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El debate público

Zorba: el tabasqueño

Ricardo Becerra

La Crónica

19/08/2024

«¿Han visto alguna vez un desastre más esplendoroso?». En el diálogo final, es eso lo que dice Zorba (Anthony Quinn), a Basil (Alan Bates). Una maravilla de catástrofe, desorden, mutilación que la locura del griego provocó por el enredo amoroso y ambicioso con la viuda (nada menos que… Irene Papas).

Así puede culminar uno de los últimos diálogos de “despedida” entre López Obrador y la presidenta electa, Claudia Sheinbaum: “Mira qué maravilla de catástrofe, qué esplendor ruinoso, que despojo en casi todas las materias” (y el tabasqueño, no tiene ni de lejos, la gracia para bailar y enseñar a bailar aquella pieza de M. Theodorakis).

En el último pedazo de su sexenio, así andamos en México: el presidente saliente le está heredando a la triunfadora un territorio desordenado, inestable y cargado de conflictos: frente a la oposición política, frente a otros poderes constitucionales, frente a los empresarios nacionales inseguros por la incertidumbre jurídica, mercados financieros en estado de ansiedad y frente a los Estados Unidos que han decidido no colaborar (y por si fuera poco, frente a grandes bandas del narcotráfico alebrestadas).

Claudia Sheinbaum recibe así, un país deliberadamente expuesto, sobrecalentado, casi como chantaje, en el filo de muchas navajas. Digan que exagero y ríanse… si se atreven.

El “Plan C” sintetiza esa vocación que -según nuestro Zorba nativo- consagra tal destrucción: no zigzaguear, asegurar su “cuarta transformación”, atar su legado al costo que sea, al costo del más difícil inicio de sexenio desde 1994.

En economía las cosas están empeorando. Del fantasioso “momento mexicano” ya no queda casi nada y según la CEPAL creceremos menos de 2 por ciento este año, y 1.5 por ciento el año que viene. ¿Algún economista serio esperaba otro resultado dada la austeridad maniaca que nuestro Zorba aplico durante casi todo su sexenio? Habremos acumulado un crecimiento de 0.7 por ciento al año desde 2019, el peor sexenio desde Miguel de la Madrid.

En ese estancamiento se asoma la posibilidad muy real de una recesión por el freno y cautela de las inversiones privadas que han puesto paréntesis a sus decisiones dada la reforma judicial que está heredando en su última hora el Presidente López Obrador, en una sucesión de estafeta envenenada.

¿Y qué pasará con la inversión pública? Pues quedará sujeta a la doble tensión impuesta por Zorba, es decir, el siguiente presupuesto nacional tendrá que reducirse forzosamente para financiar el alto nivel del déficit que arroja este año, menos gasto, más pago de deuda.

Más destrucción en el sector educativo, devuelto por completo al poder corporativo. Hoy menos jóvenes y niños estén inscritos en una escuela. Antes de la pandemia había un total de 30.1 millones inscritos en el sistema de educación básica y media superior, al salir de la emergencia, se había reducido a 28.8 millones, un descenso matricular de 4.2 por ciento, algo nunca visto desde la revolución. Al mismo tiempo la calidad de la enseñanza es más baja en todas las áreas importantes: comprensión de lectura, matemáticas y ciencias.

Y por supuesto, el desmantelamiento del sistema público de salud y la privatización de los servicios sanitarios (el 60 por ciento de las consultas se realizan ya en los consultorios adyacentes a las farmacias del país).

No se ha aumentado, sino que se ha reducido la esperanza de vida a 4.2 años por mexicano, y en estados como Veracruz la mortalidad por maternidad ha aumentado, sin hablar ya de la documentada, demostrable y enorme mortandad en la pandemia (más de 833 mil 473 fallecidos).

En otra materia clave -seguridad pública- el Presidente también bate récords y deja una estela de 194 mil 847 homicidios dolosos en su sexenio (hasta ayer), lo que equivale a 95 homicidios diarios, una tasa mucho más alta que la de Peña Nieto, Fox y 1.9 veces la de su archirrival, Felipe Calderón.

Aumentaron los delitos de alto impacto: las extorsiones 56 por ciento, las desapariciones 50.4 por ciento y el territorio bajo control del crimen, 30 por ciento, en relación a 2018.

Podemos seguir con el inventario de la destrucción institucional o ambiental, cultural o científica, pero la política es la peor herencia, el peor de sus legados, el que está obligando a la presidenta electa a ejecutar -ella- el libreto definitorio del autoritarismo que no pudo completar el Zorba, durante su gestión.

Porque el “Plan C” no es otra cosa que un manual para una pasmosa centralización del poder, desconocida en el México del siglo XXI y aún antes. La minuta que ya ha sido circulada en la Cámara de Diputados implica tres hechos que destartalan al Poder Judicial mexicano: se ejecuta una purga absoluta de su personal, introduce un mecanismo que reduce la independencia de los jueces, los expone a una cooptación política clara y los somete a un “Tribunal de Disciplina Judicial” dispuesto para vigilar y castigar a los juzgadores que no se sometan a la férula del centralismo.

Además, arrebata la autonomía constitucional a dos órganos que por su función necesitan la independencia del poder: el Instituto Nacional Electoral y el Instituto Nacional de Acceso a la Información, con varios añadidos de disolución de otros organismos profesionales de regulación y de control.

Por si fuera poco, el plan -autoritarismo constitucionalizado- desaparece a los organismos electorales locales para que cualquiera de los comicios que se celebren en México (cualquier cargo de elección popular) dependa de un INE languidecido e igualmente sometido al control centralizado.

Y la desaparición de los diputados de representación proporcional, consumará la obra: minimizar la oposición, cancelar el diálogo, las decisiones concertadas, los acuerdos, el pluralismo.

Hacia ese país vamos y no por voluntad de los votantes, sino como una herencia que está siendo asimilada con gusto y sin chistar.

De modo que el nuevo gobierno, sin programa propio visible, será el encargado de desmontar las últimas piezas fundamentales de la democracia. Su destino será haber sido electo democráticamente para acabar dando al traste con la democracia que -para mayor ironía- su generación ayudó a construir.

Pocos ejemplos en la historia reciente de un fracaso y un retroceso político de tales dimensiones.

Felicidades, señor Zorba, ha dejado y sigue preparando, las condiciones para un espléndido desastre.