José Woldenberg
Reforma
09/03/2017
1.Están por cumplirse 20 años de una jornada electoral que supuso el quiebre entre un antes y un después. El tránsito franco hacia un sistema electoral sin exclusiones, imparcial y equitativo. Un poco de historia: en 1977, luego de unas elecciones insípidas, con un solo candidato a la Presidencia de la República y en medio de un país convulsionado por conflictos de muy diversa índole, se abrió la puerta para que los partidos a los que se mantenía artificialmente segregados del mundo institucional pudiesen ingresar a él; en 1990, luego de la profunda crisis postelectoral de 1988, se construyeron las instituciones para ofrecer imparcialidad y certeza en los procesos comiciales; y en 1996, por fin, se tomaron cartas para edificar un piso medianamente equitativo para la contienda.
El 6 de julio de 1997 postularon candidatos 8 partidos políticos, el padrón alcanzaba los 53 millones de personas, se instalaron 104 mil casillas y para atenderlas se nombraron a 733 mil funcionarios, titulares y suplentes, que eran ciudadanos que habían sido sorteados y capacitados para cumplir con la estratégica labor de recibir y contar los votos de sus vecinos; en el 99.6 por ciento de las urnas hubo representantes de al menos dos de los partidos competidores, en paralelo se celebraron elecciones infantiles con la idea de socializar a los niños en las rutinas de la democracia; por primera vez se eligió al jefe de Gobierno del Distrito Federal y además seis gubernaturas, congresos locales y ayuntamientos y por supuesto a la Cámara de Diputados.
Los resultados desataron esperanzas mil y no fueron impugnados. El PRI ganó las gubernaturas de Campeche, Colima, San Luis Potosí y Sonora. El PAN las de Nuevo León y Querétaro y el PRD la jefatura de Gobierno de la capital. Y por primera vez ningún partido alcanzó la mayoría absoluta de los asientos en la Cámara de Diputados. Los partidos opositores que refrendaron su registro y lograron contar con diputados (PRD, PAN, PVEM y PT) sumando sus representantes tenían más de la mitad más uno de los votos y modificaron incluso el ritual de instalación de aquella Cámara. Las seis reformas sucesivas, a lo largo de 20 años, ofrecían sus frutos: competencia regulada de manera imparcial en un terreno de juego más o menos parejo. La larga, tortuosa y difícil transición había terminado, ahora existían partidos implantados, capaces de competir entre ellos, lo que generaba fenómenos de alternancia y cuerpos legislativos en los cuales ninguno de ellos podía realizar su simple voluntad. Fue emocionante sin duda. Los tiempos del pluralismo equilibrado irrumpían y transformaban no solo la mecánica de la política sino generaban ilusiones -a veces desbordadas- en la sociedad.
2. Hace casi 45 años, el 24 de noviembre de 1972, Jorge Ibargüengoitia nos recordaba en Excélsior que «para percibir cambios con claridad, no hay como alejarse por un tiempo y después regresar». No le costaba trabajo hallar ejemplos: «Encontrar en la avenida Juárez, veinte años después, a la que fue el gran amor de nuestra vida; regresar a la ciudad donde nacimos y encontrarla modernizada, pasar por la casa que habitamos en la niñez y encontrarla terreno baldío o edificio nuevo, etc». (¿Olvida usted su equipaje? Planeta. México. 2016). El tiempo transforma y decanta las relaciones, el espacio público, los objetos y nuestro hábitat. Todo lo modifica. Nada queda intocado.
Extiendo uno de los ejemplos de Ibargüengoitia: 20 años después, digamos que también en la avenida Juárez, uno encuentra a su ex pareja. Recuerda quizá la atracción, las ilusiones, la pasión que envolvió aquella relación. Días y años felices, plenos, esperanzadores. Había una especie de carga eléctrica que como aura acompañaba a los dos. Veinte años después, por sorpresa, ya lo dije, se reencuentran. Y si la ruptura no fue traumática, sino en buenos términos, entonces lo más probable es que el encanto, las alucinaciones, el entusiasmo y la fogosidad que rodeó a aquella relación, se haya transformado en cariño y en una especie de aprecio reposado. No más delirio ni exageración, sino un apego tranquilo y apacible.
Veinte años después de aquellas vibrantes elecciones de 1997, las emociones que suscitan son similares a las que produce tropezar con un viejo amor.