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El debate público

Votaré por Salomón

Ricardo Becerra

La Crónica

01/06/2021

Esa tendencia a hablar de estadísticas, tendencias, números… nunca

de las personas concretas y de lo que son capaces… una forma de antipolítica.

Bernard Crick.

Como hijo predilecto del ITAM y posgraduado en Harvard, fue el primero en poner el grito en el cielo cuando el grupo de trabajo presentó las primeras conclusiones: es el salario mínimo. Era el año 2013, en una modestísima Secretaría de Desarrollo Económico de la Ciudad de México que intentaba entender la cruel situación, poscrisis financiera: los empleos se estaban recuperando con rapidez, pero en escalones salariales más y más bajos con una población mayoritaria en pobreza laboral. Los muchos programas sociales establecidos eran palmariamente insuficientes desde entonces como lo son ahora, pues a pesar de ellos, en la ciudad había más y más pobres. Y si la Ciudad recuperaría su poder adquisitivo y sacaría de la pobreza a su gente, era necesario corregir lo que estaba ocurriendo en el mercado, era necesario cambiar la política nacional del salario mínimo.

El Secretario pidió nuevos datos; reunió otros equipos, nuevas opiniones. Pidió consejos de sus mentores iracundos y organizó conciliábulos con sus amigos del mainstream que reaccionaron con aspavientos pero sin demasiada atención a las cifras. Una y otra vez, los datos se dejaban venir, demasiado rotundos.

Contra todo lo que había aprendido en las escuelas de negocios, se armó de valor y llevó las conclusiones de varios meses de trabajo al Jefe de Gobierno, quien tampoco quería saber nada de un pleito nacional frente a una política totémica de los gobiernos federales. Pero Salomón Chertorivski no tenía otro remedio: la evidencia que tenía en sus manos mostraba que el salario mínimo extremadamente bajo, afecta, sobre todo, a las ciudades, más a la Ciudad de México, que era su responsabilidad.

Se empapó de nuevas lecturas venidas de Brasil, Uruguay, E.U. y de Europa, configuró un grupo asesor del muy alto nivel y rendido ya ante la evidencia empírica y la teoría moderna, se lanzó a una de las campañas de deliberación y persuasión pública más importantes que ha escenificado la democracia mexicana en los últimos años. El ascenso del salario mínimo, con cuidadosa alianza tejida aquí y allá, al interior del gobierno, entre partidos, académicos, comunicadores, que en conjutno acabaron derribando uno de los grandes tabús del neoliberalismo autóctono. El salario mínimo necesitaba desindexar su valor de cualquier otro precio y no tendría ningun efecto negativo en la inflación ni en el empleo. Por el contrario: impulsaría la productividad y se erigiría como una barrera consistente contra la pobreza extrema en tiempos turbulentos. Dicho y hecho.         

            Esta capacidad para autosubvertirse, para seguir la pista de la evidencia, para ser fiel a sus creencias, convicciones, amistades, pero sobre todo, a la verdad, y ser capaz de empujar una agenda de manera solvente y a partir de una posición minoritaria, son rasgos muy poco comunes entre los funcionarios y los políticos de México. Y no obstante son las características que han cincelado la personalidad de Salomón.     

No es difícil adivinar que el sujeto es mi cuate, compañero de andanzas ayer y hoy, candidato a diputado por Movimiento Ciudadano, de quien quería dejar constancia pública de voto, por las razones expuestas. Pero una cosa lleva a otra.   

Votar por una persona así es especialmente útil para la Cámara de Diputados también por el equipo que compone la lista (Jessica Ortega, Mariana Saiz, Alberto Athié, etcétera) y por el activismo legislativo que Movimiento Ciudadano se propone. No solo el cocinado de las leyes, sino la vigilancia y la agenda que intentará promover. Ya lo hizo desde una modesta oficina en avenida Cuauhtémoc, cuanto mejor desde la plataforma de San Lázaro. Veremos.