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El debate público

Una historia olvidada

 

 

 

 

 

 

 

José Woldenberg

Reforma

19/10/2017

En 1982 el PAN postuló como su candidato a la Presidencia de la República a Pablo Emilio Madero. Ese año México vivió la primera elección federal completa luego de la reforma política de 1977. A diferencia de seis años antes, cuando en la boleta apareció un solo candidato a la Presidencia, ahora las ofertas eran varias y hasta pintorescas. Si bien las condiciones de la competencia eran marcadamente asimétricas y la imparcialidad de la autoridad brillaba por su ausencia, los viejos y nuevos partidos inyectaron en el escenario la esperanza de, paulatinamente, ir construyendo un espacio para la recreación y competencia de la diversidad política.

Siete candidatos fueron registrados: Miguel de la Madrid, apoyado por el PRI, PPS y PARM; Madero, como ya se dijo, por el PAN; Arnoldo Martínez Verdugo por el PSUM, Ignacio González Gollaz (PDM), Rosario Ibarra de Piedra (PRT), Cándido Díaz Cerecero (PST) y Manuel Moreno Sánchez (PSD). Por lo menos México pasaba del monólogo anterior a una «disputa» más que desigual en la que los partidos opositores intentaban multiplicar sus puentes de contacto con la sociedad y su presencia en la misma.

Los resultados ilustran la hegemonía del PRI. De la Madrid obtuvo el 71 por ciento de los votos, Madero el 15.68 y Martínez Verdugo el 3.48, González Gollaz 1.84, Ibarra de Piedra 1.76, Díaz Cerecero 1.45 y Moreno Sánchez 0.20 (No suma cien por los votos anulados). Hablar de auténtica competencia era imposible, pero entre las oposiciones no cabía duda que la más fuerte, la más implantada, era el PAN: se encontraba aún muy lejos del PRI, pero también lograba una votación muy superior a la del resto de las opciones.

Conforme el proceso democratizador se fue abriendo paso, en el PAN estalló un fuerte choque entre dos corrientes. Según Víctor Reynoso «entre 1987 y 1992 se gestó e hizo crisis la más fuerte lucha de fracciones en la historia panista» (Rupturas en el vértice. 2007) (Lo que sigue está sacado de ese libro). El 21 de febrero de 1987 se reunió el Consejo Nacional para elegir al presidente del partido. En la primera votación Luis H. Álvarez obtuvo 82 votos, Pablo Emilio Madero 73 y Eugenio Ortiz Gallegos 30. En la segunda ronda, retirada la candidatura de Ortiz Gallegos, Álvarez logró 98 votos y Madero 88. Dado que se requerían las dos terceras partes de los sufragios, fue necesario que Madero declinara y entonces sí, don Luis logró 159 votos. Según Reynoso, la corriente encabezada por Luis H. Álvarez fue bautizada como los «neo panistas» y era mucho más radical que la de Madero.

Un segundo round de ese enfrentamiento fue la XXXVI Convención Nacional de la cual salió el candidato a la Presidencia de la República. Y en ella, en la primera ronda de votaciones se impuso Manuel Clouthier que al obtener 870 votos contra 335 de Jesús González Schmal, inclinó definitivamente la balanza a favor de los despectivamente denominados «bárbaros del norte».

Vendrían luego las elecciones de 1988, el acercamiento entre el PAN y el nuevo gobierno del PRI para hacer progresar una agenda común, los espectaculares avances electorales del blanquiazul, la reelección de Luis H. Álvarez (1990), y la cristalización de la pugna cuando en marzo de 1990 surge el Foro Doctrinario y Democrático como una corriente interna opuesta a la línea hegemónica del PAN. El Foro planteó al Consejo Nacional una serie de reformas estatutarias y cuando el Consejo se negó, los foristas anunciaron su salida del partido. Eso sucedió el 7 de octubre de 1992. «Salieron…dos ex candidatos a la Presidencia…que habían sido también presidentes de su partido y un ex secretario general». Los integrantes del Foro siguieron rumbos distintos, pero Pablo Emilio Madero aceptó la candidatura presidencial del Partido Demócrata Mexicano para 1994. Y mientras Diego Fernández de Cevallos, candidato de Acción Nacional, logró el 26.69 por ciento de los votos, el PDM y Madero solo alcanzaron el 0.29 por ciento, último lugar entre nueve candidatos.

Eran otros tiempos. Tiempos en los que la fuerza de atracción de los partidos, de las organizaciones, era mucho mayor que la de las personas. ¿El reblandecimiento de las identidades y del aprecio por los partidos nos coloca radicalmente en otro escenario? Muy poco habrá de vivir el que no pueda responder esa pregunta.