José Woldenberg
El Universal
12/07/2022
1. Encerrado en sí mismo, convencido que tiene la verdad apretada en un puño, impermeable a cualquier otra voz, no se da cuenta de las repercusiones de sus dichos. Demasiado ensimismado, con una corte de aduladores que al parecer no se atreven a contradecirlo, ni siquiera ve los efectos que tienen sus muy diversas ocurrencias. Hay que recordar que la primera responsabilidad de un actor político es hacerse cargo de las derivaciones de sus palabras. Mientras el científico, afirmaba Weber, debe tener un compromiso sólido con la verdad y expresarla (la ética de la convicción), el político tiene que ver más allá, preocuparse por las consecuencias de sus dichos y hechos (ética de la responsabilidad).
Al parecer, es mucho pedir. Pero la parrafada viene a cuento, una vez más, porque ahora el presidente acusó y reiteró que Carlos Alazraki era hitleriano. Cada vez es más difícil tomar las declaraciones de AMLO de manera seria. No solo son dichos inexactos, improvisados, tontos, sino que su frecuencia hace que unos vayan opacando a los otros. No obstante, insisto, me preocupan sus repercusiones.
El martes de la semana pasada en estas mismas páginas, Javier Tejado Dondé nos informaba de la estela que habían dejado las palabras de López Obrador. “En los últimos días en los que el presidente ha mantenido su retórica frente a la comunidad judía, ha logrado generar una actitud mayoritariamente negativa contra ésta, de acuerdo con una medición en redes sociales… muestra que la conversación digital sobre el tema ‘hitleriano’ tiene un alcance de 32 millones de personas y una actitud 58% crítica hacia ese grupo religioso”. Es un ejemplo nítido de la estela que dejan declaraciones irresponsables, marcadas más por la víscera que por la razón y sin hacerse cargo de que lo que se dice desde la Presidencia puede generar consecuencias indeseables. Para decirlo en breve: no creo (y espero no equivocarme) que el presidente sea antisemita, pero debe darse cuenta que sus dichos han dado pie a que no pocos antisemitas se sientan legitimados.
2. Pero tratemos de ver más allá del episodio. Cualquier noción descalificadora de grandes conjuntos humanos debería preocuparnos porque conocemos sus devastadoras consecuencias. El problema es que esa retórica suele tener seguidores que embisten contra el diablo que ellos mismos han construido.
¿Qué son los judíos, católicos, evangelistas, musulmanes, asiáticos, blancos, negros, mexicanos, estadounidenses, chinos? En primer lugar, conjuntos de seres humanos que cobijan a millones. Marcar a cada uno de esos conjuntos con un calificativo resulta una simpleza. El demagogo suele explotar ciertas características que dice son inherentes a esos grandes grupos humanos. Lo puede hacer para adularlos (el músico que le dice a su audiencia masiva “son el mejor público del mundo”) o para arremeter contra ellos. ¿Quién no ha escuchado decir, los chinos son… los gringos son… los musulmanes son… los judíos son… y asestarles un calificativo despectivo?
Es algo más que una burrada. Cualquiera con dos centímetros de frente sabe que en todos y cada uno de esos inabarcables grupos hay de todo (inteligentes y tontos, honestos y deshonestos, amables y violentos, tolerantes e intolerantes, y sígale usted), pero la descalificación grupal puede calar hondo, ser asumida por hordas y generar, como lo ha hecho, espirales de violencia irracional. Así que cuidado. Vuelvo al inicio: la primera obligación de una voz pública es la responsabilidad.