Sergio lópez-Ayllón
El Universal
25/07/2016
La reforma educativa es la gran apuesta por el futuro del país. De lograr sus objetivos permitirá un crecimiento sustentable, una mejor calidad de vida y combatir de fondo los grandes males nacionales: la inequidad, la impunidad y la ignorancia.
Hasta ahora, las políticas públicas derivadas de la reforma se han concentrado en la evaluación para a través de ella, mejorar el desempeño de las y los maestros, y asegurarles un proyecto de vida a través de una carrera magisterial basada en el conocimiento, el mérito y el trabajo, no en el clientelismo o los privilegios.
La otra pieza central de la reforma tiene que ver con las modificaciones al contenido sustantivo, la orientación valorativa y la visión estratégica de la educación. En breve: el qué, el para qué, y el cómo de la educación nacional. Esto es lo que contiene el nuevo modelo educativo y la propuesta curricular para la educación obligatoria que presentó la SEP el pasado 20 de julio (los documentos completos en www.gob.mx/modeloeducativo2016/).
El modelo propuesto por la SEP, resultado mismo de un largo proceso, tiene virtudes innegables. Fundado en el artículo 3 de la Constitución, se articula sobre cinco ejes: la escuela, los contenidos, los maestros, la inclusión y la equidad, así como la gobernanza del sistema educativo. Por su parte, el modelo pedagógico busca generar aprendizajes claros (lenguaje y comunicación, pensamiento lógico y matemático, y comprensión del mundo natural y social), desarrollo personal (que incluye actividades artísticas, deportivas y culturales, así como habilidades socioemocionales) y autonomía curricular.
Resulta imposible comentar aquí las diferentes dimensiones de la propuesta. Destaco sólo algunas características que me parecen especialmente relevantes. La primera, que explicita los valores y habilidades de los ciudadanos que queremos formar, enfatizando su capacidad analítica y crítica. Segundo, es un modelo que busca desarrollar habilidades (cognitivas y no cognitivas) que permitan a los alumnos a aprender a aprender, cualidad esencial para la sociedad del conocimiento. Tercera, que se articula alrededor de la escuela a la cual se le dota de mayor autonomía de gestión, así como de los recursos e infraestructura suficiente para que pueda ser el espacio donde se concrete el proceso educativo. Finalmente, que a contra corriente de las tendencias centralizadoras, el modelo a través de la autonomía curricular permite que cada escuela tenga espacios para decidir contenidos específicos que respondan a su realidad. Esta autonomía permite reconocer y procesar las diferencias y la diversidad de la Nación.
El modelo educativo contiene el germen de la sociedad a la que aspiramos. Por ello, tiene que ser el resultado de un amplio debate que permita incorporar la pluralidad de nuestra sociedad, así como de todos y cada uno los agentes y organizaciones que intervienen en la operación del Sistema Educativo Nacional. El modelo no puede ser monopolio de nadie, sino un bien colectivo, producto del diálogo y una visión compartida del país en el siglo XXI.
Inicia ahora un proceso de consulta para que el modelo sea conocido y discutido en todas las escuelas del país y en un conjunto de foros especializados. El CIDE acompañará técnicamente este proceso y producirá un documento que tendrá dos propósitos centrales: el primero, dar cabal cuenta de las aportaciones recibidas; y el segundo, sistematizar la información para facilitar la toma de decisiones, tarea que corresponderá a la SEP.
Ojalá el debate político sea capaz de entender la importancia del modelo educativo, y permita una consulta abierta, plural, amplia y de buena fe. Nos jugamos en ella el futuro de nuestros hijos y del país.