Ricardo Becerra
La Crónica
20 noviembre 2016
En una faceta que yo no le conocía, el gobernador del Banco de México se puso simpático, picante, chistoso: “Trump es un conciliador” dijo, “ya no es huracán tipo cinco” (Crónica 19 de noviembre, nota de Margarita Jasso).
Qué buena puntada (que México haya sido el tema de insulto y la pieza central de la xenofobia de Trump, fueron bromas pasajeras ¿verdad Agustín?), qué bien pensada y sobre todo ¡qué oportuna!, justo cuando los señores del banco central mexicano anuncian su nueva medida anti-crecimiento: colocar las tasas de interés a 5.25 por ciento, un nivel que no se veía desde el año 2008.
Para decirlo así: es el mismo nivel fijado durante la peor recesión económica mundial, desde 1929. Así de grave es el contexto —así lo ve el propio Banco de México— pero el funcionario hace en público su jocosa vacilada: Trump no es para tanto, no es categoría cinco (joi, joi).
Ya se sabe: la medida del Banco de México fue instantáneamente aplaudida por los corifeos del sector financiero, que es el que sigue mandando: eso de las tasas bajas no es negocio para ningún banquero. Y así completa el extraño y suicida cuadro, de un gobierno que decide refugiarse en una recesión.
No hay la menor duda: estamos gobernados por una coalición pro-estancamiento (que se autoproclama “responsable”) pero que ha decidido que esta economía “parezca confiable” ante los ojos de las nada honestas calificadoras y para la banca internacional (responsable de la crisis de 2008) a cambio de: enormes recortes al gasto, encarecer de prisa el precio del dinero (menos crédito) y las amenazas muy reales de Trump, que darían al traste con un esfuerzo de cambio económico que —para bien y para mal— edificó toda una generación de mexicanos y sus empresas.
Digámoslo de otro modo: la vasta agenda discriminatoria del Señor Trump, especialmente la advertencia de expulsión o deportación de “dos o tres millones de mexicanos” tendría que ser respondida, en la realidad, por un país que está creciendo y que está generando una cuota de empleos más alta, precisamente para que el éxodo con el que sueña el magnate, tenga un lugar, una vida en la producción, el mercado, en su propia sociedad.
Pero el gobierno del presidente Peña —agarrotado y metido en campaña motivacional— hace exactamente lo contrario: una política fiscal restrictiva (olvídense de mejorar el gasto y modernizar la infraestructura); y una política monetaria igualmente restrictiva (todo préstamo, todo crédito para las empresas, será más caro). Una ecuación mágica para NO crecer.
Pero los embrollos no acaban allí: la sola idea de renegociar el TLC y de colocar, de golpe, 35 por ciento de aranceles a las exportaciones de México hacia Estados Unidos, clausuraría de golpe el otro motor de crecimiento. ¿Cuál es el resultado de las decisiones de la coalición pro-estancamiento? Pues que el crecimiento del PIB en lo que va del sexenio del presidente Peña (hasta diciembre de 2016) será menor al de Felipe Calderón, es decir, al sexenio de peor desempeño económico en los últimos 40 años.
La soberbia de Trump mirará hacia abajo y lo que verá es un país agachado, empobrecido y a punto de entrar en recesión, inconsciente de las ventajas que de todos modos ofrece esta situación: el tipo de cambio está ayudándonos mucho para traer turismo, para apreciar las remesas (ingreso de los más pobres) y de nuevo, nos hace mucho más competitivos para exportar hacia el exterior. Pero Carstens y los suyos ven al dólar caro como un simple riesgo inflacionario, un precio que se sale de su viejo modelo, sin reconocer que quizás, lo que está mal, son sus propias metas de inflación.
Y lo peor: tampoco están dispuestos a prender el único motor que podría animar la economía mexicana en los meses críticos que vienen: aumentar los salarios, el consumo, la demanda interna.
A la convulsión xenófoba y amenazante que enfrenta México tras el triunfo de Donald Trump, se suma ahora, la convencional, repetitiva, medrosa y ahora también, humorística, política económica local.
El coctel de una catástrofe está puesto.