José Woldenberg
Reforma
15/09/2016
A los 75 años murió Roberto Escudero. Fue, junto con Luis González de Alba, representante de la Facultad de Filosofía y Letras en el Consejo Nacional de Huelga durante el movimiento estudiantil de 1968. Luego de la represión criminal se exiló en Chile y volvió al país para contribuir en la fundación de la revista Punto Crítico. Fue profesor en la UNAM y en la UAM y en esta última dirigió la revista Territorios. De trato amable, educado, invariablemente tenía una opinión enterada y filosa sobre la vida política y cultural mexicana (y no solo de ellas).
Un libro suyo sobre José Revueltas es lo que me gustaría traer a cuento. Uno de los motores de ese proyecto fue su amistad con el escritor duranguense, su cariño y admiración por Revueltas y una aguda comprensión de su obra; pero también su convicción de que lo que Revueltas había vivido y sufrido arrojaba luz sobre un resorte más que aceitado: el de la intolerancia que se dispara por la rigidez ideológica y la presunta superioridad moral, convirtiendo a los disidentes o los críticos en traidores.
La historia que se cuenta en Un año en la vida de José Revueltas (UAM. 2009) es más o menos la siguiente: Revueltas había publicado su novela Los días terrenales (1949), un fresco doloroso y crítico de la política, el Partido Comunista y la frágil y desgarrada condición humana, y el 12 de mayo de 1950 se estrenó en el teatro Arbeu por la Compañía Nacional, su obra El cuadrante de la soledad, que a decir de Escudero, retrataba «el mundo de los bajos fondos -droga, prostitución, alcahuetería, pederastia- sin los propósitos moralizantes a los que acudía la izquierda…y para colmo, en relación con una huelga de transportes dirigida por los comunistas». La reacción crítica de varios intelectuales y artistas de izquierda fue «despiadada». Antonio Rodríguez, Enrique Ramírez y Ramírez, Vicente Lombardo Toledano e incluso Pablo Neruda «dicen a Revueltas que esas obras desmienten su condición de comunista, que su visión desolada y trágica del ser humano, y su ausencia de destino, se encuentra en las antípodas de lo que es una concepción de veras marxista…». Y a pesar de que Xavier Villaurrutia y Salvador Novo emiten opiniones favorables a las obras de Revueltas, éste, al parecer, no las toma en cuenta, y sacudido por las críticas decide retirar de la circulación la novela y suspender la representación de El cuadrante…
Vale la pena leer algunos extractos de aquellas linduras: «Mientras las masas… sufren y luchan para realizar la revolución de hoy… el filósofo de la soledad y la desesperanza sufre ya por la revolución de los siglos venideros…» (Ramírez y Ramírez). «Por las venas de aquel noble José Revueltas que conocí, circula una sangre que no conozco. En ella se estanca el veneno de una época pasada, con un misticismo destructor que conduce a la nada y a la muerte» (Neruda). «Pepe, el escritor, es el Revueltas de la parte más corrompida de la sociedad» (Rodríguez).
Como escribe Escudero, se trata de «rebajar al escritor a toda costa y con los más bajos recursos, justificando cualquier argumento a la mano, por canallesco que fuera, para preservar una convicción», una certeza que en efecto Revueltas, a lo largo de un tortuoso y angustiado proceso, puso en duda: el propósito de Los días terrenales, nos dice Escudero, era «contemplar sin ninguna reticencia al Partido Comunista Mexicano y a todos sus homólogos…, como organizaciones más terrenales y por lo tanto más equívocas y sombrías (en contraste con) la idealizada versión que de ellos se hacen sus críticos, como si fueran los portadores de la luminosidad deslumbrante que indicaba el camino de la redención de la clase obrera».
Revueltas fue sacudido por sus jueces. Escribió: «Se ha planteado para mí un problema de conciencia ideológica y artística». Y muchos años después José Emilio Pacheco lo vio con claridad: «La modestia de Revueltas no fue pusilanimidad… sino una… manifestación de su conciencia crítica… accedió a retirar Los días terrenales y El cuadrante de la soledad… porque creía que los otros, los que no están de acuerdo con uno, también pueden tener razón». Esa duda, esa vacilación, propia de la actividad intelectual, es la cualidad de la que carecían los censores de Revueltas. Y es lo que Escudero quiso subrayar con total pertinencia.