Fuente: La Jornada
Rolando Cordera Campos
La indigencia de ideas puede ser más dañina socialmente que la carencia material de que nos hablan los cálculos basados en las encuestas del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) o las aproximaciones a la marginalidad o el (sub) desarrollo humano que llevan a cabo el Consejo Nacional de Población (Conapo) y el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) sistemáticamente. No hay manera de subestimar la tragedia humana resumida en la pobreza absoluta o la marginación persistente, pero tal vez podamos acercarnos a su significado más profundo si contrastamos los datos y las proyecciones con la manera como las cúpulas de la sociedad, desde el poder político o el económico, y a veces, no pocas, desde las cumbres de la academia mexicana, «reciben» y traducen esta desolación.
Con más de 100 millones de habitantes y un tamaño de su economía que lo ubica en uno de los 15 países más grandes por la magnitud de su producción, México se presenta en estos tiempos de crisis sobrepuestas como un emblema de la incapacidad de adaptarse a las nuevas circunstancias del mundo. Como un ejemplo que algunos llamarán «clásico», de empecinamiento en las peores prácticas de la política económica, supuestamente inspiradas por una teoría y una doctrina económicas, en realidad un pretencioso y fallido canon sobre la conducta humana, que la mayor parte de los gobiernos rechazan hoy o, por lo menos, ponen en reserva o cuarentena, mientras sus estrategas se entregan a un a veces desenfrenado rescate de la producción y el empleo echando mano de las enseñanzas de John Maynard Keynes o de la experiencia vivida en los años 30 del siglo pasado por Estados Unidos que dirigía Franklin Delano Roosevelt.
Este recurso a la historia de las ideas y de la política de los estados, así como la disposición a asumir errores de cálculo o conducción, de las que emana o puede emanar una nueva corriente renovadora de la economía política y de la política democrática, marca los nuevos linderos entre el «Norte» y el Sur, es decir, entre el desarrollo y el subdesarrollo así como entre las sensibilidades que en el futuro podrán o no gestar nuevos proyectos de reconstrucción social e institucional, como ocurrió al final de la Segunda Guerra Mundial y a todo lo largo de los «años dorados» del capitalismo que vieron anunciado su final con el ascenso de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, pero también con los autoritarismos y dictaduras que asolaron la región latinoamericana y llevaron a Chile, Uruguay y Argentina a niveles de empobrecimiento material, político e intelectual nunca vistos o imaginados por los más acérrimos enemigos del capitalismo periférico, o del capitalismo a secas.
Aquello sí que fue la importación libre de formas de entender a las sociedades y de actuar sobre ellas, que actualizaron las profecías negras de quienes vivieron y sufrieron los fascismos y el estalinismo. Se trató, ni más ni menos, que de implantar por la fuerza y el terror una nueva civilización de orden y libertad… de mercado. De los Chicago Boys a Jorge Rafael Videla y José Alfredo Martínez de Hoz sólo hubo diferencias de acento, aunque hasta hace poco se buscara edulcorar la barbarie de los discípulos de Milton Friedman aludiendo a alguna teoría de la modernización que habrían encarnado y nacionalizado los becarios de la Universidad Católica de Chile.
Todo parecía haber variado con los cambios estructurales para la globalización y la universalización de la democracia, pilares que sostendrían la implantación de un nuevo orden una vez dejada atrás la guerra fría. Pero no fue así y el mundo encara desafíos que lo ponen en la frontera de enormes recaídas y reversiones de todo tipo.
De esto trata hoy la política internacional y de sus dilemas aparentes, intuidos y ya registrados, nadie puede hacerse a un lado impunemente. Cambiar de enfoques y paradigmas no es una opción para enterados sino una necesidad crucial para los estados y órdenes políticos más variados, de China a Gran Bretaña y de Corea o India a Brasil o Sudáfrica.
Por razones que no resulta fácil entender, la decisión de redescubrir nuevas vías para el subdesarrollo se abrió paso en México, tal vez en el tránsito a la democracia y la economía global, pero hoy se ha vuelto, gracias al panismo reinante y a sus coaliciones clasistas pero no por ello menos miopes, en costumbre de aldea o sacristía. Y si no, véanse la grandes soluciones a la grieta fiscal, el nuevo minimalismo presupuestario o las novísimas teorías de la recuperación emanadas en Los Pinos y sólo compartidas en sus espléndidos jardines.