José Woldenberg
Reforma
02/06/2016
En algunos artículos, tanto en Estados Unidos como en México, se ha especulado sobre la que será la conducta de Bernie Sanders si, como todo parece apuntar, pierde la nominación demócrata. Se sabe por encuestas que algunos de sus seguidores no están dispuestos a votar por su ahora contendiente Hillary Clinton; pero de lo que haga o deje de hacer Sanders dependerá en buena medida que la más probable abanderada del Partido Demócrata incremente (o no) sus posibilidades de triunfo frente a Donald Trump. Por supuesto, al futuro nadie lo conoce y nunca es recomendable especular (aunque sea una de las «disciplinas» preferidas de nuestro periodismo), pero hace exactamente 20 años el mismo Sanders tuvo que tomar una decisión ante la elección presidencial que estaba en curso… y quizá alguna lección arroje.
Corría el año 1996. En puerta estaban los comicios en Estados Unidos. Dos candidatos se disputarían la Presidencia: Bill Clinton postulado por el Partido Demócrata que aspiraba a un segundo periodo y Bob Dole por el Republicano. Se había registrado también Ross Perot, por el Partido de la Reforma, que 4 años atrás había captado casi el 19 por ciento de los sufragios, aunque ningún voto en el Colegio Electoral. Y contendía también Ralph Nader, por el Partido Verde, que era a decir de Sanders «un buen amigo y un progresista ejemplar», y cuyos seguidores le pedían a Bernie su apoyo público.
Ante ese dilema el razonamiento de Sanders fue el siguiente: «No soy un gran admirador de la política de Bill Clinton. Como firme defensor del sistema de sanidad universal, me he opuesto a su enrevesado paquete de reformas sanitarias. He contribuido a dirigir la oposición a sus políticas comerciales…Me he opuesto a su sobredimensionado presupuesto militar, al proyecto de reforma del sistema de asistencia social…y a la llamada Ley de Defensa del Matrimonio…Ha sido blando en la reforma de la financiación de las campañas electorales y a menudo ha cedido demasiado en materia ambiental. Bill Clinton es un demócrata moderado. Yo soy un socialista democrático». No obstante, «pese a todo, y aunque sin entusiasmo, he decidido apoyar a Clinton para la presidencia». «Le daré mi voto y lo haré público».
Sanders argumentaba -desde su perspectiva- por el mal menor. Algo a lo que eventualmente se volverá a enfrentar. Y ojalá lo comprendan sus seguidores más ardientes. Decía: «Creo que muchos no se dan cuenta de hasta qué punto es peligrosa la situación política de este país. Si Bob Dole saliera elegido presidente y Gingrich y los republicanos mantuvieran el control del Congreso, la política legislativa seguiría una dirección que jamás se ha visto en la historia moderna de este país…Sin duda, Medicare y Medicaid quedarían destruidas, y decenas de millones de ciudadanos perderían su seguro de salud. Se darían pasos para privatizar la Seguridad Social, y la existencia misma de la educación pública en Estados Unidos quedaría amenazada. Asistiríamos a un serio intento de aprobar una reforma constitucional para prohibir el aborto, la discriminación positiva desaparecería y la discriminación contra los homosexuales se intensificaría. Se aprobaría una tasa impositiva única que daría lugar a una redistribución masiva de las rentas en perjuicio de los trabajadores…La Ley del Registro de Votantes sería derogada…Se promulgarían leyes destinadas a liquidar los sindicatos, se eliminaría el salario mínimo y se fomentaría el trabajo infantil…».
Sanders insistía en que no exageraba, que no deseaba subrayar las tintas de manera artificial; que las agrupaciones que estaban detrás de la candidatura de Dole eran aún «más chifladas» que los candidatos republicanos. Y enumeraba a la Coalición Cristiana, la Asociación Nacional del Rifle y a la Fundación Heritage, con unas agendas que le parecían altamente regresivas, peligrosas, inaceptables. Por ello, y a pesar de su amistad con Nader, él votaría por Bill Clinton.
Bueno. Si eso decidió hace 20 años ante un candidato como Dole, habría que esperar que con mayor disposición y aliento llegue a la conclusión de que no puede hacerle el juego a Donald Trump, un candidato que hace aparecer como moderado al elegido republicano de 1996. (En base a Bernie Sanders con Huck Gutman. Un outsider hacia la Casa Blanca. Foca. México. 2016).