María Marván Laborde
Excélsior
15/09/2016
La neumonía de Hillary Clinton, acompañada de un inoportuno desmayo en el peor momento, sin duda ha incidido sobre su campaña y, sobre todo, en las encuestas. Enfermarse en plena campaña electoral es malo, pero el manejo que hizo su equipo fue francamente fatal.
Si la transparencia en la política tiene el propósito de generar confianza, la opacidad genera duda, fomenta los rumores catastrofistas y alimenta las teorías de la conspiración. Las horas que perdió el equipo de campaña balbuceando explicaciones que daban la vuelta al diagnóstico médico hicieron un daño grave a la campaña de Hillary, ya de por sí cuestionada.
John B. Thompson tiene un magnífico libro de comunicación política cuyo título en inglés es Political Scandal, publicado en español por Paidós: El escándalo político. Poder y visibilidad en la era de los medios de comunicación, cuyo argumento central es que lo que hace grave un escándalo rara vez es el hecho en sí mismo, son las primeras reacciones del político afectado.
Este libro es anterior a las redes sociales, fue publicado en el año 2000; posterior al escándalo de Bill Clinton-Monica Lewinsky que es uno de los temas tratados en uno de los capítulos del libro. Si la reacción inmediata y certera era importante en la era anterior a las redes sociales y los teléfonos celulares que todo lo graban y transmiten urbi et orbi, ahora esto ha crecido de manera exponencial. Frente al desmayo, el equipo de Clinton tenía algunos minutos, quizá hasta una hora para reaccionar. Lo hicieron tarde y mal. Para la noche del domingo ya habían perdido credibilidad que en estos momentos es oro molido.
Esto cambiará el ritmo de trabajo y los temas centrales de las campañas. Si algo tiene que preparar Clinton para su debate del 26 de septiembre (escasos diez días) son las respuestas sobre su estado de salud. No sólo tiene que recuperarse y verse sana, además tendrá que ofrecer pruebas médicas auténticas que sean convincentes. Es probable que Trump presione poco en este tema porque también se ha negado a hablar abiertamente sobre su propio estado de salud, esto explica su sorpresiva “caballerosidad” de estos días. Pero el electorado querrá saber.
La salud de presidentes, primeros ministros y políticos prominentes siempre ha sido un tema fascinante de la política pero, sobre todo, de la chismografía y los tabloides sensacionalistas. En México no tenemos previsiones normativas específicas al respecto, en otros países sí, y no siempre se cumplen.
Uno de los casos más emblemáticos tiene que ver con la salud del otrora presidente François Mitterrand. Durante la campaña electoral para su reelección fue diagnosticado con cáncer de próstata y a pesar de que las leyes le exigían al equipo médico encargado de su salud entregar cada seis meses un reporte médico sobre la salud del mandatario, en todos ellos mintieron porque el propio presidente había clasificado la información como top secret.
Ya terminado su segundo periodo, falleció a causa del cáncer y entonces a su médico de cabecera, Claude Gubler, le ganó la ambición y violando todo tipo de normas referentes a la confidencialidad entre un médico y su paciente escribió elbest-seller Le grand secret que en un día vendió más de 40 mil copias. La familia Mitterrand llevó al doctor a juicio y fue obligado a pagar 60 mil francos (aún no existía el euro) por daños y perjuicios al haber violado la privacidad de un paciente, así fuera este un expresidente.
Cuando hablamos del derecho a saber y de la salud de los políticos surgen las mismas preguntas ¿El político tiene la obligación de revelar íntegramente su estado de salud? ¿Los ciudadanos tienen derecho a saber todos los diagnósticos y, sobre todo, los pronósticos de salud del Presidente o candidata(o)? Si se detecta una enfermedad que no afecta su capacidad de gobierno ¿también debe darse a conocer al público? Saber el estado de salud de quien preside un gobierno ¿aumenta o disminuye la estabilidad política? Cada una de estas preguntas es diferente y merece reflexión puntual. Lo que hoy sabemos es que la confianza en Hillary Clinton disminuyó de manera considerable.