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El debate público

Un gramo de buena fe

Ricardo Becerra

La Crónica 

15/01/2017

 

Los componentes del drama son conocidos: la peor devaluación del peso frente al dólar en lo que va del siglo (21 por ciento en 2016); un súbito y muy considerable aumento (17 por ciento) de los combustibles en todo el país; la posibilidad abierta de que esos incrementos se traduzcan en una espiral inflacionaria; un malestar social extendido e insidioso; una protesta social –espontánea una, orquestada otra- que ha dado pie a la multiplicación del vandalismo y el motín; crecimiento de la delincuencia; un gobierno confundido, contradictorio, descoordinado; los servicios de inteligencia en Washington ya “alertan sobre la inestabilidad política en México” y como corolario de todo, la llegada ciclónica de Trump a la Presidencia de los Estados Unidos.

Ni en la crisis del tequila (1994-95) recuerdo un coctel tan adverso y amenazante para nuestro país. Ok, no le llamemos crisis (todavía), pero la situación pende de hilos muy frágiles que exigen en primer lugar claridad, precisión en los conceptos, argumentos, apertura al examen de alternativas y lo más difícil: un gramo de buena fe.

Y es que de las cosas más graves que están sucediendo hoy, el engaño o el argumento falaz, son los factores que están impidiendo una conversación organizada, mínimamente productiva. Dicho en palabras de moda, nos están conduciendo al brumoso reino de la posverdad.

Miren si no: la reforma energética no tuvo que ver en el gasolinazo. Esto lo repitió el Presidente de la República, el Secretario de Hacienda, un montón de plumas y voces en los medios. La verdad es que el aumento en los precios de los combustibles ha sido, llanamente, una consecuencia en un larga cadena de decisiones económicas que se han tomado dese hace ya varios años. Por eso, no estamos frente a un infortunio ni frente a una mala coyuntura del mercado internacional: la construcción de un mercado de las gasolinas es una consecuencia de la reforma energética, uno de sus objetivos cardinales.

No obstante, la liberalización del mercado ocurrió un año antes de lo planeado, ratificada además, por el poder legislativo. Desde la reforma energética –cuyo objetivo central era, precisamente, liberalizar el mercado de energía y combustibles- sabíamos que México viviría en 2018, un cambio en el monto y la manera cómo se definen los precios de la gasolina. Por razones aún no explicadas suficientemente, dicha decisión se adelantó y hoy estamos ante un alza muy importante en uno de los precios clave de nuestra economía.

El escenario real de la economía mexicana al iniciar 2017, es que su mercado de combustibles transitó súbitamente, de uno determinado por el monopolio estatal, a otro, decidido por un oligopolio internacional.

Insisto: la claridad y la objetividad de conceptos y diagnósticos, deberían ser condiciones necesarias para las decisiones futuras.

Lo más inquietante, sin embargo, es que dos precios clave de la economía mexicana (el dólar y la gasolina) están ejerciendo una presión para que otros productos –igualmente importantes- se incrementen. Precisamente por eso, la acción concreta y bien pensada del Gobierno federal y las acciones coordinadas de los otros niveles de gobierno, resultan de una relevancia absoluta.

Ese diálogo, sobre la base de hechos y sin mentiras, resultan todavía más importante de frente a la agenda anti-mexicana y discriminatoria que ha anunciado el próximo Presidente de los Estados Unidos. Un acuerdo entre nosotros, bien articulado, con propuestas reales e iniciativas precisas, es imprescindible también por ese nuevo entorno bi-nacional.

Un tema adicional pero no menos relevante: el problema de fondo, en torno a los combustibles fósiles (petróleo o gas) es que nuestra economía no ha creado las condiciones para sustituirlos por otro tipo de energía. Estamos lejos de cumplir nuestros compromisos asumidos en dos cumbres mundiales: la del Cambio Climático y la de la Biodiversidad. Tenemos que enfrentar esta coyuntura pensando en la tecnología y los escenarios del siglo XXI, ya no más del siglo XX. La estrategia de sustitución tendría que estar en el centro de ese debate.

Entre muchas otras cosas, la crisis se ha llevado al traste la idea de los acuerdos cupulares anunciados con toda pompa. Lo que necesitamos es emprender una conversación nacional, un trabajo de acuerdo auténtico más allá de los llamados “sectores productivos”.

Trump es una amenaza cierta. Exige construir agenda propia -no gubernamental, sino nacional- sin mentirijillas, basada en los hechos, sin alegatos enredados en su propia falacia y con unos gramos de buena fe. Un modesto ingrediente para una época amenazante que ya comenzó.