Rolando Cordera Campos
El Financiero
06/10/2022
Nos acercamos al invierno de nuestro descontento anunció con claridad el secretario general de la ONU. “No nos hagamos ilusiones (…) la confianza se desmorona. Las desigualdades se disparan (…) Tenemos el deber de actuar y, sin embargo, estamos bloqueados en una disfunción global de proporciones colosales”. (“La ONU augura un invierno de descontento global”, El correo, 20/09/22).
Una temporada que parece estará signada por enérgicos reclamos de las mayorías, quienes han visto aumentados sus derechos, pero no la redistribución de los frutos de la economía que anunciaban los gobiernos ni tampoco el cumplimiento de las promesas hechas. Hoy, todavía las exigencias de cambio pasan por las urnas, mañana quién sabe.
El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas se reúne y se frustra; Rusia abusa de su veto y China “mide” fuerzas y ánimos. El desenlace no puede sino llevar a más vueltas de tuerca, mientras la amenaza de un “desvarío” nuclear sigue con nosotros, nublando la ya ominosa cotidianidad.
En medio la impertinente ciencia lúgubre, sin pedir “permiso” ni esperar que le sea dado, da señales cada vez más calientes sobre la inminencia de un descenso en la de por sí cansada dinámica económica que podría devenir recesión abierta y corrosiva, tras muchos meses ya de estancamiento y miedo.
¿Es posible evitar que esos deslizamientos caigan de lleno sobre los más débiles y vulnerables? Es una interrogante que se mantiene como desafío abierto a la orgullosa disciplina de las “políticas públicas”; no obstante que, como sabemos, la menos pública de ellas sea la que más afecte a los maltratados por una economía rejega y renuente a una reforma popular en serio. Por lo pronto, la “economía del goteo” reclama sus fueros.
¿Y nosotros? ¿Y los vecinos y cercanos que inspiraron aquello de la Patria Grande? Hasta ahora nada o muy poco, porque inmediatamente enfrente de las baterías progresistas en Chile, Colombia o Argentina está lo de siempre: una burguesía que se vive como oligarca y rechaza toda idea de siquiera revisar la pauta tributaria para ir quitando sus puntas y sus filos y acercarse, pausada y prudentemente, a una plataforma financiera estatal en condiciones de abrir la puerta a la equidad y la protección de la mayoría. Una reforma que no implique amenazas mayores al mítico equilibrio fiscal que exigen las desfachatadas calificadoras que no pocos pedían desaparecer al calor de la Gran Recesión del 2008.
Nosotros no tenemos esos dilemas. Aquí no se endeuda nadie, decretó el Presidente y su alfil mayor, desde los libros mayores de Hacienda, lo repite y se ufana de ser el administrador maestro de tal sacrificio. Si no alcanzan los “pesitos” recortamos por ahí o por allá, poniendo a buen resguardo los programas consentidos del gobierno y reduciendo todavía más lo que, desde Moneda, califican de superfluo, o prescindible o postergable.
Los juegos y rejuegos fiscales del gobierno no le ganan aplauso generalizado en el mundo, donde la prioridad es salir al paso al tropezón y proteger en lo posible a los trabajadores que pierden el empleo. Ahora, como lo hace con denuedo Estados Unidos, habría que unir a la emergencia económica la decidida acción por la salud y contra el cambio climático, con lo que todavía podría asomarse en el horizonte una oleada de reformismo de base y a fondo, que modulara una estrepitosa caída de la producción y el empleo y atemperara las tendencias rupturistas de la derecha extrema que se regodea con la memoria del fascismo.
Entre nosotros urge una reflexión congruente y sensata sobre nuestras finanzas públicas no solo para la viabilidad de la República, sino porque son precisamente las bases del pueblo que lo apoya e inspira, como asegura el Ejecutivo, quienes más sufren con la inflación, con la recesión o con la carestía, con todo y los magros programas sociales. Su atención verdadera exige la adopción de políticas que sin alimentar la inflación atenúen el descenso. Pero no, lo que para el Presidente y su espadachín cuenta es el coeficiente de deuda, la razón entre PIB y deuda, ni más ni menos como lo mandata la vieja y buena, arcana y necia, aritmética del cargo y el abono.
No subvertir este razonamiento puede ser error capital, cuando lo que nos viene es un colapso mayor que, en nuestro caso, estará calentado por olas de violencia y crimen que no habíamos vivido. A la intemperie pues y sin poder hablarnos los unos a los otros.