José Woldenberg
El Universal
25/08/2020
A la memoria de Salvador de Lara
Si a usted lo asaltan y el tipo le quita 50, 500 o 5000 pesos estamos frente a un típico juego suma cero. Lo que usted pierde lo gana el otro. Y la suma final es cero. Algo similar sucede si pierde la cartera, la encuentra una persona y no se la regresa. Su pérdida es exactamente la ganancia del otro.
Tengo la impresión que cuando nuestro presidente anima a que se exhiban los videos que muestran la corrupción de sus enemigos, piensa que está en un juego de suma cero: lo que ellos pierdan en prestigio él lo ganará. Y cuando sus adversarios hacen lo mismo imagino que lo hacen con la misma presunción: “lo que pierda el presidente y sus colaboradores en credibilidad lo ganamos nosotros”.
El “pequeño” detalle, sin embargo, es que no están bajo el formato de un juego suma cero, sino en otro, en el que todos pierden. Todos acusan a todos de corrupción y al final del descrédito no escapa nadie. Gracias a los esfuerzos agregados y documentados muchas personas llegan a la rotunda conclusión de que todos son iguales y que la política es sinónimo de corrupción. Triste desenlace de un juego tonto y suicida que crea en el imaginario público la idea de que una actividad central para la vida en común, la política, está por definición podrida.
En este ambiente puede sonar naif, pero hay centenas de militantes partidistas, legisladores y funcionarios públicos de todos los colores honestos, capaces, dedicados. Pero esa no es noticia. Solo cuando a alguno de ellos se le pesca “con las manos en la masa” el escándalo estalla y tiene visibilidad pública.
Aunque solo fuera por eso, es necesario combatir la corrupción e impartir justicia castigando a los culpables (único método conocido para intentar contenerla). Pero la fórmula debe ceñirse a un procedimiento impecable porque si no, contribuye también a la descomposición. Recordemos que en materia penal las responsabilidades son individuales, no colectivas.
¿Pero qué es lo que estamos viendo? ¿un proceso para impartir justicia o un espectáculo grosero? ¿una fórmula para sancionar a los responsables o un circo colorido? ¿un procedimiento para aclarar responsabilidades o un tribunal de opinión sumario sin garantías para nadie?
En tiempos recientes parecía abrirse paso una convicción (aspiración) que se puede sintetizar en dos fórmulas que han corrido con suerte: “la presunción de inocencia” y el “debido proceso”. Es decir, las garantías procesales para los presuntos inculpados que son inocentes hasta que un juez determine lo contrario, y el sumario, apegado a la ley, a través del cual se desahoga la investigación y el juicio.
Sin embargo, se está optando por “juicios” de opinión pública que nada tienen que ver con la justicia propiamente dicha. Se trata de un show degradado en el cual los imputados son condenados de inmediato, desacreditados de manera instantánea, y lo que después pase en tribunales parece no importar.
Cuando el presidente es al mismo tiempo fiscal, juez, cronista y propagandista el desenlace no puede ser bueno. Esa actuación que rebasa los límites que le imponen las normas es un obstáculo para una justicia digna de ese nombre.
El país necesita una política contundente contra la corrupción. Y hay instituciones y normas diseñadas para ello. Es imprescindible activarlas. No será con desplantes desde el Ejecutivo o con campañas publicitarias contra los adversarios desde cualquier flanco como México logrará anular la corrupción.