantes que provienen de shithole countries? No soy proclive a defender el lenguaje políticamente correcto, pero un presidente, un primer mandatario, no puede permitirse expresarse de esta manera.
Un presidente aspira a ser líder, a convertirse en ejemplo para sus compatriotas, en marcar una tónica a las acciones de su gobierno. A través de su lenguaje define el ethos de su mandato, da órdenes a su gabinete, establece la dirección de las políticas públicas, justifica sus acciones. La palabra racista de un presidente consiente el racismo en la sociedad que gobierna.