María Marván Laborde
Excélsior
09/08/2018
Esta ceremonia es, en sí misma, uno de los grandes avances en la construcción de nuestra democracia. Sólo cuatro veces la autoridad judicial ha entregado esta constancia.
Primero, logramos arrancar la autocalificación de las elecciones legislativas a los legisladores entrantes, ¡menudo conflicto de interés en el que estaban! Después salió del Congreso la calificación de la elección presidencial. La calificación de la elección presidencial en manos del Poder Judicial demuestra que nuestra Constitución consagra la división de poderes.
Con un discurso democrático, republicano y sobrio, la magistrada presidenta, Janine Otálora, entregó el documento. Resaltó, desde luego, la importancia de quienes acudimos a las urnas a expresar nuestra voluntad.
El mismo día elegimos al titular del Ejecutivo y a los representantes del Congreso, parte esencial, junto con el Poder Judicial, del sistema de “pesos y contrapesos necesarios en un Estado democrático de derecho … fin último de todo andamiaje institucional”.
También, en palabras de la magistrada presidenta, “esta sesión solemne tiene un valor especial, simbólico, que encarna los principios fundamentales en los que construimos nuestra democracia. Además de su efecto práctico de reconocimiento del presidente electo, refleja los equilibrios y contrapesos que determinan la relación entre poderes en un Estado democrático”.
López Obrador reconoció a luchadores sociales sin los cuáles no habría sido posible esta transformación. En clara alusión religiosa, dijo que sus muertos estarán muy contentos en la gloria. Decretó que el infierno no existe, “menos para gente que lucha por la justicia”.
Reconoce que su elección es producto de “la evidente vocación democrática del pueblo de México”. Agradeció también, nobleza obliga, la madurez política de quienes salieron derrotados y aceptaron el triunfo de su rival.
“Considero que la gente votó por un gobierno honrado y justo”. Los mexicanos hartos de la prepotencia, el influyentismo, de la deshonestidad, de la ineficiencia, desean “con toda el alma poner fin a la corrupción y a la impunidad”. Repitió, una vez más la frase “al margen de la ley nada y por encima de la ley nadie”.
Es cierto que el hilo conductor de este proceso electoral fue el repudio firme de la sociedad a la corrupción. Sin embargo, contrario a sus palabras, para acabar con la impunidad, deberá perseguir a los corruptos y desenmarañar las redes de corrupción. No se trata de buscar chivos expiatorios que sean encarcelados por mandato sexenal, se trata de hacer funcionar el sistema de justicia para perseguir delitos que no deben ser tolerados.
A partir del reconocimiento del inmenso fracaso del uso de la fuerza pública y militar para combatir la violencia, nos ofrece buscar caminos alternos que atiendan las causas estructurales, sociales y económicas de la violencia. Habrá que replantear de manera integral la política de seguridad a partir de la reconciliación nacional en el bienestar y la justicia.
Ayer ya no repitió su promesa de amnistía, quizá después del foro de ayer en Ciudad Juárez escuchó que las víctimas reclaman justicia a través de procesos penales que sean capaces de investigar para encontrar y castigar a los culpables. Considero muy oscura la frase de perdón, pero no olvido, pareciera más la propuesta de un terapeuta y esta propuesta ha sido claramente rechazada por los centenares de miles de víctimas de las múltiples violencias que azotan al país. Todos deseamos que estas violencias disminuyan y haya un verdadero proceso de justicia que fortalezca el Estado democrático de derecho.
Punto y aparte: Con este artículo me despido de este espacio. Excelsior ayer me comunicó esta decisión. No puedo irme sin agradecer a este diario haberme acogido en sus páginas por cuatro años, en los que siempre gocé de absoluta libertad y eso, por supuesto, lo reconozco. Y a ti, querido lector, te agradezco profundamente el favor de tu atención. Espero pronto estar en condiciones de decirte “Como decíamos ayer…”.