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El debate público

Una ciudad de ciudadanos

Rolando Cordera Campos

El Financiero

10/06/2021

Más allá del triunfalismo, lo que debe reconocerse es la (auto) construcción de una ciudadanía que, desigual y todo, quiere ser parte del intercambio democrático en la capital de la república. No siempre, tal vez nunca, hay plena correspondencia y empatía entre conciencia ciudadana y desempeño político público y/o colectivo. Hay disonancias de todo tipo y ahí, por cierto, es donde se nutren las aberraciones y los maximalismos de toda laya que suelen acosar el desempeño de la vida democrática.

Sería un error de los partidos coaligados en la oposición celebrar con exceso sus resultados y dar por realizado lo que apenas es una intención cuya materialización política tiene enfrente un sendero sinuoso y nada seguro. No es acertado decir que ya hay una oposición, cuando bajo el paraguas de la Alianza por México muchos votaron por uno u otro de los partidos, sobre todo por Acción Nacional cuyas pretensiones seculares de primera o segunda fuerza no desaparecieron con su devastadora derrota del 2018. Muchas fuerzas e intereses acuerpados en ese partido mantienen esa inclinación hegemónica y van a hacerla valer una vez que la Legislatura se constituya y empiecen los intercambios entre los partidos y entre éstos y el gobierno.

Además, está por verse cuántos de los genes estatistas y nacionalistas, que animaban al priismo histórico, han sobrevivido y se alojan en el sistema linfático del priismo realmente existente a la espera de una ocasión propicia. Incluso, el vapuleado PRD tiene una tradición oral y escrita que mantener y hasta cultivar porque en ello le va lo que le queda de vida útil.

Por lo demás, hay tareas que la construcción opositora reclama para volverse realidad: podemos resumirlas en la noción de programa, estrategia y principios, hasta de barruntos ideológicos, sin lo cual el proyecto carece de cemento y pronto la voluntad unificadora pierde sentido y horizonte.

Nada de esto tiene por qué ocurrir en este proyecto de oposición frontal al gobierno, su presidente y su partido, pero, para volverse realidad política tiene que formar parte de una convocatoria que vaya más allá de sus partidarios; tiene que dirigirse a la sociedad circundante y ofrecerlo como parte de una vocación en verdad alternativa, superior a la que sus partidos enarbolaron esta elección.

Se dice, siempre se ha dicho, que eso del programa y la estrategia no conmueve a nadie, pero se trata de una aberración política que algunos confunden con pragmatismo. Lo que más bien ocurre es que la renuncia a este ejercicio intelectual y esencialmente político osifica las estructuras mentales y anímicas de las organizaciones hasta hacerlas caer en el más corrosivo oportunismo y deterioro ético. Omisas e indolentes ante sus obligaciones.

Tratar de explicar el voto crítico y opositor en la ciudad de México, con cargo a supuestas manipulaciones y campañas negras de desprestigio de Morena, no sólo es pueril y fútil sino pernicioso. Lo que los capitalinos quieren es buen gobierno y, me atrevo a pensarlo, menos belicosidad, menos pendencia verbal y gestual por parte de los gobernantes. Menos oropel discursivo y vacuo, más y mejor obra pública. Y es de eso que debería tratarse la alternancia, pero también las confirmaciones de los candidatos de Morena que buscaron su reelección o su elección.

Tal vez, más que hacerse eco de conspiraciones aviesas y complós desbalagados, lo que los votantes críticos y opositores buscan son modalidades de gobierno que incluyan y escuchen; que los políticos, vueltos gobernantes, construyan y recreen foros de entendimiento y deliberación. Sentimientos que forman parte de una ciudadanía alerta que reclama desempeños políticos sensatos, única vía (re)conocida para encarar adversidades.

La mala hora no ha pasado. Los daños materiales, psicológicos y comunitarios siguen con nosotros y condicionan el porvenir. De aquí la exigencia del voto emitido por millones empeñados en tener buenos gobiernos, en seguir construyendo; inspirados por lo mejor del verbo y la enseñanza democrática de la que mal que bien muchos hemos podido abrevar.

La palabra de orden es deliberar, para Morena y sus gobiernos, pero también para los que se presumen ahora como su oposición.