Raúl Trejo Delarbre
La Crónica
20/05/2024
Durante todo el debate, Claudia Sheinbaum se dedicó a esquivar los señalamientos críticos de Xóchitl Gálvez. No respondo ataques, que mejor lea novelas, eso lo aclaramos luego, decía en los momentos más difíciles. La candidata de oposición intentó desbalancearla con tres golpes políticos: la revelación de que Mario Delgado, el dirigente de Morena, es investigado en Estados Unidos por faltas criminales; la reiteración del calificativo “narcocandidata”, que Gálvez quiere justificar acudiendo al reciente libro de una periodista de reputación discutible, conocida por hacer denuncias sin sustento comprobable; y la acusación por utilizar en su falda la imagen de la Guadalupana (“tienes derecho a no creer en Dios, a lo que no tienes derecho es a usar la fe de los mexicanos”). La misma Gálvez quiso lucrar con esa fe al esgrimir tal ejemplo. Enredar religión y política siempre es un recurso riesgoso y resbaladizo.
Ninguno de esos reproches de Gálvez, mostró tanto el perfil autoritario de Claudia Sheinbaum como las afirmaciones de la misma candidata de Morena acerca del régimen político. Cuando tuvo que hablar de división de poderes lo hizo de la manera más pedestre posible, diciendo que con Morena hay separación entre el poder político y el económico. Evidentemente le preguntaban por la distancia necesaria entre los poderes que constituyen al Estado pero para ella, igual que para su tutor en Palacio Nacional, el poder político debe ser uno solo, sin contrapesos ni cuarteaduras. De acuerdo con esa concepción, que desconoce la diversidad del país y las instituciones, Sheinbaum se manifestó adversa a la negociación política (“ya probamos el Pacto por México, miren a dónde nos llevó”) y a la pluralidad en la representación, a tal grado que apoyó la desaparición de las posiciones plurinominales en el Congreso.
Gálvez dejó sin refutar ese y otros dislates de la candidata de Morena. Inclusive acerca de la cancelación de las plurinominales, llevada más por el prejuicio que por la reflexión, consideró que “suena bien”. A diferencia se Sheinbaum que sólo quiere que haya un poder político, el de la Presidencia, Gálvez hizo una enfática defensa de los acuerdos (“somos un país plural que tiene que construir consensos”).
Xóchitl Gálvez estaba fatigada, lo cual no es de extrañar después de su jornada matutina. No miraba a la cámara. No tuvo la contundencia del segundo debate. Sheinbaum quiso mantenerse en la aparente indiferencia sarcástica cuando su rival le hacía reconvenciones serias pero, a fuerza de repetir el mismo gesto, en vez de desdeñosa pereció incapaz de afrontar las críticas. Eludió referirse a madres de desaparecidos y mujeres con cáncer, o a la complacencia del gobierno con los delincuentes.
Sheinbaum quiere construirse una historia de defensora de libertades que no está respaldada por su biografía. Ahora afirma que, de joven, luchó “por la democracia en los sindicatos” pero, si lo hizo, fue de manera excesivamente discreta. Gálvez no supo o no quiso señalar la profunda incongruencia de la candidata de Morena que se dice heredera del movimiento de 1968 pero defiende la militarización obradorista. La que promete Sheinbaum no es libertad, sino sumisión a un gobierno autocrático.
Al medio día, Xóchitl Gálvez fue ovacionada en el Zócalo, repleto de ciudadanos con vestimentas y banderas multicolores. Predominó el rosa, involuntaria y torpemente promocionado por la presidenta del INE, pero también había ciudadanos que hacían ostentación de sus simpatías con alguno de los partidos de la alianza opositora.
La disputa por el Zócalo, lejos de menguarla, animó la asistencia al mitin. Fue una concentración fundamentalmente local, sin participantes de otras entidades, porque al mismo tiempo había manifestaciones en docenas de ciudades del país. La CNTE mantuvo su plantón y aceptó fungir como esquirol político, según se sabe ahora, por indicaciones expresas del gobierno federal.
Santiago Taboada leyó un discurso inteligente en donde, después de señalar los riesgos que hoy enfrenta la democracia, se refirió a la desigualdad en la Ciudad de México.
Xóchitl Gálvez, en una alocución vehemente, subrayó las coordenadas de su candidatura: vida, verdad y libertad. Junto con ellas, explicó el respaldo que tiene, tanto de partidos como de organizaciones sociales: «Los ciudadanos tocaron la puerta y el PAN, el PRI y el PRD la abrieron con generosidad y altura de miras”. Los partidos respaldan una postulación que surgió de la sociedad.
Para que no haya dudas, Gálvez recordó la expresión del general Miguel Negrete cuando, siendo conservador, se puso a las órdenes del general Ignacio Zaragoza diciendo “antes que partido tengo patria”. (“Yo tengo patria antes que partido”, es la frase exacta). Gálvez enfatizó: “antes que partido tenemos República”.
La candidata presidencial enfrentó así las suspicacias y descalificaciones que menudearon antes del mitin. Sus opositores cuestionaron la aparente contradicción entre el apoyo de los partidos y el de la sociedad. Incluso entre simpatizantes de Gálvez, hubo quienes reconvinieron que el movimiento que antes se manifestó por la democracia, a favor del INE y en defensa del voto, ahora impulse su candidatura presidencial. Nada hay de extraño en la decisión de docenas de organizaciones sociales que, precisamente a consecuencia de esas convicciones, consideran que la alternativa para defender la democracia y rechazar el autoritarismo es la candidatura de Xóchitl Gálvez. Ser ciudadanos sin partido no significa estar en contra de los partidos, ni fatalmente alejados de ellos. El apartidismo no tiene que ser antipartidismo, como se demostró en la muy abundante y jubilosa concurrencia de este domingo en el Zócalo.Lee también
En las alocuciones, lo mismo que en los gritos de los asistentes, prácticamente no se escucharon alusiones a Claudia Sheinbaum. Hubo numerosos y fundados reproches a los excesos, la violencia y la corrupción del gobierno de López Obrador, pero a la candidata de Morena no se le mencionó. En esa omisión, que no fue concertada, quedó de manifiesto que a Sheinbaum, al menos entre los opositores a su candidatura, se le ve como subordinada al presidente y sin más mérito que ser beneficiaria de esa designación. La del 2 de junio no será simplemente una elección entre dos candidatas, sino entre la continuidad de un gobierno autoritario y tramposo y la posibilidad de que todo eso cambie.