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El debate público

Trazos del populismo autoritario

Raúl Trejo Delarbre

Nexos

18/02/2025

La constante invocación al pueblo del que se consideran encarnación única, la descalificación sistemática en contra de sus opositores, el origen electoral de su legitimidad y la intencional erosión de las instituciones democráticas que les permitieron llegar al poder, son rasgos de los regímenes populistas. El populismo siempre tiene ingredientes de autoritarismo, comenzando por el enaltecimiento del líder que lo encabeza. Cuando ese autoritarismo devasta el entramado institucional del Estado y quebranta las leyes en el propósito para aniquilar a sus adversarios, hay quienes consideran que ha devenido en fascismo.

Populismo y fascismo son términos que a menudo se emplean de manera equívoca. En el terreno académico, no hay definiciones de ellos que sean aceptadas por todos. En el debate político se les utiliza para etiquetar, más que para analizar. La colección Cambridge Elements acaba de publicar el cuaderno Populism and fascism de Carlos de la Torre, profesor en el Centro de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Florida. De la Torre es prestigiado autor de numerosos libros y artículos sobre populismo y autoritarismo. Su texto reciente, de 78 páginas, se puede leer y descargar aquí.

De la Torre explica que el fascismo acude a la violencia para deshacerse de sus enemigos. Hitler en Alemania y Mussolini en Italia fueron fascistas. En el populismo la violencia, por lo general, se queda en el plano retórico: la “violencia simbólica y verbal es empleada para ridiculizar, marginar y forzar a los críticos al silencio o al exilio”. Sin embargo, reconoce ese autor, hay populismos que acuden a la violencia física contra sus opositores como sucedió en Argentina durante el peronismo. En ocasiones como esas, los populistas tratan de “destruir los símbolos que marcaban su exclusión de la esfera pública que estaban en manos de las élites como universidades y edificios de periódicos”. Podemos añadir que otro caso fue, hace cuatro años, el de las huestes trumpistas asaltando el Capitolio en Washington. En términos generales, “desde Perón hasta Chávez, los populistas latinoamericanos podían golpear, encarcelar o exiliar a sus enemigos, pero no dependían de la violencia para limpiar de enemigos a sus naciones”.

Otro contrapunto entre fascismo y populismo se encuentra en la postura ante las elecciones y las instituciones políticas. Para los líderes populistas, recuerda de la Torre, la fuente de poder político son las elecciones y una vez que las ganan, “se sienten libres de hacer lo que quieran”. Para el fascismo, las elecciones desvirtúan la auténtica representación porque no expresan la soberanía popular, dice siguiendo al historiador Federico Finchelstein. En el populismo, las elecciones son una vía para encumbrar o ratificar al líder o a sus personeros; los populistas consideran imposible que sus candidatos no ganen en una elección porque “imaginan al pueblo como una voz y una voluntad unificadas (y) es ‘moralmente imposible’ que pudieran votar por aquellos considerados como enemigos del pueblo”.

“El fascismo se diferencia del populismo porque se deshizo de las elecciones, utilizó una violencia interna y externa generalizada y empleó ceremonias de consentimiento masivo como instrumentos de legitimación”, precisa de la Torre en otro capítulo de su texto.

El fascismo, se indica por otra parte, es resultado de la coyuntura histórica que había después de la Primera Guerra Mundial, con una extensa crisis de representación en los países europeos. Lo que ha existido más tarde, en otros momentos o regiones, ha sido un “posfascismo”. Hoy en día, diversos líderes y movimientos de derecha radical transitan del populismo, a “aspirantes a fascistas” que “al igual que sus predecesores… glorifican la violencia, utilizan el racismo y la xenofobia para construir enemigos, reemplazan las verdades históricas con mentiras y han pasado ‘de una retórica genérica sobre el enemigo (las élites, traidores, el estado profundo, los outsiders, etc.) a la identificación específica de adversarios raciales, políticos, sexuales y/o religiosos, que luego son enfrentados con violencia política’”, dice de la Torre apoyándose en Finchelstein.

El populismo no ha estado anclado a un periodo histórico y se beneficia de la pérdida de legitimidad de las instituciones políticas. En diversos momentos, “los populistas cambiaron las constituciones, tomaron el control de los tribunales, redujeron el poder de los parlamentos, concentraron el poder en el ejecutivo, limitaron los derechos de expresión y asociación y utilizaron las leyes de manera instrumental para castigar sistemáticamente a los críticos”.

Tanto populismo como fascismo desdeñan la discusión pública, explotan las emociones para suscitar reacciones catárticas de sus seguidores y propagan con intensidad discursos autocomplacientes y polarizantes. En todo ello, contrastan con las prácticas democráticas. Explica de la Torre: “Los demócratas entienden que la política se basa en el pluralismo y la confrontación no antagónica entre rivales políticos que deberían ser convencidos por la lógica del mejor argumento. En cambio, los fascistas y populistas se enfrentan a enemigos existenciales o los construyen. La noción del enemigo que debe ser contenido conduce a una lógica política que da prioridad a la confrontación y la polarización y que busca deshacerse del otro”.

Hay regímenes que pasan del populismo, al pleno autoritarismo. Así ocurrió con los gobiernos de Chávez en Venezuela, Orbán en Hungría y Erdogan en Turquía: “Estos líderes derrotaron a la oposición que se desmoralizó y lograron lograr un cambio de régimen gradual que resultó en una presidencia sobredimensionada”. Entonces se trata, considera el multicitado autor, de regímenes populistas híbridos. No han dejado de ser populistas, pero han cruzado inequívocamente el lindero del autoritarismo.

Sintetiza Carlos de la Torre: “Se puede reconocer un régimen híbrido populista cuando (1) las elecciones no son libres y plenamente competitivas, (2) cuando la libertad de expresión y asociación se restringe sistemáticamente y (3) cuando las leyes se utilizan instrumentalmente para servir los intereses del gobernante en el poder”.

Esos rasgos nos resultan demasiado conocidos. México se encuentra hoy ante la abolición de las reglas que nos han permitido tener elecciones competidas y representativas. Dentro de unos meses, además, el sistema judicial que ha sido contrapeso de errores y abusos del Ejecutivo, quedará devastado. El grupo en el poder violó las normas constitucionales y construyó una mayoría legislativa que los ciudadanos no le dieron en las elecciones. Los medios de comunicación independientes son acosados con frecuencia. Todo ello sucede bajo la forzada preponderancia de un discurso populista.

Si compartimos las definiciones de autores como de la Torre, en México no padecemos un régimen fascista pero indudablemente nuestra situación tiene las características del régimen híbrido populista. Sería mejor decirle, porque es más descriptivo, populismo autocrático. A las útiles consideraciones de ese investigador, añado un breve apunte.

Por lo general, gracias a la adhesión de segmentos amplios de la sociedad y a la complacencia de las élites económicas (cuyos negocios se mantienen a pesar del discurso populista), los regímenes populistas se apoyan en estados real o relativamente eficaces. En México, sin embargo, tenemos un Estado que, ante los desafíos de los grupos criminales, ha sido incapaz de garantizar la seguridad en amplias zonas del país. Al mismo tiempo, la economía se encuentra en riesgo tanto por el dispendio del gobierno anterior en disparatadas obras públicas como sobre todo, ahora, debido a las amenazas de Donald Trump —otro populista autoritario, cuya capacidad destructiva apenas comenzamos a advertir—. La expansión de la violencia y la fragilidad económica encajonan a la autocracia populista que encabeza la presidenta Sheinbaum. Hasta ahora, ella y su gobierno no han demostrado interés, ni aptitud, para responder a esos y otros desafíos con fórmulas que no sean la retórica populista y la polarización.