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El debate público

Vacunar

José Woldenberg

El Universal

23/02/2021

Imaginemos que usted es el encargado de la construcción de una presa o de diseñar una campaña de alfabetización. Son tareas que requieren un cierto conocimiento pero que además no son inaugurales, no son las primeras veces que se realizan, de tal suerte que existe una experiencia acumulada que le puede ser útil. Puede nutrirse de ella, aprender, ajustar, descartar, es decir, no tiene por qué empezar de cero como si fuera a descubrir la piedra filosofal, porque lo más probable es que acabe “revelando” el agua tibia.

Cuando uno lee las declaraciones gubernamentales —y sobre todo las de sus múltiples ecos— sobre la campaña de vacunación contra el Covid parecería que México empieza a caminar por un sendero hasta hoy inexplorado. Se trata quizá de la política pública más relevante, necesaria y esperada, si es que aspiramos por un lado a salvar vidas y por el otro a frenar el desplome económico y los impactos sociales que ha desencadenado la irrupción del Covid. No es posible infravalorar el grado de dificultad de esa misión, ni su magnitud, ni el esfuerzo humano, financiero y de logística que reclama. Pero, caray, todo parece indicar que la larga y fructífera experiencia que existe en México sobre el tema ha sido borrada o minusvaluada (incluso profesionales de la salud que laboran en el actual gobierno y que en el pasado participaron en campañas de vacunación parece que no son tomados en cuenta). Y por eso el primer día de vacunación en la capital pareció que a los viejos se les trataba como conejillos de indias; se estaba experimentando con ellos. No en relación a la vacuna que sin duda era útil y necesaria, sino en la fórmula que los sometió a una tortura innecesaria de 4, 5, 6 y hasta 7 horas de espera (por fortuna, luego se corrigió, y después las vacunas se acabaron y no alcanzaron para todos los mayores de 60 años de las tres alcaldías).

La historia de la vacunación en México está documentada. Por ejemplo: la vacuna contra la viruela se hizo obligatoria en 1926. Y hay otras fechas icónicas: desde 1948 se aplica la vacuna combinada contra la tosferina y difteria, desde 1956 contra la poliomielitis que en 1962 se vuelve oral, en 1971 la anti sarampión, en 1973 se crea el Programa Nacional de Inmunizaciones aplicando simultáneamente 5 vacunas contra 6 enfermedades (tuberculosis, poliomielitis, difteria, tosferina-tétanos y sarampión), y en 1991 el Programa de Vacunación Universal; y no le sigo, porque la historia merecería una enciclopedia, y lo único que quiero subrayar es que México cuenta con una amplia experiencia que no parece estar siendo recogida por las actuales autoridades.

¿O dónde podemos leer el plan de vacunación contra el Covid? Por supuesto que lo primero es conseguir las vacunas, porque, así como no se puede hacer caldo de gallina sin gallina, no hay campaña de vacunación sin vacunas. Y en ese renglón ¿no deberían ser públicos los acuerdos con las diversas empresas, para conocer cuándo estarán entre nosotros? ¿Pero no debería darse a conocer, además —no solo por la obligada transparencia sino para inyectar algunas certezas en el ánimo público— el esquema de vacunación a seguir (sus fases, plazos, territorios, edades), su organización, logística, los participantes y su conjunción, las mediciones periódicas de avances y obstáculos?, en fin, una guía que emitiera alguna luz y algunas certezas ante el inmenso reto que significa lograr la inmunidad en un país como el nuestro.