Raúl Trejo Delarbre
La Crónica
30/08/2021
Temor y esperanza: el que comienza hoy es un retorno a clases empañado por desinformación y dudas.
La vuelta a las aulas ya era urgente. La enseñanza a distancia fue un fracaso, a pesar del esfuerzo de profesores y alumnos. La deserción escolar ha sido terrible: en el ciclo anterior dejaron de inscribirse 5.2 millones de estudiantes, según el INEGI. Pero este regreso podría haber sido menos improvisado.
Nuestras escuelas reabren con los mismos protocolos sanitarios de marzo del año pasado. En aquella etapa se pensaba que una de las principales vías para la transmisión del virus era el contagio táctil. Ahora se ha demostrado que la propagación más importante es por vía aérea, cuando se respiran partículas que han dejado personas infectadas y que, en espacios cerrados, permanecen hasta por varias horas.
En decenas de miles de escuelas se desplegarán protocolos que no enfrentan la principal vía de contagios. Millares de profesores y padres de familia tomarán la temperatura en las puertas de los planteles. Sin embargo el porcentaje de personas contagiadas y que no experimentan síntomas va del 40% al 60%, según diversos estudios. Lo que haría falta es preguntar todos los días si en casa hay alguien con síntomas respiratorios o gastrointestinales, o algún malestar general, como sugieren las elementales pautas de los investigadores Andreu Comas y Rafael Bojalil (“Un regreso a clases seguro es posible” en Nexos en línea, 11 de agosto).
Las comunidades en numerosas escuelas se han esforzado para desinfectar salones y en muchos casos colocaron tapetes para esterilizar los zapatos, sin tomar en cuenta que son medidas superfluas. No está mal el aseo en profundidad pero la fumigación de pupitres, como si el virus se hubiera agazapado allí durante año y medio, da una falsa sensación de seguridad.
La sana distancia de metro y medio, a la que se invoca como mantra anti-covid, tampoco estorba pero no basta. En una conversación el virus puede expandirse por seis o más metros. Hay casos documentados, como el de la profesora en California que no estaba vacunada y que se quitó el cubrebocas durante algunos minutos para leer un texto en clase. Dos días después ella y la mitad de sus 24 alumnos estaban contagiados (The Washington Post, 28 de agosto).
Sería deseable que hubiera sistemas de filtración del aire del tipo HEPA (High Efficiency Particle Arrestor) que atrapan partículas muy pequeñas. Ojalá que cada escuela tuviese medidores de dióxido de carbono que indican la calidad del aire. Y que hubiera pruebas regulares, sobre todo tipo PCR, para identificar contagios. La gran mayoría de los planteles carecerá de esos recursos, los dos primeros porque no hay presupuesto ni siquiera para necesidades elementales más allá de la pandemia. Tampoco hay pruebas de Covid-19 porque las autoridades de Salud, en otra manifestación de ignorancia e indolencia, las han desdeñado.
Lo que hay, son carencias históricas que se agravan en la epidemia. En julio del año pasado el entonces secretario de Educación Pública, Esteban Moctezuma, informó que más de 27 mil escuelas no tenían agua potable y que al inicio del actual gobierno eran 55 mil. Se trata de escuelas de todos los niveles, en un universo de 233 mil. Es decir, en una de cada doce en el país no había agua potable cuando ya estábamos en pandemia.
El ahora desaparecido Instituto Nacional de Evaluación Educativa, con datos de 2014 a partir de una muestra de las 93 mil 600 primarias que había entonces, encontró que únicamente 62% disponía de agua toda la semana. En 58% no había agua purificada para beber. 19% carecía de tazas sanitarias. En el 6% no había ningún sistema de drenaje o fosa séptica.
Ese es uno de los flancos más desatendidos de nuestro enorme rezago educativo. Ahora ni siquiera contamos con el INEE que tenía, precisamente, la tarea de evaluar el estado de la educación. El regreso a clases resulta necesario pero en vez de considerar, con respaldo en diagnósticos científicos, cómo y cuándo era pertinente, el presidente impuso la fecha del 30 de agosto. Los improvisados lineamientos oficiales para retornar a la escuela repiten las recetas de hace año y medio para evitar contagios (termómetro, sanitizaciones, distancia de 1.5 m.) y desdeñan las medidas más importantes.
La “Guía para el regreso responsable y ordenado a las escuelas” para el ciclo escolar 2021 – 2022” de la secretarías de Educación y Salud contiene detalladas indicaciones para formar comités en cada escuela, lavarse las manos y limpiar los planteles. Pero entre las 13 mil palabras que hay en sus 56 páginas, sólo en dos dice que hay que abrir ventanas.
La “Estrategia Nacional para el Regreso Seguro a las Escuelas de Educación Básica” de la Subsecretaría de Educación Básica, es un documento de 86 páginas “revisado por la Dirección Normativa de Salud del ISSSTE”. Allí se establece: “Cada sesión o clase durará máximo 50 minutos para facilitar la ventilación de las aulas. Entre cada clase o sesión se deberá realizar un receso de 10 minutos para desinfectar los espacios”. Esa es una indicación errónea: la ventilación debe ser constante. Será difícil en invierno pero, por lo pronto, hay que hacerlo. La palabra clave, que en ese texto no aparece, es ventanas.
Y claro, faltan vacunas. Para todos. Niños y jóvenes también se contagian, y contagian a otros.
Buena suerte en este retorno a las aulas. Que la esperanza, pero también las precauciones, venzan al miedo y los contagios. Por favor: mantengan el cubrebocas y abran las ventanas.