Raúl Trejo Delarbre
La Crónica
12/06/2017
La celebración en Los Pinos, el domingo antepasado por la noche, describe al mismo tiempo el regocijo, los desatinos y la insensibilidad del gobierno del presidente Enrique Peña Nieto. Esa noche del 4 de junio, cuando se podía estimar con certeza que el PRI había ganado la gubernatura del Estado de México, Alfredo del Mazo y Eruviel Ávila acudieron al festejo que ya había comenzado en la casa presidencial.
Mientras la gran mayoría de los electores en esa entidad veía cómo su voto había sido superado por los adherentes que aún tiene el PRI en el Estado de México y, al mismo tiempo, que la opinión publicada comenzaba a reproducir las suspicacias, fundadas o no, sobre esa elección, el gobernador saliente y el entonces inminente gobernador electo no encontraron mejor tarea que ir a rendir cuentas al Presidente de la República.
Difícilmente habrá escena más sintomática de la subordinación que en todo momento tuvo la campaña de Del Mazo a los dictados presidenciales. El alborozo de Peña Nieto y los suyos era entendible porque apostaron todo a esa elección, en la cual decidieron que se jugaría también todo. Ganó su candidato, pero con retrocesos tan palmarios que, más allá de aquel catártico festejo, quienes conducen el PRI no tiene muchos motivos para estar satisfechos. Querían todo, ganaron poco.
El PRI en el Edomex pasó del 62% en la votación para gobernador hace seis años al 33.7% el domingo 4 de junio. Hace un sexenio recibió 3 millones de votos y ahora algo más de 2 millones. Ésos y otros datos debieran ceñir el entusiasmo del gobierno.
Después de una operación política que movilizó a esa entidad recursos y funcionarios públicos, Del Mazo recibió apenas 169 mil votos más que Delfina Gómez, abanderada de un partido que no existía hace seis años. La diferencia entre ambos es de 3.6%.
La ofuscación de quienes defienden a la maestra Gómez es semejante a la obcecación de los partidarios de Del Mazo. En vez de reconocer el avance enorme de esa candidata, de su padrino y su partido políticos, la claque a favor de Morena sostiene que le robaron la elección.
Una acusación así de grave requiere pruebas y sería deseable que, si las hay, fueran presentadas formal y públicamente.
El PRI desplegó una amplia y costosa propaganda que saturó todos los municipios de esa entidad y llevó regalos para conmover la voluntad de centenares de miles de ciudadanos. En esos casos el señalamiento de infracciones éticas no basta para afectar el resultado de la elección. Ya se sabe que el PRI (y quizá eso vale para todos los actuales partidos) no apuesta al proyecto programático, ni a la reflexión libre de los ciudadanos. En vez de ello, se ha mantenido estancado en el clientelismo populista (porque han sido populistas muchas ofertas de Del Mazo) que promueve la imagen de un candidato como si bastara su llegada al gobierno para que providencialmente mejorase la situación en el Estado de México.
Si los gastos de campaña de Del Mazo superaron los límites legales, allí habría una causa sólida para cuestionar la elección. Pero más allá de esa implicación, el dispendio de recursos, el clientelismo y ese engañoso populismo son moral y quizá políticamente cuestionables. Pero no son ilegales.
Si en el Estado de México hubo votantes del PRI que prefirieron a Del Mazo porque les regalaron un tinaco, les prometieron una tarjeta con dinero o les auguraron demagógicamente un futuro menos gris, se puede discrepar de esos motivos, pero no de su derecho a que esos votos tengan plena validez. Otros votantes, y nunca sabremos cuántos, simpatizan con ese partido por convicción, tradición o porque les da la gana.
Cuando Morena considera que los votantes por Del Mazo fueron manipulados, soslaya el hecho de que cada elector es mayor de edad. Además, de acuerdo con la información disponible, los candados formales que existen para dificultar las trampas en las elecciones no parecen haber sido violentados, al menos de manera significativa.
Desde que se inició el cómputo de votos, Morena aseguró que había ganado su candidata. La maestra Gómez y su dirigente y vocero, Andrés Manuel López Obrador, dijeron que las copias de las actas que tenían les permitían asegurar que habían ganado la gubernatura.
Ésa sería la mejor demostración de triunfo. Los representantes de Morena en las casillas tuvieron que haber recogido una copia de cada acta, cada una de las cuales debió haber sido firmada por los integrantes de la mesa electoral y los representantes de los partidos. Ése es el documento insustituible para mostrar las votaciones en cada casilla y garantizar que el cómputo general sea realmente la suma de cada uno de esos resultados.
Sin embargo, al menos una semana después de la elección Morena no había mostrado sus copias de las actas.
López Obrador exhortó a sus seguidores para que tomaran fotografías de las actas colocadas afuera de cada casilla y las enviaran a su partido. ¿Para qué quería fotos si el partido tenía representantes en las casillas electorales y ellos tuvieron que haber recibido copias de cada acta?
La misma noche del domingo 4 el dirigente de Morena contribuyó a la confusión cuando aseguró, a partir del conteo rápido que dio a conocer el Instituto Electoral, que en el Edomex había un “empate técnico”. López Obrador no entendió la diferencia entre una encuesta, que tiene márgenes de error respecto de las opiniones que ha recogido, y un conteo rápido que se origina en resultados electorales identificados en una muestra de casillas.
Más tarde, hacia la mitad de la semana, el dirigente de Morena sostuvo que las irregularidades más importantes en el Edomex estuvieron en cinco distritos (Valle de Bravo, Ixtlahuaca, Tejupilco, Jilotepec y Atlacomulco), donde según los resultados oficiales Del Mazo ganó con porcentajes de participación más altos que en el resto de la entidad.
En efecto, frente a la participación promedio que en el Estado de México fue del 52% en números redondos, la asistencia a las urnas en Atlacomulco fue del 61% y allí Del Mazo obtuvo casi el 50% de la votación. En Ixtlahuaca y Jilotepec, la participación fue del 64% y los votos para Del Mazo ascendieron a 53% y 47%. En Tejupilco, con asistencia del 63% a las urnas, el PRI recibió 48%. En Valle de Bravo el 66% de los ciudadanos fue a votar y, de ellos, lo hizo por el PRI el 53%. Todos estos datos los hemos calculado a partir de la lista nominal de enero pasado y con información del 98% de las casillas según el Programa de Resultados Preliminares. Del Mazo obtuvo casi el 34% de la votación en todo el estado.
Eso significa que en donde hubo más participación al PRI le fue mejor. Las estimaciones de algunas encuestadoras sugerían que ocurriría lo contrario, es decir, que más gente en las urnas beneficiaría más a los candidatos de oposición. Las causas de la alta asistencia en esos cinco municipios pueden dar pie a diversas especulaciones. Muy posiblemente allí funcionó mejor el clientelismo priista. Pero en todo caso no es la primera vez que sucede.
En la elección para diputados locales en 2015, por ejemplo, todos esos municipios los ganaron candidatos del PRI en alianza con el PVEM. Las tasas de participación fueron similares a las de hace una semana: 60% en Atlacomulco, 57% en Ixtlahuaca, 70% en Jilotepec, Tejupilco y Valle de Bravo. Los votos por el PRI, en aquella ocasión llegaron a 49%, 47%, 37%, 40% y 53%, respectivamente. En esos cinco municipios el PRI ganó, en promedio, 5.4 puntos porcentuales.
La persuasión electoral con recursos clientelares no se resuelve sólo a partir de las instituciones electorales y tiene fuertes raíces sociales y culturales. El contexto de esa vieja política es la pobreza. Sin embargo, aun en las zonas más desamparadas los ciudadanos deciden y, por lo general, pueden hacerlo en libertad. Por eso resultan vejatorias expresiones como las de López Obrador cuando dice que, por su candidata, votaron “ciudadanos libres que no fueron acarreados ni son votos comprados”. ¿Entonces los electores de otros partidos fueron manipulados?
En diferentes tonos, la desilusión de un segmento de la sociedad por el resultado en el Estado de México se ha enderezado contra los electores. Con transparente vulgaridad la senadora Layda Sansores, que conoce bien las manipulaciones electorales porque proviene del priismo más atrasado y que ahora es destacada integrante de Morena, aseguró que la maestra Delfina Gómez “gana en concentraciones urbanas y pierde en zonas de tepocatas y lagartijas con el voto del hambre”.
Algunos hubiéramos querido que hubiera renovación en el gobierno del Estado de México. Pero escindir a los votantes en atinados y manipulados como hacen quienes buscan explicaciones fáciles a ese resultado electoral no ayuda a entender nada y conduce a posiciones discriminatorias. Si hay irregularidades documentables, ya se está haciendo tarde para que sean exhibidas. Pero cada voto emitido de acuerdo con las reglas electorales vale lo mismo, aunque no nos gusten los votos de todos los ciudadanos. Así es la democracia. Cualquier otra opción, como sugirió Churchill en su clásica definición hace siete décadas, es peor.