Raúl Trejo Delarbre
La Crónica
04/10/2021
La primera página del primer número de Plural comienza con un ensayo de Claude Lévi-Strauss. Era octubre de 1971. El antropólogo francés acababa de publicar el último tomo de sus Mitológicas. El texto inaugural en la revista de Octavio Paz discutía la construcción de la idea de América a través de sus mitos. “El interés que creemos tener en el pasado no es pues, de hecho, sino un interés en el presente; al ligarlo firmemente al pasado, creemos hacer más duradero al presente, amarrarlo para impedirle huir y convertirse a su vez en pasado”, escribía Lévi-Strauss.
Plural apareció hace 50 años. Los suscriptores de Excélsior recibieron aquel primer número junto con el diario. El tamaño tabloide y la ausencia de tapas le daban a la nueva revista un aire de fugacidad periodística (ese formato cambiaría en 1974). Comenzaba el gobierno de Luis Echeverría. El 10 de junio un grupo paramilitar había reprimido la manifestación estudiantil. El país oscilaba entre el miedo al autoritarismo y la ilusión en la apertura democrática. Julio Scherer, director de Excélsior, le propuso a Octavio Paz que dirigiera un semanario en esa casa editorial. El poeta prefirió hacer una revista mensual de carácter cultural.
Llamarle Plural en aquellas circunstancias era una definición intelectual y política. En aquel primer número Gastón García Cantú analizó muy críticamente las propuestas de reforma social de la iglesia católica y Elena Poniatowska recabó testimonios en el festival de rock en Avándaro. Había un ensayo de Ramón Xirau sobre José Lezama Lima. Otro, de Henri Michaux sobre la caligrafía —y así, la poesía— de los ideogramas chinos. Harold Rosenberg escribió sobre “Arte y objeto” y Luis Cardoza y Aragón acerca de la pintura de Günther Gerzo (“lo veo como el geómetra que adelanta un poliedro cada vez más polifacético, aspirando a la imposible dimensión infinita y perfecta de la esfera”).
Las ocho páginas centrales, en papel verde, eran un suplemento con una selección de El libro del ocio, escrito alrededor de 1330 por Kenko, poeta y monje budista japonés. Esos textos fueron traducidos, presentados y anotados por Kazuya Sakai que además tuvo a su cargo, con Vicente Rojo, el diseño gráfico de la revista.
Seis de las 40 páginas de aquella edición recogían la transcripción de una mesa redonda, realizada en septiembre anterior en el Colegio Nacional, sobre la modernidad de la literatura latinoamericana. Participaron Carlos Fuentes, Juan García Ponce, Marco Antonio Montes de Oca, Gustavo Sáinz y Octavio Paz. Si se hubiera escrito de aquella mesa un resumen para Twitter se habría dicho que, para Paz, la edad moderna y su literatura se contraponían con el arquetipo cristiano del tiempo limitado, que termina el día del Juicio Final. Fuentes recordó la diversidad de tradiciones que tiene América Latina y describió la circunstancia mexicana en dos dilemas: de Quetzalcóatl a Pepsicóatl, democratización o represión. Unas semanas más tarde se publicaría su libro Tiempo mexicano, que abundaba sobre tales disyuntivas.
En aquella mesa redonda García Ponce prefirió hablar de la capacidad de la poesía para nombrar al mundo y de la novela como espacio de libertad en la modernidad (el año anterior había aparecido El libro, en donde ese escritor novelizó la capacidad de un objeto para simbolizar una ausencia). Sáinz enumeró signos de modernidad de aquella época: los Beatles, Vietnam, los astronautas, las grabadoras de pilas, la cultura de masas, la contracultura. Allí, dijo, ocurría el vuelco de la novela latinoamericana hacia el lenguaje. Él mismo había publicado, a comienzos de 1970, Obsesivos días circulares. Montes de Oca sostuvo que la literatura es invocación (en el poema) y evocación (en la novela) y gracias a tales recursos “se hace posible cambiar la vida por la palabra y la palabra por la vida”.
Después de una segunda ronda, Paz concluyó: “Es el tiempo del salvaje, el negro, el chicano, el loco, el niño, el enamorado, la mujer, el homosexual, el perseguido —el tiempo del hombre torturado por la máquina social. Ese tiempo está entre nosotros y el poeta y el novelista deben nombrarlo…Vivimos una inmensa revuelta histórica al cabo de la cual, estoy seguro, descubriremos nuestro futuro y recobraremos nuestro pasado”.
Paz advertía la centralidad que adquirirían los movimientos por los derechos de grupos y minorías, la desazón de la gente ante un progreso que devendría improductivo —como diría Gabriel Zaid— y la inacabable tensión entre tradición y novedad en América Latina. Medio siglo después, asistimos a la renovada perplejidad ante un pasado insoslayable que muchos se niegan a reconocer como fuente de diversidad.
Aquella época de Plural llegó hasta el número 58, en julio de 1976. Cuando Scherer fue destituido en Excélsior debido al conflicto en el diario, Paz y todos sus colaboradores dejaron la revista. En diciembre de 1976 regresaron con Vuelta, antecedente de la actual Letras Libres. En la primera edición de Vuelta, Paz escribió: “Desde que apareció el primer número de Plural se nos acusó de ‘elitistas’ y de publicar textos incomprensibles. No era extraña la acusación: los populistas tienen una idea más bien baja de la inteligencia y la sensibilidad de la gente. En el fondo del populismo hay un gran e inconfesado desprecio por el pueblo”.
En el número inicial de Plural un poema del argentino Roberto Juarroz se preguntaba: “Dónde está lo que era como el mundo? / ¿Se fugó de la frase / o lo borramos?”. En vez de aferrarnos al presente, como decía Lévi-Strauss, la memoria registrada en Plural nos ayuda a amarrar al pasado para que no se fugue, o no del todo, junto con lecturas, quimeras y desencantos del reciente medio siglo.