Reseña de Paul Bloom aparecida en The New York Times,
Book Review. p. 1, 28/06/09
The evolution of God. Por Robert Wright.
Little, Brown & Company.
WRIGHT MISMO LO DESCRIBE COMO “EN ALGÚN PUNTO ENTRE LA ILUSIÓN Y LA CONCEPCIÓN IMPERFECTA”.
NO RESPONDE A TUS PLEGARIAS, NO TE DA CONSEJO O AZOTA A TUS ENEMIGOS. ASÍ QUE INCLUSO SI EXISTIERA, NOS QUEDARÍAMOS CON OTRA SITUACIÓN BUENAS NOTICIAS/MALAS NOTICIAS.
LA BUENA NOTICIA ES QUE SERÍA UN SER DIVINO. LA MALA NOTICIA ES QUE NO ES EL DIOS QUE TODOS ESTÁN BUSCANDO
La mala noticia, dice Wright, es que su Dios nació imperfecto. La buena noticia es que en realidad no existe. Dios se ha suavizado. El Dios que la mayoría de los estadounidenses adoran ocasionalmente se disgusta por el aborto y los matrimonios entre personas del mismo sexo, pero es blando comparado con el Jehová de la Biblia hebrea. Ese era un Dios guerrero, salvajemente tribal, profundamente inseguro de su estatus y dispuesto a cometer asesinatos masivos para ostentar sus poderes. Sin embargo, Jehová al menos tenía puntos de vista morales sólidos, ocasionalmente destacaba algunos, acerca de cómo deberían comportarse los israelíes. En contraste, sus ancestros, las deidades de cazadores, fueron dioses incompetentes. Moralmente ingenuos, sus pueblos los increpaban con frecuencia y se inclinaban por las obsesiones raras. Un dios de las tormentas enloquecía si su pueblo se peinaba durante una tempestad o veía copular a unos perros.
En su brillante nuevo libro, “La evolución de Dios”, Robert Right cuenta la historia de cómo creció Dios. Empieza con las deidades de tribus de cazadores, pasa a los dioses de cacicazgos y naciones, luego al politeísmo de los primeros israelíes y al monoteísmo que le siguió, y después al Nuevo Testamento y al Corán, antes de acabar con los modernos dioses multinacionales del Judaísmo, el Cristianismo y el Islam. El tono de Wright es razonado y cuidadoso, incluso indeciso, a lo largo del libro, y es muy agradable leer sobre asuntos como la moralidad de Cristo y el significado de la Jihad sin tener la sensación de que le están gritando a uno. Sin embargo, sus puntos de vista son provocativos y controversiales. He aquí algo para molestar a casi todo mundo.
En agudo contraste con muchos secularistas contemporáneos, Wright está lleno de optimismo acerca del monoteísmo. En “Nonzero: The Logic of Human Destiny”, sostiene que hay una dirección moral para la historia humana, que el crecimiento tecnológico y la intercomunicación global en expansión nos han llevado hacia unas interrelaciones más positivas y mutuamente benéficas que nunca. En “La evolución de Dios”, cuenta una historia similar desde un punto de vista religioso, al proponer que la creciente divinidad de Dios refleja la creciente divinidad de nuestras especies. “Conforme crece el alcance de la organización social, Dios tiende al fin a alcanzarnos y traza una extensión más grande de humanidad bajo su protección o la menos una extensión más grande de humanidad bajo su tolerancia”. Argumenta que cada una de las fes abráhamicas importantes ha sido forzada al crecimiento moral conforme se encuentra interactuando con otras fes en un nivel multinacional y que esa extensión de la imaginación moral refleja “un propósito más alto, un orden moral trascendente”.
Esto suena pro religión, pero no espere que el papa Benedicto XVI cite el libro de Wright dentro de poco. Wright pone en claro que está rastreando la concepción de la gente de la divinidad, no la divinidad misma. Describe esto como una broma buena noticia/mala noticia para tradicionalistas cristianos, musulmanes y judíos. La mala noticia es que su Dios nació imperfecto. La buena noticia es que en realidad no existe.
Wright niega también la peculiaridad de cualquier fe. Desde su punto de vista, hay un cambio positivo continuo a lo largo del tiempo –la historia religiosa tiene una dirección moral–, pero ningún movimiento o revelación moral asociados con el surgimiento de Moisés, Jesús o Mahoma. Sostiene que buscar la esencia de cualquiera de estas religiones monoteístas es una pérdida de tiempo – por ejemplo, es tonto preguntar si el Islam es una “religión de paz”–. Como un juez que cree en una constitución viviente, Wright cree que lo que importa son las elecciones que hace la gente. Las sensibilidades culturales cambian de acuerdo con los cambios en la dinámica humana y estas le dan forma al Dios que adora la gente. Para Wright, no es Dios quien evoluciona. Somos nosotros –Dios sólo nos acompaña al viaje–.
Sin embargo, es un gran viaje. Wright cita como ejemplo al Dios del Levítico**, quien dijo “Amarás a tus vecinos como a ti mismo”, y destaca que eso no es tan culto como puede sonar, ya que, en esos tiempos, “vecinos” quería decir vecinos reales, israelíes como ellos, no los idólatras del siguiente pueblo. Sin embargo, argumenta, esta demanda comprendía a todas las tribus de Israel y fue un “momento moral clave” que “amplió el círculo de la hermandad”. Además, la desaprobación que ahora sentimos cuando entendemos el alcance limitado de esta regla, es en sí misma otra razón para celebrar porque demuestra cómo se han ampliado nuestras sensibilidades morales.
O considera la canción moderna de Escuela Dominical “Jesús ama a todos los niños pequeños” (“Red and Bellow, Black and White, /They are precious in his sight”). En realidad, no hay evidencia de que los quisiera a todos. Si uno retrocediera en el tiempo y le cantara esto al Jesús de los Evangelios, pensaría que uno está loco. Sin embargo, en las mentes de muchos de sus seguidores actuales, este tipo de amor global es lo que significa el Cristianismo.
Sin embargo, Dios todavía tiene que crecer, como pone en claro Wright en su cuidadosa discusión sobre el odio religioso contemporáneo. Como era de esperarse, sostiene que el problema no es con los textos religiosos o con las enseñanzas mismas, sino con las condiciones sociales –los “hechos concretos”–, que le dan forma al tipo de Dios que elegimos crear. “Cuando las personas se ven en una relación suma-cero con otras personas –cuando ven sus fortunas inversamente correlacionadas con las fortunas de otras personas, cuando ven la dinámica como ganar-perder–, tienden a encontrar una base en las escrituras para la intolerancia o la beligerancia”. Entonces, la receta para la salvación es arreglar el mundo de manera que las personas se encuentren (y piensen de sí mismas) como interconectadas: “Cuando ven la relación como una no-suma-cero –cuando ven sus fortunas como correlacionadas positivamente, cuando ven el potencial de un resultado todos-ganan– es más probable que encuentren el lado tolerante y comprensivo de sus escrituras”. Cambiemos al mundo y cambiamos a Dios.
Para Wright, el siguiente paso evolucionario es que los practicantes de las fes abrahámicas renuncien a su afirmación de que son distintas y luego renuncien completamente a la peculiaridad del monoteísmo. De hecho, sostiene, que cuando se trata de ampliar el círculo de la consideración moral, religiones como el Budismo a veces han “superado el desempeño de las abrahámicas”. Pero esto suena como la muerte de Dios, no como su evolución. Además, choca con la propia propuesta de Wright, sacada de su trabajo en sicología evolucionaria, de que inventamos la religión para satisfacer ciertas necesidades intelectuales y emocionales, como la tendencia a buscar causas morales para los eventos naturales y el deseo de conformarnos con las personas que nos rodean. Esas necesidades no han desaparecido y el tipo de Dios despersonalizado y desinteresado que Wright anticipa no satisfaría a ninguna de ellas. Wright está apostando a que las fuerzas históricas frustren nuestro maquillaje sicológico básico. No estoy tan seguro.
Wright explora tentativamente otra afirmación, que la existencia de la religión en realidad afirma “la existencia de algo que uno puede llamar significativamente divinidad”. Enfatiza que no está argumentando que sea necesaria la intervención divina para aclarar el mejoramiento moral, el cual puede ser explicado por un “recuento despiadadamente científico”, que involucre la evolución biológica de la mente humana y la naturaleza apegada a la teoría del juego de la interacción social. Sin embargo, se pregunta porqué el universo está constituido de tal manera que el progreso moral tiene lugar.
No es sólo el progreso moral el que plantea este tipo de asuntos. No dudo que la explicación de la conciencia surgirá del recuento despiadadamente científico de la sicología y la neurociencia, pero ¿no está claro que el universo es tal que dio lugar al surgimiento de seres concientes como usted y yo? ¿Y que esas mentes –las cuales evolucionaron en un mundo de plantas y pájaros, y rocas y cosas– tienen la capacidad de trascender su mundo cotidiano y generar filosofía, teología, arte y ciencia?
Así que comparto la admiración de Wright de qué tan agradablemente ha resultado todo. No obstante, no veo cómo esto constituye un argumento para un ser divino. Después de todo, incluso si pudiéramos establecer definitivamente de alguna manera que el progreso moral existe porque el universo fue iniciado por un Dios de Amor, esto sólo empuja el problema un nivel arriba. Ahora estamos agobiados, en primer lugar, por el enigma de porqué existe un Dios tan amoroso.
También sería un Dios terriblemente minimalista. Wright mismo lo describe como “en algún punto entre la ilusión y la concepción imperfecta”. No responde a tus plegarias, no te da consejo o azota a tus enemigos. Así que incluso si existiera, nos quedaríamos con otra situación buenas noticias/malas noticias. La buena noticia es que sería un ser divino. La mala noticia es que no es el Dios que todos están buscando.
*Paul Bloom. Un profesor de sicología en Yale, es autor de “Descartes’ Baby; How the Science of Child Development Explains What Makes Us Human”. Su libro “How Pleasure Works” será publicado en próximo año
** Uno de los tres libros del Antiguo Testamento