Ricardo Becerra
La Crónica
30/08/2015
Con los codos sobre la barra en un bar de San Antonio (Texas) -y al ir cayendo los sucesivos martinis, para qué engañarnos- miro el curso de los noticieros en la más típica televisión norteamericana: Sarah Palin felicita a Trump por darle una lección al “activista” de Univisión, Jorge Ramos; Antonio Banderas dedica un discurso para atacar a Trump; Ricki Martin hace lo propio, desde su mansión en California; spots de televisión firmados por extravagantes asociaciones ensalzan o se oponen a Donald Trump; el personaje –entrevistado aquí y allá- se elogia porqué “nadie conoce el sistema impositivo de E.U. como yo” y con el mismo desparpajo, ante los micrófonos de NBC, propone mayores impuestos a los ricos.
Lo que quiero decir es que Trump es un objeto omnipresente en la vida pública de nuestros vecinos, y lo es –me parece- por razones mucho más profundas de lo que suele admitirse. No se trata de sus declaraciones lenguaraces; de sus desplantes diarios; de su dedo-espada que condena a los infiernos; de su enorme capacidad económica… aunque todo eso importe. Al conversar con algunos conocedores y estudiosos me doy cuenta que la cosa es más seria y de mayor alcance y que su poder radica en una circunstancia de muy largo plazo. Me explico.
Estados Unidos es habitado por más de 310 millones de personas; 12.5 millones, son mexicanos nacidos aquí. ¿Y? Pues que otros 12 millones son de padres mexicanos pero nacidos allá y los nacionales de tercera generación son otros 11 millones (proyecciones al 2013). Esto quiere decir que al menos, el 10 por ciento de la población actual en Norteamérica es de origen mexicana.
Quiero decir: las cosas ya cambiaron en la demografía, pero están cambiado radicalmente también en la báscula de la economía y la política. Una investigación recientemente publicada por la Universidad de Emory (Atlanta) firmada por Alan Abramowitz, afirma: “La creciente presencia hispana es un hecho que ha llegado al límite de la tolerancia del poder sajón en el Partido Republicano… Trump es un epifenómeno del conservadurismo, la misma fuerza del movimiento del Tea Party, pero su discurso y presencia acentúa la hostilidad racial”.
Los republicanos están en un brete definitorio, digamos, epocal: o se expanden hacia el movimiento demográfico real de la sociedad o lo intentan frenar, y refrendar el poder blanco tradicional de los Estados Unidos.
Abramowitz dice que el Partido Demócrata ya cruzó ese Rubicón: o sea, admite que el poder latino –particularmente el de origen mexicano- tiene que crecer en la medida que ha crecido su presencia real, mientras que los conservadores más extremos creen que han llegado a un límite y que ese proceso debe revertirse. Y eso es, precisamente el sustrato de todo lo que representa a Trump.
Por supuesto, la economía refuerza el proceso: muchos blancos desempleados o que a duras penas adquirieron un peor empleo después de la crisis, creen que su mala situación se debe a tanta competencia de mano de obra venida del sur, y ellos son la base de apoyo del señor Trump. No sólo es cosa de blancos acaudalados y poderosos, influyentes en los circuitos de la Casa Blanca, sino blancos latentemente racistas, clase baja y media, encorajinados con su situación y con la presencia de esos morenos que han venido a irrumpir en el mercado laboral, tanto como en política local y nacional.
Todo este resentimiento encuentra además un potente altavoz en Fox News y muchos otros medios, que ha creado un círculo de retroalimentación masiva de los prejuicios de esos tipos blancos enojados, para quienes el Partido Republicano ya no es suficiente a la hora de expresar su ira.
Por eso digo que el copetón de Queens es un candidato que con su discurso, sus gestos y su programa explícito, está tocando cosas muy fundamentales del conservadurismo y del racismo realmente vivo en los Estados Unidos. No está engañando a los norteamericanos –como han dicho algunos círculos demócratas y republicanos, a manera de consuelo- sino que está cosquilleando una de sus fibras más inflamadas en la historia reciente.
El cambio histórico ya está allí, en el corazón de la sociedad gringa y el ala más derechista de los republicanos cayó en la cuenta. El problema es que de este lado de la frontera, todavía no.