Salomón Chertorivski Woldenberg
El Financiero
02/10/2015
Hace solamente unos días, más de sesenta urbanistas, arquitectos, economistas, ambientalistas, especialistas, funcionarios de varios niveles de gobierno y representantes de varias ciudades del mundo que han experimentado el cierre de aeropuertos y grandes cambios urbanos, se dieron cita en el Museo Tamayo para participar en el Foro “La Gran Transformación Urbana: Aeropuerto y Ciudad” (todas las ponencias pueden consultarse en: http://grantransformacionurbana.sedecodf.gob.mx/micrositio/)
Con este evento público y transmitido en vivo a través de Internet, el Gobierno de la Ciudad de México dio inicio a un amplio proceso de aprendizaje, reflexión y deliberación públicas, que seguirá en los siguientes meses, sobre la transformación del actual aeropuerto de la Ciudad de México, una vez que deje de operar en octubre de 2020.
Las experiencias internacionales, las opiniones de los ponentes, la información, las preguntas, han quedado ya allí, en el registro público, perfectamente documentadas, abiertas a todo el mundo y disponibles para consulta y referencia a medida que se den los siguientes pasos. Conforme al mandato de Miguel Ángel Mancera, en los siguientes meses el gobierno de la Ciudad recogerá y procesará toda la información y los puntos de vista, para construir con los capitalinos “la opinión de la Ciudad”. Pero vale la pena ofrecer, desde ahora, algunas reflexiones y conclusiones fundamentales de este primer ejercicio de aprendizaje y discusión:
Primero: por principio y por viabilidad práctica, es indispensable construir, desde el inicio, la legitimidad social y democrática de cualquier proyecto de cambio urbano asociado al terreno del aeropuerto. Cuando sociedades plurales y democráticas como la nuestra se enfrentan a una decisión de esta magnitud, es indispensable que los ciudadanos y todos los actores interesados encuentren canales significativos para reflexionar, discutir, participar y apropiarse, en sentido democrático, del proceso y de la decisión misma. Sea cual sea la decisión a la que se llegue, los capitalinos deben encontrar reflejadas en ella sus preferencias, necesidades y aspiraciones colectivas. En ese sentido se pronunció el propio gobierno federal, con quien el gobierno de la Ciudad mantendrá un diálogo abierto e institucional.
La fórmula para materializar la participación social no es única ni evidente, pero el principio es poderosísimo e ineludible: la Ciudad, entendida como una comunidad democrática a la que pertenecemos todos, debe participar colectivamente de la decisión de lo que allí ocurra. Las implicaciones para el procedimiento son múltiples: transparencia total a cada paso; necesidad de diseñar un auténtico plan de participación social; divulgar ampliamente información precisa; socializar todos los planes y posibilidades; proveer y fomentar espacios de discusión; adoptar un modelo de gestión flexible e intrínsecamente abierto a la participación; y garantizar que no ocurra ninguna obra, decisión, o concesión de derechos dentro del terreno del aeropuerto en tanto se desenvuelve este proceso de deliberación colectiva.
Segundo: como lo muestra la experiencia del mundo, los procesos de este tipo no se reducen a la reconversión de un enorme espacio físico, ya de por sí con grandes implicaciones para el futuro urbano de varias generaciones, sino algo más: ofrecen una oportunidad para abrir una discusión colectiva sobre el tipo de ciudad y sociedad que somos y que deseamos construir hacia el futuro, revisar el pacto social que subyace a la convivencia y hacer ciudadanía. Alrededor de un terreno así podemos transformar la manera en la que decidimos sobre el espacio urbano y el entendimiento democrático de la Ciudad misma. Dicho de otro modo, no se trata solamente de un polígono específico o 746 hectáreas, sino de discutir y definir los patrones de convivencia, planeación y desarrollo urbanos para las siguientes décadas. Por ello, también, la deliberación pública y la participación social amplia, informada y constante deben ser las piedras angulares del proceso.
Tercero: precisamente porque se trata de un asunto de interés común, que afectará de manera directa la vida de millones de personas, es indispensable garantizar el liderazgo y la conducción públicas del proceso. Es necesario adoptar un modelo de gestión que permita al Estado echar mano de todas sus capacidades de coordinación, regulación concertación y supervisión para que prevalezca el interés público, y se capitalice así la oportunidad irrepetible de regeneración urbana que se abre ante la reubicación del aeropuerto. Por su importancia para el futuro de la Ciudad, de ningún modo puede sacrificarse el proceso a la especulación inmobiliaria, la destrucción ambiental, subordinarse a intereses particulares, o convertirse en un mero apéndice del proyecto de construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.
Cuarto: ni siquiera hablando en términos estrictamente espaciales, se trata simplemente de 746 hectáreas. La información, la discusión, los proyectos, no pueden limitarse a ese polígono, como si se tratara de un espacio aislado económica y socialmente de su entorno y del resto de la Ciudad. El terreno que dejará el aeropuerto debe ubicarse, discutirse y planearse en su contexto, con una visión metropolitana, y considerando las necesidades y especificidades de la zona. Lo que allí se haga tendrá un enorme impacto urbano y regional.
Quinto, pero de ningún modo menos importante: hay que pensar, centralmente, en las oportunidades para los más desfavorecidos, la equidad y la cohesión social. En cada ponencia, en cada mesa, hicieron su aparición las profundas desigualdades económicas y sociales, los contrastes y las asimetrías en el acceso a infraestructura, empleo, servicios o bienes culturales, que se expresan en la inaceptable fractura entre el oriente y el poniente de la Ciudad. Y en efecto, los problemas de exclusión, pobreza, desigualdad, servicios públicos insuficientes, segregación, tienen una clara expresión espacial, en el área de influencia directa del actual aeropuerto y en los patrones de desarrollo que ha vivido la Ciudad.
A esa división, hay que sumar que el cierre del aeropuerto tendrá un efecto en un número enorme de empresas y familias que hoy dependen de la actividad económica alrededor del aeropuerto para su sustento. En este panorama, el cierre del aeropuerto nos ofrece una oportunidad única, inmejorable de intervención allí donde nuestra deuda como sociedad es mayor. Resarcir injusticias, integrar el oriente, incorporar al desarrollo a quienes menos tienen, imaginar y construir una ciudad más cohesionada y equitativa: ése es el reto y la oportunidad que tenemos enfrente.