Jorge Javier Romero Vadillo
Sin Embargo
10/08/2017
Ha comenzado ya la temporada de platillos electorales 2017–2018. Si de por sí el menú se antojaba indigesto, por lo rancio de sus ingredientes –políticos acedos, partidos clientelistas, predicadores mesiánicos y bandas de depredadores de rentas estatales amparados en la competencia electoral–, ahora nos anuncian un guiso que se antoja todo un tour de force para la digestión política: El puchero de frente amplio con gobierno de coalición.
El origen del plato se remonta a la inanidad de sus cocineros: una parte del PAN y otra del PRD. Como ninguno de ellos tiene los ingredientes necesarios para ofrecer un cocimiento propio con sustancia suficiente para atraer comensales, han optado por la olla podrida donde echar sus ansias de sobrevivencia política frente a la competencia de la nueva fonda, que no ofrece nada nuevo, pero fue fundada por el cocinero con sazón personal, que gusta a los paladares populares, y que le vació de clientes el figón a sus antiguos socios.
Los promotores del frente anuncian que han comenzado a cocinar, pero no han encontrado el ingrediente característico para darle sabor al caldo, ni al cocinero adecuado que le dé el toque capaz de despertar el apetito de los comensales. Hacen casting para encontrar a su master chef, pero los que se apuntan se antojan sosos. Y en cuanto al ingrediente central, solo una propuesta por ahí jugosa resulta algo apetitosa, pero no es suficiente para lograr un guiso armonioso, que no deje con hambre o deje regusto o repita durante la siesta.
¿Por qué un frente amplio? ¿Cuál es la situación crítica en la que está inmerso el país que amerite una gran coalición entre la derecha católica y una izquierda bastante indefinida? Asumiendo sin conceder que una coalición entre los dos grupos promotores del acuerdo tuviera alguna equivalencia con la coalición entre socialdemócratas y democratacristianos en Alemania, –empezando por la relevancia y la coherencia de ambos partidos respecto a sus émulos locales– no queda claro cuál es el gran objetivo nacional que concita la confluencia. Solo la idea de que el objetivo del frente sería impulsar un cambio de régimen, para acabar con el presidencialismo, defendida con ahínco por Fernando Belaunzarán pero sin demasiado eco entre sus interlocutores, tiene algún sentido, aunque no basta para articular toda una agenda política. Mucho hueso, pero poco tuétano.
Más bien, el objetivo de la alianza propuesta es salvar los trastos de la debacle anunciada por el éxito del chef veterano que ha puesto tienda propia. El PRD languidece, mientras buena parte de su clientela se ha ido al nuevo changarro, que crece y recoge todo lo que le sirva para aumentar su preponderancia. A los dueños de los despojos no les queda más opción que someterse y venderle el puesto al antiguo socio al mejor precio posible o buscar la sociedad con los de la calle de enfrente, a ver si juntos logran enfrentar la competencia.
Pero los del restaurante de enfrente tienen fama de dar pan duro y también están peleados entre ellos. Unos quisieran volver a sus glorias de antaño, cuando solos, con un local pretensioso, pero de comida mala, lograron la mayor clientela del lugar, mientras los otros socios quieren tomar el control de la empresa y para eso buscan nuevos accionistas, aunque sean los del sucio figón vecino.
El PAN está inmerso en una lucha interna por definir su candidatura y su estrategia electoral frente al ascenso de López Obrador. Mientras la facción encabezada por Felipe Calderón cree que podría repetir el triunfo de 2006 con un mano a mano entre Margarita Zavala y su némesis Andrés Manuel, la coalición en torno a Ricardo Anaya busca la alianza con los restos de la implosión del PRD.
Mientras tanto, la taquería de la esquina, desastrada y llena de moscas, todavía tiene una buena clientela, aficionada a sus salsas, aunque tenga fama de vender carne caduca e incluso canina. Su fama añeja hace que muchos pasen enfrente tapándose la nariz, pero ante el menú de la competencia, pueden acabar llevándose comensales que prefieran el viejo sabor a los experimentos mal cocinados.
Porque al PRI parecen darlo por muerto mientras el enemigo a vencer es López Obrador, pero en un escenario fragmentado, con un régimen donde el ganador se lleva todo, la minoría más grande gana y el PRI todavía tiene clientelas y recursos para subsistir. Los promotores del frente amplio tendrían que estar empeñados en ofrecer un producto sabroso para paladares muy amplios, pero eso, al final de cuentas, solo lo lograría un muy buen chef, que no está entre ellos, conocidos por sus potajes que provocan flatulencias.
El posible éxito del frente radica en que encuentren un candidato que los unifique, cosa que se antoja harto difícil, pues nadie relevante se apunta para el casting. Si hallan alguno que pueda poner sobre la mesa los temas comunes y tenga algún atractivo electoral, deben cuidarse, además, de no convertirse solo en los esquiroles que eviten de nuevo el triunfo de López, pero que le entreguen la presidencia una vez más al PRI.
Porque ese es el mayor problema del frente: más que un esfuerzo por presentar un proyecto amplio de cambio político, parece un intento desesperado de evitar el triunfo de AMLO y escapar de la irrelevancia. Ni se ve ni se huele sustancia, Puro caldo aguado.