José Woldenberg
Reforma
19/07/2018
Para entendernos: la sociedad civil es la sociedad organizada. Se puede decir algo más: son los agrupamientos que intentan desahogar una determinada agenda en el espacio público. Millones de ciudadanos están fuera de esa “esfera”. Recluidos en sus asuntos dan la espalda a la vida pública, la observan desde lejos como algo ajeno y lejano. Por ello nuestra sociedad civil es débil. Débil, porque solo una minoría de ciudadanos participa en asociaciones civiles, sindicatos, organizaciones empresariales, agrupaciones agrarias, ONG, y súmele usted. Y, además, como todas, es diferenciada porque en la sociedad civil hay de todo. Son parte de la misma Pro Vida y GIRE, con planteamientos no solo disímiles sino enfrentados, o la CIRT y la AMEDI cuyas agendas en diversos momentos se han contrapuesto.
La sociedad civil es un producto maduro de eso que llamamos modernidad. Se trata del conjunto de organizaciones intermedias que no forman parte del entramado estatal tradicional y que expresan intereses, reivindicaciones y propuestas propias de una colectividad contradictoria.
Desde las pulsiones estatales autoritarias la sociedad civil independiente (quizá sea un pleonasmo) es vista como algo innecesario, artificial, molesto e indeseable. Innecesaria -dirían- porque en las instituciones estatales (y solo en ellas) se encuentra depositada la legitimidad que otorgan los procesos comiciales. Artificial, porque cuando algunas agrupaciones entran en contradicción con los designios gubernamentales, no pueden sino estar motivadas por intereses inconfesables. Molesta, porque no “deja hacer”, cuestiona, es una “piedra en el zapato”. E indeseable por todo lo anterior.
No obstante, desde no pocas agrupaciones se ha impuesto la moda de hablar a nombre de la sociedad civil, como si la misma fuera un cuerpo homogéneo y compacto, con el agravante que suele pensarse que sociedad civil y virtud son sinónimos y que instituciones estatales y corrupción también. Así, pequeñas o grandes asociaciones, se comportan y hablan como si fueran representantes de un conglomerado más que complejo que jamás les ha otorgado esa representación. Se construye de manera artificial pero rotunda una superioridad moral impostada. En el extremo se actúa como si el “juego” entre instituciones estatales y agrupaciones civiles fuera de suma cero. Es decir, se piensa que entre más sociedad civil menos Estado y a la inversa.
Más nos vale combatir ambas pulsiones. Ni un autoritarismo que quisiera una “sociedad civil” a su imagen y semejanza, un espejo fiel a las necesidades del poder público, un conjunto de asociaciones dóciles y disciplinadas; y también el resorte, lo llamaré de manera inexacta ultra liberal con ribetes de anarquismo, que cree que las asociaciones privadas pueden vilipendiar y prescindir de las instituciones estatales a las que de manera inercial se les ve como la encarnación del Mal.
Recordemos lo elemental que es lo fundamental. No hay sociedad civil sin democracia y no hay democracia posible sin un cierto entramado de sociedad civil. Y la relación entre organizaciones de la sociedad civil e instituciones estatales no es de suma cero. Sino todo lo contrario: el Estado democrático es más fuerte si es acompañado de una enérgica y vital sociedad civil, mientras la sociedad civil solo es posible en el marco de un Estado democrático. En los Estados autoritarios, dictatoriales, totalitarios o teocráticos la sociedad civil es inexistente o casi, porque las reacciones fundamentales del poder público son las de no reconocer ningún interés auténtico fuera del propio, ninguna ideología diferente a la oficial, ninguna elaboración fuera de la norma gubernamental. Por su parte, la sociedad civil no solo genera un contexto de exigencia a las instituciones estatales, sino que expresa y ofrece cauce a preocupaciones e intereses diversos que coexisten en la sociedad, lo que potencialmente hace más resistente y pertinente al entramado democrático estatal. En una palabra: las tensiones entre instituciones estatales y organismos de la sociedad civil son complejas, pero productivas.
Más nos vale apostar por un Estado democrático que se alimenta de las interpelaciones de la sociedad civil y una sociedad civil que en su vitalidad y diversidad fortalece al Estado democrático.