Categorías
El debate público

Sin crecimiento del PIB, no hay paraíso

Ricardo Becerra

La Crónica

25/05/2020

En su olvidada Anatomía de una frustración, el joven socialista Herbert George Wells, imagina un momento en el que “la riqueza y los bienes, la creación de máquinas y novedades desaparecen… aunque esos seres continuaban trabajando y produciendo”. Pero una fuerza de la que poco sabemos y menos, de donde viene —con siniestra sistematicidad— reduce uno por ciento de lo existente cada mes lo que mete a los protagonistas en un pasaje de progresiva “rapiña y desolación”.

Los economistas dirían que ese es un escenario “puro” de “búsqueda de rentas”, escenario en el que la vida se convierte en mero arrebato por lo que unos y otros tienen, y así la sociedad misma se vuelve más ansiosa y perturbada (mucho después, nuestro escritor volvería al asunto en La mente a la orilla del abismo, pero es otra historia). 

Lo importante de retratar ese mundo horrible no es que fuese remoto e imposible sino lo contrario: es perfectamente posible y de hecho, forma parte de la historia. Tenemos documentados los largos periodos de estancamiento, fracaso y frustración social que desembocan en crisis, cataclismos y guerras (la guerra, que es el escenario del “arrebato y la rapiña” por excelencia).

Todo lo cual viene a cuento porqué, con celeridad y precipitación, muchos economistas respetables, comentaristas y políticos, se han enganchado —como ahora lo hago yo— en la jocosa presidencial según la cuál hay que medir el progreso social de otro modo: “no es crecer por crecer; por eso hay que añadir democracia a la fórmula… Tiene que haber crecimiento con honestidad, con austeridad, con bienestar”. Y por eso, López Obrador prepara un indicador alternativo “en sustitución de la medición del producto interno bruto (PIB), para determinar el crecimiento económico, bienestar, grados de desigualdad y la felicidad del pueblo” (La Jornada, 21 de mayo, 2020).

La trastada es evidente: estamos instalados ya, en la peor crisis económica en varias generaciones y urge otra vara de medición en la que no nos vaya (tan) mal. El PIB 2019 marcó una alarma de 0.1 por ciento negativa; el de 2020 viene mucho peor y por eso, hay que sustituirlo. Tarea que el Presidente asumió personalmente para medir de otro modo lo que ocurre. Que no parezca que lo estamos haciendo tan mal. Acto seguido, el globo sonda: en lugar del producto material, la felicidad espiritual.

A estas alturas de la civilización, es una misión derrotada de antemano, en parte porque las deficiencias del PIB han sido subsanadas por otros esfuerzos en México y en el mundo. Allí están parámetros como el sensato “desarrollo humano” de Naciones Unidas; el “Índice para una vida mejor” de la OCDE y su correlato mexicano, debido al INEGI: el “Bienestar subjetivo”; incluso el demoscópico “húmor social”. Y hay mucho más.

Pero el punto fundamental es otro: ningún indicador sobre el bienestar, el progreso social o la felicidad, puede prescindir (o hacerse el loco) por fuera del crecimiento económico. Su medida no puede ser sustituida.

Venezuela es, ahora mismo, el escenario que imaginó H.G. Wells. Cada mes, cada año “menos bienes, máquinas o novedades” y la vida allí, se vuelve cada vez más insufrible, incluso para las personas reclutadas por las grandes clientelas. Y ningún país —allí están Corea del Norte o Burundi— puede alcanzar un algo de bienestar y satisfacción vital si no son capaces de rebasar un cierto umbral de producción. Al final (felicidad, paz o estado beatífico) necesitan del crecimiento económico, requieren sostener y multiplicar al Producto Interno Bruto.

Como apuntó el griego Varufakis, en el calvario de su propia crisis en 2009: “en un escenario catástrofico, dada la contracción inmensa, lo que necesitamos es un índice de sufrimiento, los bienes y satisfactores que dejamos de generar y poseer”.     

Podemos admitir que el PIB tiene graves problemas, que es un indicador que olvida los costos de la desigualdad y la destrucción del medio ambiente, por ejemplo. Pero si no lo tenemos, si no lo valoramos en toda su importancia, perderemos brújula y visibilidad acerca de lo que sociedad y gobierno estamos haciendo.

La medición del PIB es una de las grandes conquistas conceptuales y empíricas de las ciencias sociales —creada por cierto, en el fragor de la construcción del New Deal del Presidente Roosevelt— y como el dijo: “es la medición de la innovación y de las posibilidades del trabajo humano”. 

La nativa presidencia mexicana de hoy puede intentar escabullirse. Inventar fórmulas y refugiarse en técnicas insondeables con mucha espiriualidad. Pero la realidad es dura: hágase lo que se haga —sin crecimiento del PIB— no hay paraíso.