María Marván Laborde
Excélsior
28/07/2016
En México, el PRD se encuentra en el peor momento de su historia. El daño infligido por la separación de López Obrador para formar su propio partido ha sido brutal, aunque los números del DF sean engañosos. Su modelo tribal ha dejado de funcionar, hay un grave déficit de gobernabilidad interna y muy pronto tendrán que decidir cómo enfrentar las próximas elecciones.
Después de 2012, cuando López Obrador anunció su salida, hubo festejos en algunas de las corrientes del PRD, ya que consideraban que éste les traía más perjuicios que beneficios. Los más optimistas llegaron a decir, en público y en privado, que ahora sí podrían convertirse en el partido de izquierda moderna que le urge a México, el modelo era el PSOE de la transición española.
En 2014 solicitaron al INE que les organizara su elección interna. El experimento resultó muy costoso en términos económicos, pero efectivo, ya que evitó las tradicionales denuncias internas de fraude. La presidencia de Navarrete se cortó abruptamente, en gran medida por el torpe manejo del conflicto de Ayotzinapa.
Frente a la crisis, invitaron a un externo. Agustín Basave, que acababa de ser elegido diputado federal en las elecciones de 2015 bajo estas siglas, pero sin ser miembro del partido, dejó su curul para ir a dirigir al PRD. Argumentaron la necesidad de tener un presidente que pudiera situarse por encima de las tribus. Fue imposible.
A pesar de haber entregado buenas cuentas electorales, Basave no cumplió un año al frente del partido. Las alianzas hechas con el PAN les rindieron frutos que muchos militantes vieron como poca cosa y otros como amasiatos inaceptables. Frente a Pablo Gómez, ganó Alejandra Barrales, cuya posición es aliancista.
El balance del propio partido acusa una crisis profunda en 13 de las 32 entidades. Las dirigencias estatales están cuestionadas por distintos motivos que incluyen: relación indebida con sus gobiernos locales, como en Chihuahua y Chiapas; presidentes que ostentan un doble cargo como diputados y presidentes del partido, cuestión que prohiben sus estatutos y, finalmente, dirigencias estatales intervenidas desde el CEN para manejar la emergencia.
Actualmente han perdido el registro en cuatro estados de la República: Nuevo León, Tamaulipas, Coahuila y Colima. En ninguno de éstos alcanzaron el 3% necesario para poder mantener el registro, lo que agrava su crisis económica. Divisiones internas en Zacatecas y Oaxaca facilitaron los triunfos del PRI.
En este escenario, el PRD tiene tres posibles cursos de acción de cara a la elección del Estado de México en 2017 y la elección presidencial de 2018. Sus posibilidades son aliarse en ambas con el PAN o aliarse con Morena, o bien, ir solo.
La relación que tejieron Basave y Anaya para 2016 queda en el olvido gracias al cambio de la presidencia. Por supuesto, Barrales puede intentar retomar la relación y construir sendas alianzas; sin embargo, la posición de fuerza del PAN después de los resultados electorales de este año, obligaría a que llevaran mano en la propuesta, es decir, que el candidato a la Presidencia tendría que ser panista.
López Obrador, que había rehusado a siquiera hablar de una posible alianza con el PRD, hace pocos días ya les hizo un guiño, condicionado, como cualquier gesto suyo, a que el PRD acate sus condiciones. Podrán hablar de alianzas si, y sólo si, rompen relaciones con el PAN, es decir, pueden sentarse a la mesa bajo dos condiciones, ir juntos a la elección del Estado de México y apoyar a López Obrador en 2018. También en este escenario se sentarían a la mesa con una enorme debilidad.
Su tercera opción sería ir solos a ambas elecciones, ésta sería una alianza de facto con el PRI porque la principal ganancia sería para el tricolor. El gobierno federal operará todo lo posible por impedirlas, sabe que sólo tiene que ofrecer pequeñas prebendas a alguna de las corrientes para que las alianzas no se concreten. No sería la primera vez.