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El debate público

Vuelcos en la incertidumbre: la ira del tiempo

 

 

 

Rolando Cordera Campos

El Financiero

27/09/2018

 

Sin apenas conmoverse por la violencia, que sofoca todo ánimo, la transición presidencial sigue su terso curso sin que, por otro lado, sus protagonistas acierten a encontrar la retórica indispensable para calar en el espíritu ciudadano despertado por la campaña presidencial del ganador. Surgen así una serie de archipiélagos, donde la especulación de toda laya se aposenta y nubla el panorama que todos decimos buscar y que tiene que ver con la perspectiva abierta por el estilo personal de gobernar, pero que nunca es resuelta por éste.

Una y otra vez se clama por un orden elemental de las expectativas despertadas y, de ser posible, por un plan de gobierno que ordene y dé cauce a los recursos. Todos o casi todos, suponen que esto tendrá que darse por etapas. Convertir este conocimiento en sensibilidad social es parte también de los desafíos iniciales del nuevo gobierno.

El arranque de la nueva administración puede ser todo menos apacible, aunque el presidente electo y el gobierno saliente hayan empeñado lo mejor de sus fuerzas para hacer del tránsito un momento ejemplar de nuestra evolución política. Sin un contexto de oposición político significativo, el nuevo grupo contará con el beneficio de la duda de muchos y con el invaluable activo de unas fuerzas políticas adversas, punto menos que mudas y sordas. Miopes ante los escenarios abiertos por el enorme vuelco político del pasado primero de julio.

Tener una mayoría promete y compromete. Obligan a arriesgar estrategias de abierta administración de esperanzas. Hace años, cuando Alfonsín ganó la presidencia de Argentina después de la larga noche de la dictadura criminal que asoló la tierra de Sarmiento, algunos de sus partidarios se plantearon con seriedad y angustia la necesidad de contar con reformas que le permitieran al presidente “ganar tiempo” y dar al reclamo multitudinario que emergía, después de tanta violencia criminal, un horizonte de cumplimiento que se alejara de la frustración y el desencanto.

Alfonsín no pudo crear tiempo adicional y su gobierno acabó mal, pero su país pudo encarar una de las peores crisis financieras e inflacionarias de que se tenga memoria. La población, en particular la que formaba filas en la “patria peronista” supo y pudo aguantar el chaparrón del ajuste y la implantación de otro experimento extremo de cambio estructural, hasta acuatizar en una guerra infame perdida, un desplome catastrófico de sus finanzas y un alarido desde el subsuelo: “que se vayan todos” y nos dejen en paz.

Nada de esto tiene por qué trazar nuestras coordenadas para el cambio político más formidable que hayamos vivido, en medio de nada halagüeñas circunstancias económicas nacionales y foráneas. El tiempo es otro, aunque el contexto se empeñe en parecer el mismo. Por lo pronto, habría que insistir en lo que está a la mano, aunque suela soslayarse: la sociedad no debe ser castigada de nuevo con una caída en el crecimiento económico, de por sí magro, que hemos tenido.

La economía debe ser progresivamente liberada de las ya largas amarras financieras y empezar a mostrar sus potencialidades realmente existentes para, desde ahí, dar lugar a un programa nacional de inversiones que sustente una recuperación creativa de la economía mixta que nos permitió “desenrollarnos” (O. Paz) y presumir de modernos.

Por último, pero no al último: una cultura que, sin renunciar a estar en este mundo cruel, ancho, ajeno y fascinante, auspicie un (re)encuentro de los mexicanos con su identidad nacional y sus ansias de sentirse comunidad, nación, contingente robusto para transitar por una globalidad hostil y rejega, pero también promisoria y desafiante.

Sabia virtud de conocer el tiempo y, como señala el refrán, dar tiempo al tiempo…