Ricardo Becerra
La Crónica
06/11/2016
Cuentan los egresados de economía del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), que el primer mandamiento que aprenden de sus severos maestros es este: “No desearás determinar ningún precio”, y el ejemplo clásico es el salario mínimo: si lo mueves harás patinar todo lo demás, caerá el empleo, subirán los precios y el equilibrio de “los mercados” sufrirán.
A esa hipótesis se le conoce como “modelo competitivo”: una relación numérica diseñada en los años cuarenta, que se viene repitiendo -sin chistar- en todas las escuelas de negocios del mundo, y por supuesto, adoptada tal cuál por nuestro perezoso, Banco de México.
Ha pasado medio siglo y mucha investigación, descubrimientos y la constatación de que el famoso “modelo” no se cumple casi en ninguna parte, pero sigue siendo la piedra arrojadiza para negar la realidad (y contener los salarios) en el ITAM como en muchas otras instituciones portadoras de la ideología económica dominante.
La novedad es que el mundo se les viene encima. Por ejemplo, Dan Price, el líder director de Gravity Payments, en Seattle, rechazó su sueldo que superaba el millón de dólares, para que –con el costo así liberado- todos sus trabajadores cobrarán el doble.
¡Ajá! El factor empresarial sagrado -la ganancia- se puede tocar, modificar, achicar y como los beneficiados son seres humanos, los empleados hicieron una vaquita para regalarle al jefe un Tesla Model S de 70 mil dólares.
Todos ganan. Más empleo, más salarios y mejor empresa moviendo el factor supuestamente intocable: la ganancia, que al cabo fue más grande. Y lo mismo ocurrió en otra organización de gran escala.
Entre 2015 y 2016 Walmart ofreció al cliente norteamericano tiendas más limpias, ordenadas, amables y obtuvo mayores ventas. ¿Cómo? Pagando más allá del salario mínimo federal a sus empleados.
Walmart –como las autoridades laborales mexicanas- tenían fama de mantener el salario lo más abajo posible. Pero a principios de 2015, Walmart estudió y cambió: anunció que pagaría más a sus trabajadores. Y esto puso a prueba –a gran escala- el argumento básico del “modelo competitivo”. Y el resultado es que la teoría estaba rematadamente equivocada: de manera casi instantánea Walmart construyó un ejército de trabajadores mejores, más leales y bastante más productivos.
Tan solo un año después, la proporción de tiendas que habían recuperado la satisfacción del cliente, subió 75 por ciento. Las ventas están aumentando sostenidamente y esto causó un impacto inmediato en las ganancias y en el precio de las acciones de la compañía en la Bolsa. Walmart incrementó el salario promedio por empleado a 13.7 dólares por hora, un 16 por ciento más desde 2014. Y en el mismo lapso, los precios al consumidor subieron sólo un 2.1 por ciento. Es decir: el salario subió ocho veces mas que los precios: muchos más beneficios a la gente y poca inflación.
Así que la evidencia, y no la dogmática, ha encontrado (en la mayor empresa del mundo que contrata), gente que se vuelve más productiva cuando paga más: sus empleados trabajan más duro y muestran mayor lealtad en relación con las personas que sienten que están en un trabajo estancado, expoliador y sin salida.
En dos años, el experimento de Walmart, vio que el gasto en sus propias tiendas de sus propios empleados, ha aumentado, ofreciendo una prueba a favor, no del viejito modelo competitivo, sino del modelo de “salarios de eficiencia”. Nuestra economía sería mejor si todos los salarios subieran, o al menos, si subieran de modo importante, los salarios mínimos.
Hacienda y Banco de México no pueden seguir sosteniendo el mismo modelo de hace dos años: el mundo cambia (en Walmart, Alemania o Uruguay): los salarios mínimos no son lo más bajo que se pueda, sino los que elevan la relación productiva -y moral- de los trabajadores con su empresa. Volveremos con el tema.