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El debate público

Alternancia es el nombre del juego

María Marván Laborde

Excélsior

09/06/2016

Nadie podrá negar cuán sorpresivos fueron los resultados electorales, ni siquiera los encuestadores imaginaron lo que sucedió el domingo; y digo imaginar porque otra vez fallaron, no supieron medir el tamaño del descalabro que el PAN y el PRD le propinaron al PRI.

Espero que no se quiera remediar la incapacidad técnica de las casas encuestadoras con cambios a la legislación y controles del INE. Sólo el mercado debería encargarse de castigarlos. Ni medios de comunicación ni partidos deberían contratar a quienes todavía no atinan cómo medir a esta sociedad plural, cambiante y con celulares.

Una vez más, los electores mexicanos demostraron ser mucho más maduros y sofisticados de lo que les gusta reconocer a los partidos políticos. Como en 2015, exhibieron sus conocimientos y convicciones: el voto es un arma eficiente para quitar del poder a quienes han gobernado mal.

De 12 gubernaturas en juego, en ocho hubo alternancia. Las acusaciones de ineficacia, pero sobre todo de corrupción, pesaron en el elector. La indignación de la sociedad resultó más dañina de lo que calculó el PRI.

Las alianzas entre el PAN y el PRD fueron eficientes en Quintana Roo, Veracruz y Durango. Ya en 2010 estos dos partidos habían probado las bondades electorales de estos “matrimonios de conveniencia”. Desgraciadamente, en ambas experiencias los gobiernos fueron desastrosos. Tanto Oaxaca como Sinaloa regresaron a manos del PRI. Más allá de coordenadas ideológicas, podemos asegurar que los electores son bondadosos para dar el beneficio de la duda, pero despiadados al castigar al partido en el poder.

Tanto Anaya, presidente del PAN, como Basave, presidente del PRD, han dicho que las alianzas de 2016 se sustentan en sendos proyectos de gobierno. Más vale que la población conozca estos programas y que sus gobernantes hagan evidente la diferencia. En Veracruz tienen sólo dos años para convencer a los ciudadanos de que valió la pena votar por Miguel Ángel Yunes. La presión para dar resultados es apremiante. Austeridad y honestidad deberán demostrarse desde el proceso de transición.

La participación en los doce estados que eligieron gobernador estuvo por encima de los promedios históricos, en muchos casos rebasó el 50 por ciento. La mejor noticia de esta elección es la convicción democrática de la población. A pesar del descontento, los mexicanos creen en el cambio a través de la vía pacífica del voto. Todos los partidos, incluido el PRI-PVEM, deberían aquilatar la oportunidad que les están dando los ciudadanos.

Llevamos años diciendo que la legitimidad de los partidos está por los suelos, que nadie cree en los políticos, que la oposición ha sido incapaz de mejorar la calidad de los gobiernos; si bien todo esto es cierto, lo que vimos en esta elección es que, a pesar de todo, los ciudadanos están convencidos de que las elecciones sirven y que el cambio de partido en el poder genera esperanza.

Estoy convencida de que el cinismo con el que los legisladores entorpecieron el proceso legislativo para avanzar en el Sistema Nacional Anticorrupción les costó caro en las urnas. Si bien es cierto que hay resistencia en todos los partidos, el PRI y el PVEM fueron identificados por la opinión pública como los únicos villanos.

Es imposible saber con precisión por qué los electores votaron como lo hicieron. Tampoco podemos aislar la influencia de una sola institución, pero en esta elección podemos lanzar la hipótesis de que cuando la Coparmex, cuna de Maquío Clouthier, está enojada, puede hacerle mucho daño al PRI. Manifestaron sus reclamos al Congreso de la Unión en la  llamada “Declaración de Tijuana” (19 de mayo 2016). Sentenciaron:

“Si los políticos no quieren comprometerse con la transparencia y la rendición de cuentas, que asuman las consecuencias en las urnas. Comenzaremos con aquellos que están pidiendo su voto en los 12 estados donde habrá elecciones para gobernadores el próximo 5 de junio”.

Los partidos deberán aprender que el elector puede darles un voto de confianza, pero no un cheque en blanco. Si son incapaces de demostrar que pueden gobernar bien y honestamente, el mismo elector que los hizo llegar hoy, los mandará de regreso a su casa mañana.