Raúl Trejo Delarbre
La Crónica
17/01/2022
Cubrebocas, aislamiento, sana distancia. Cubrebocas, aislamiento, sana distancia. Cubrebocas… ¿Es tan difícil entender esas medidas elementales para disminuir la propagación del virus? ¿Es tan difícil ponerlas en práctica?
Para el presidente López Obrador, evidentemente sí. O no entiende, o desdeña descabelladamente esas recomendaciones.
Las imágenes del presidente contagiado de Covid-19, y a pesar de ello conversando sin cubrebocas frente a varios colaboradores suyos, son expresión de altanería e irresponsabilidad. “Creo que es gripe” diagnosticó erróneamente la mañana del lunes 10, propagando el contagio entre los periodistas que cubrían aquella conferencia de prensa. Horas más tarde confirmó que tenía Covid.
El miércoles dijo en un video, en su despacho, que iba “saliendo” de la enfermedad y aconsejó emplear Vaporub como le ponía su madre cuando “nos enfermábamos de gripe… Esos remedios y miel para la garganta con poco limón, y con eso sale uno adelante”.
El presidente menosprecia la gravedad de la pandemia precisamente cuando hay más contagios en México y el mundo. Los remedios que menciona quizá les resulten simpáticos a quienes siguen en la burbuja de ilusiones que ha creado López Obrador, pero son inútiles y esta enfermedad no es una simple gripe. Confundir a la sociedad acerca de las medidas que es preciso tomar ante la pandemia, resulta muy imprudente.
Algunos sonreirán con esos desplantes frente a la epidemia. Pero muchos más, que en estos días han sufrido la falta de atención médica en instituciones públicas, la escasez de medicamentos y la insuficiencia de pruebas, es difícil que tomen con buen humor ese desdén presidencial ante las complicaciones que trae esta fase de la pandemia.
El gobierno federal lleva casi dos años rehusándose a reconocer la importancia de las pruebas para diagnosticar y, entonces, acotar brotes de la epidemia. Por eso las adquisiciones de pruebas para nuestro país han sido limitadas. Esa reticencia a las pruebas no fue modificada ni siquiera ante la anunciada expansión del virus debido a la variante Ómicron.
Como no hay pruebas suficientes, el gobierno recomienda prescindir de ellas. Millares de personas que aguardan muchas horas por un análisis de Covid desatienden esa sugerencia porque quieren saber si se han contagiado. Los mismos funcionarios que aconsejan no buscar pruebas, se apresuran a hacerse una ellos mismos cuando han estado en riesgo de contagio.
Pruebas y vacunas, son derechos de las personas. Un Estado responsable provee de ambos recursos sanitarios sin discriminación ni politización. En México, en cambio, las pruebas de Covid son pocas en comparación con la demanda, que es proporcional a la angustia que suscita la acelerada transmisión del virus.
El avance en la vacunación es desigual e insuficiente. Hasta la semana pasada, habían recibido el esquema completo de vacunación 75 millones de mexicanos y otros 7 millones y medio solamente una vacuna. Sin embargo hay 46 millones que no tienen ni siquiera una dosis. Esos datos, calculados por el Dr. Arturo Erdely de la FES Acatlán de la UNAM, no incluyen las vacunas de refuerzo.
Algunos estudiosos como el infectólogo Alejandro Macías, de la Universidad de Guanajuato, estiman que debido a la abrumadora propagación de Ómicron en las próximas semanas se habrá contagiado la mitad de la población mexicana. Aunque el virus también afecta a quienes tienen vacunas, los más vulnerables son los 46 millones que no han sido vacunados.
Entre ellos se encuentran los niños y jovencitos excluidos del derecho a la vacuna. En Estados Unidos y en casi toda la Unión Europea, desde noviembre pasado vacunan a menores de 15 años. En América Latina, actualmente la vacunación incluye a los niños de 5 a 11 años en Brasil, Chile, Costa Rica, Perú y Uruguay. En Cuba, vacunan a niños desde los dos años.
En México la ignorancia, la testarudez y quizá los cálculos políticos del gobierno siguen privando de ese derecho a los menores de 15. En julio, el presidente López Obrador dijo que no compraría vacunas para niños porque se trata de un negocio de las empresas farmacéuticas, “es como cuando se va a comprar algo, no debemos de ser consumistas”. Pero no hay consumismo alguno en la protección a la que tienen derecho los mexicanos de todas las edades.
La variante Ómicron al parecer daña menos que las anteriores pero se expande con tanta rapidez que, como hay muchísimos contagiados, entre ellos habrá también una gran cantidad que requiera atención hospitalaria. Ignorante o indiferente ante esa realidad, López Obrador aseguró el jueves 13: “No van a aumentar las hospitalizaciones, hay hospitalizaciones, pero no están aumentando mucho”.
Dos días después, el 45% de los hospitales de la Ciudad de México se encontraba saturado o a punto de estarlo, con tasas de ocupación entre 90% y 100%. En el país, el 15% de los hospitales tenían esas tasas (datos calculados por Salvador Fajardo, @sfajardoo, a partir de información de la Red IRAG).
La mayoría de quienes logran hacerse una prueba, tienen Covid. La tasa de positividad en México, según la misma fuente y con datos de la Secretaría de Salud, aumentó este fin de semana a 61.6% y, en un promedio de siete días, fue de 56.2%.
Por fortuna, las defunciones son mucho menores que en el peor momento de la pandemia, hace un año. Sin embargo aumentaron 33% en la última semana.
En el transcurso de la pandemia y hasta comienzos de este año, según datos oficiales, México tuvo 655 mil defunciones en exceso. Eso significa que debido a la epidemia, falleció uno de cada 192 mexicanos (cálculos de @A_Tapia). En la Ciudad de México había muerto uno de cada 87 habitantes, es decir, el doble del promedio nacional.
Es muy posible que amaine, pero esta pesadilla no ha terminado.