Rolando Cordera Campos
El Financiero
25/10/2018
¿Podrá el mundo avanzado, que apenas se recupera, lidiar con la recesión que parece estar debajo de la impetuosa expansión económica estadounidense? ¿Serán capaces los responsables de la política económica de poner en situación adecuada sus reservas fiscales, sus bancos centrales y sus falanges políticas, para encarar un declive económico y un aumento en el desempleo y, a la vez, asegurar la estabilidad mínima necesaria en los flancos político y social?
Se trata de cuestiones mayores que hoy se ventilan en las capitales del poder y el dinero y que la centenaria revista The Economist nos las ofreció encapsuladas en su editorial principal del pasado 13 de octubre.
“Cuando el descenso venga, advierte el semanario liberal, la política tóxica y los bancos centrales constreñidos por su propio balance añadirán a los riesgos”, y propone la adopción de acciones preventivas en un contexto de acentuada volatilidad en los mercados de valores, despliegue de populismos vociferantes de derecha y las agresivas fintas de Trump contra el orden comercial que al mundo le queda.
Ahora, con la cuestión migratoria en explosión en el sur de la frontera mexicana, el presidente Trump embiste contra acuerdos apenas conseguidos en el frente comercial regional y convoca a la defensa de su ciudadela para enfrentar “la amenaza” de los pobres hondureños convertidos en su delirio en criminales y musulmanes embozados.
La caída que muchos esperan puede arrastrarnos sin aviso ni clemencia. Así nos ocurrió a inicios del presente siglo cuando aquella recesión en Estados Unidos nos mandó al piso y gracias a las decisiones hacendarias de entonces ahí nos quedamos, a pesar de que la economía vecina se había recuperado. En 2008 sufrimos un descontón, pero pudimos amarrarnos a otra inesperada recuperación en Estados Unidos y empezar de nuevo a crecer, aunque a tasas menores que las de antes de la Gran Recesión.
Luego, a partir de 2011 el crecimiento ha sido un poco mayor pero el desempeño general sigue casi a ras del suelo y, desde luego, por debajo de los ritmos socialmente necesarios. Lo que ahora se pone sobre la mesa es la necesidad de hacer lo posible para que, de llegar, la recesión no nos pegue o no con la intensidad implacable del 2009.
Se necesitan asegurar de inmediato dosis seguras y, de ser posible, mayores de inversión privada, hasta que el nuevo gobierno asimila la penuria fiscal que recibe, ajusta lo ajustable y se dispone a resucitar una inversión pública reducida a su mínima expresión histórica. Tendremos que redescubrir la necesidad del Estado y sus intervenciones contra el ciclo; así como la importancia de contar con un aparato estatal puesto y dispuesto a rehabilitar una economía mixta arrinconada, despojada de sus capacidades para formular, aplicar y evaluar proyectos de mediano y largo alcance.
Tan sólo por esto, frente a una posibilidad recesiva, habría que convenir en que no es conveniente abrir el frente interno, pelearse con la empresa y despreciar a los servidores públicos. Es con ellos con quienes hay que navegar las turbulentas corrientes que acompañan los cambios del mundo y buscar cauces para lo que ya llegó, como la enorme crisis social de la que es portadora la gran migración del Sur, hoy de Honduras, mañana de los nada distantes vecinos del Triángulo del Norte…que también está en el sur.