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El debate público

¿Rumbo al juicio final?

Rolando Cordera Campos

El Financiero

28/09/2023

Contundente el juicio emitido por el muy respetado Centro de Investigación Económica y Presupuestaria: el famoso “espacio fiscal” del Estado mexicano se achica y los gastos “obligatorios” aumentan. Las cartas estaban sobre la mesa con anterioridad suficiente, por lo que nadie hoy debería sentirse en capacidad de declararse omino; mucho menos ignorante.

Todo se ha hecho a la luz del día. De propia voz, el presidente ha reiterado una y otra vez: no habrá una reforma fiscal y, también una y otra vez renueva su compromiso de no incurrir en mayor endeudamiento. Pero aun si tal cosa fuese exacta, que no lo es, lo cierto es que el costo del endeudamiento ha subido, como lo han hecho los compromisos en materia pensionaria. También, el monto anual por participaciones a los Estados que no son una graciosa dádiva del Ejecutivo sino derechos de las entidades federativas resultado de sus respectivos pactos fiscales.

Y mientras los ‘ahorritos’ y los fideicomisos se acaban, se incrementa el costo de no hacer las cosas en salud, educación o infraestructura, y no sólo en términos económicos sino políticos y sociales.

El asunto de las finanzas, visto desde el mirador del vapuleado ‘espacio fiscal’, se ha vuelto o está a punto de ser un hoyo negro que apunta al corazón mismo de nuestra economía política. Sin darle algún alivio a ese nudo ciego, podemos estar cercanos, por ejemplo, al cierre de no pocas actividades productivas o socialmente necesarias, las que estarían sujetadas con alfileres que permitan pasar el 24; o, frente a sorpresas no agradables en relación con rubros clásicos del compromiso estatal que, sin haber alcanzado el punto crítico, han sido sistemáticamente desatendidos; hasta ahora sin mayores aspavientos ni por los propios beneficiados, ni por los diputados que, uno esperaría, habrían de ocuparse de la ‘cosa pública’, como rezan la Constitución y sus respectivas leyes. Pero no es así, los legisladores viven alejados de la realidad y enajenados en la política de la sucesión presidencial y sus desfiguros, sin dar señal alguna de dedicar tiempo o interés a sus tareas y encomiendas.

Se nos advierte sobre el autoritarismo que se acerca; en realidad, tenemos que admitir que ya llegó. Ahí, en el Poder Legislativo, sólo la voluntad del presidente se escucha y procesa; ¿qué harán los orondos legisladores si el mítico pueblo moreniano se convierte en reclamo polifónico, pero sin concierto? ¿Qué analgésicos podrán inventar los duchos equilibristas de Hacienda para dar cauce a una airada algarabía proveniente de nuestros auténticos fondos?

Esos fondos están ahí y su situación ha podido mejorar gracias a medidas correctas como el aumento del salario mínimo, siempre acolchonadas por las muchas transferencias directas alojadas en el Presupuesto, pero ¿cuánto aguantará ese amplio cuan improvisado andamiaje? ¿Qué designio oscuro impide hacer la reforma necesaria? Ya no es posible seguirla posponiendo, hay que hacerla ya, y tendrá que empezar por ser tributaria para que los ricos y muy ricos sufraguen la inminente labor de salvataje.

No podemos hoy, en las vísperas de la sucesión, darnos el lujo de una quiebra fiscal como la que se anuncia. Ya no podemos seguir estirando el tiempo que, entre miopías, bravatas y malas fantasías ha pasado.

Antes de caer en estado de emergencia, no sobra insistir y arriesgar: es la hora del Congreso.

¿Habrá de eso?