María Marván Laborde
Excélsior
09/03/2017
A medida que se acerca el 2018 y que las encuestas dicen que López Obrador podría ser el primer lugar si las elecciones fueran hoy, vuelven las presiones por instaurar la segunda vuelta en la elección presidencial. El tiempo para poder pasar una reforma de esta envergadura se acaba, tendría que operarse en lo que resta de marzo y el mes de abril que sólo cuenta con tres semanas laborales.
Se antoja difícil que ajusten los tiempos; sin embargo, sería posible si el miedo del PAN y el PRI es tan grande como para obligar a todos los amarres entre sus fuerzas federales y locales.
La apuesta de quienes están urgiendo a una segunda vuelta parte de la convicción de que López Obrador quedará en primer lugar en la primera vuelta, pero en una segunda vuelta, todos los electores que votaron por la tercera, cuarta o quinta opción, al tener sólo dos opciones, preferirían al segundo lugar porque no votarían por “un peligro para México”.
Es evidente la debilidad del argumento que está basado en puras conjeturas, sin embargo vale la pena analizar en serio la propuesta, especialmente porque la discusión es recurrente y se centra únicamente en la elección presidencial.
Si estudiamos la experiencia de los países que han implementado una segunda vuelta o balotage, tenemos dos experiencias radicalmente diferentes. En el caso de los países latinoamericanos que limitan la segunda vuelta a la elección presidencial, los resultados han sido desastrosos. En ningún caso han logrado incrementar la gobernabilidad, tampoco han facilitado las relaciones entre el Presidente y los legisladores, por el contrario, la experiencia empírica demuestra que el Presidente tiene un muy débil apoyo en el Congreso y que para poder sacar cualquier ley está obligado a salir a comprar votos de la oposición.
En Francia ha funcionado razonablemente bien la segunda vuelta porque tienen un sistema político y electoral que no se parece al nuestro en nada. En primer lugar, México tiene un sistema presidencialista y Francia un sistema semipresidencialista. Allá conviven un Presidente que es jefe de Estado con un primer ministro, que por definición es miembro de la Asamblea y emana del partido más votado, éste es el encargado de formar gobierno.
En segundo lugar se someten a segunda vuelta todos los puestos a la Asamblea (lo que equivale a nuestra Cámara de Diputados). Distrito por distrito, cuando no consigue ninguno de los candidatos 50% de los votos, van a segunda vuelta. Tercero, es un sistema de mayoría relativa pura, no existe ni el concepto de representación proporcional.
También es falso el argumento de que la segunda vuelta es necesaria porque los gobiernos divididos crean parálisis gubernamental. Otra vez, gobierno dividido mexicano no es cohabitación a la francesa. Cuando en Francia se habla de cohabitación, lo que sucede es que el primer ministro es de un partido diferente al del Presidente. En México no tenemos nada parecido a ese primer ministro francés.
La parálisis legislativa, como han demostrado académicos serios como Ignacio Marván y María Amparo Casar, es uno de los muchos mitos inventados en nuestro imaginario político. Baste revisar la cantidad de reformas constitucionales, que exigen mayoría calificada, que pasaron en el sexenio de Calderón o las que han pasado en el gobierno de Peña Nieto.
Aun cuando aceptáramos que los gobiernos divididos hubiesen propiciado la parálisis legislativa, este problema no lo resuelve la segunda vuelta en la elección presidencial, por el contrario, lo agrava.
Después del fracaso de la Cuarta República francesa, la Constitución de 1958 buscó generar un sistema político estable. Semipresidencialismo más segunda vuelta para todos los puestos de elección popular lograron esa estabilidad que, al mismo tiempo, ha fortalecido al bipartidismo.
No he escuchado a ninguno de los partidarios que andan acelerados tratando de aprobar la segunda vuelta hablar de un cambio tan radical como para transitar a un sistema parecido al francés. No se necesita tener mucha imaginación para advertir que no podemos ponerle una pieza de avión a un automóvil. El sistema francés tiene más diferencias que similitudes con el sistema mexicano.