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El debate público

¿Por qué saludarnos se ha vuelto tan difícil?

Ricardo Becerra

La Crónica

31/08/2021

Leo un pasaje del periodista alemán W. Frischauer (recogida por la enciclopedia El III Reich, Noguera, Madrid, 1974) en el que describe a la violencia política persistente y creciente, esa que precede al fascismo, como un magma que acaba quemando el conjunto de las relaciones sociales y más allá, el conjunto de las relaciones humanas por una llama sofocante que proviene desde la política misma: “La psicología de la gente cambia… la irritabilidad se vuele el estado de ánimo dominante porque el mensaje es ‘mantente en estado de alerta’… la polarización es una psique colectiva que catapulta la ira y la sinrazón, es una necesidad del juego político en curso y una pauta necesaria para ser aceptable los desplantes gubernamentales… la violencia separa y rompe hábitos, educación y costumbres, incluso el saludo al prójimo se vuelve cosa difícil” (p.361).

Esto recordé ayer y el sábado anterior, cuando vi las imágenes del enfrentamiento en pleno centro de la Ciudad de México entre granaderos y alcaldes electos, por un lado, y cuando en las redes sociales se multiplicaron las imágenes del presidente de la república sitiado por una banda de la CNTE, probablemente el principal grupo de presión en el país, esta vez en Chiapas. Luego la persecución violenta ejercida contra los migrantes en la misma frontera sur de México.

En un territorio en el que abunda la muerte y las fosas clandestinas y donde los homicidios y la operación de grupos criminales no deja de crecer ni de espantar, de todos modos, no deja de llamar la atención estas violencias decididas por gobiernos o por grupos políticos expertos en el chantaje. Parece ser que somos una sociedad que ha mutado para resolver sus asuntos cada vez menos a través de la palabra, a través de la política, para hacerlo cada vez más, echando mano de la majadería, la falta de respeto, la coerción y la violencia.

Estamos quizás, en un nuevo orden social, como ha advertido Fernando Escalante desde hace varios años, no dentro de una coyuntura, no un Estado, sino en un orden social violento que sin embargo, ahora se acelera y se atiza desde el gobierno mismo.

Concentrémonos en la Ciudad de México. No se entiende, bajo ningún parámetro que no estemos viviendo un proceso de transición de los poderes públicos con el mismo orden y el mismo trato con el que recibieron sus respectivos cargos los alcaldes de Morena, hace tan solo tres años. Reuniones previas, encuentro de equipos administrativos, diálogo, el cumplimiento más elemental de los procedimientos y las formas ¿por qué está resultando tan difícil repetir esas buenas artes de la política y de la simple convivencia? ¿Por qué no sabemos guardar esa lealtad para con el adversario? ¿por qué incluso saludarnos, se ha vuelto tan difícil como anota Frischauer?

Sé que la respuesta excede una cuartilla pero hay dos factores que debemos advertir: el recurso de la polarización ha llegado demasiado lejos, ha exacerbado absurdamente las diferencias y sobre todo, ha cancelando canales de comunicación con los que, sin embargo, no podría sobrevivir una sociedad plural ni una política compleja, como la nuestra. Y segundo: el autoengaño de la “transformación histórica”, la ilusión, el espejismo según el cual, los del gobierno, la coalición morenista, creen estar protagonizando una redención nacional y no un un encargo normal, una administración pública, que dura tres años y que puede ser removida normalmente por los voto de una ciudadanía normal. Para una psicología imbuída en esa alucinación, la alternancia política parece ser una asignatura insoportable.    

Hay que decirlo: la convivencia política está quebrándose, cediendo el paso a las formas filibusteras y violentas. Es hora de dar dos pasos atrás en la polarización y en la alucinación populista, para retomar una deliberación democrática, para poder reconocernos educadamente y para podernos saludar.