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El debate público

Aquella copa de whisky es el salario diario del mesero que nos atendía

Ricardo Becerra

La Crónica

04/10/2015

No están ustedes para saberlo pero vivo en la delegación Benito Juárez. Andando a pie encuentro escuelas, tiendas —pequeñas y grandes— restaurantes de lo más variado, tintorerías, cines, spas… casi de todo (falta un buen bar, ¡ay!). Desde mi calle, a la vista, sobresale el negro y enorme World Trade Center, boyante de su economía propia, local, que emplea a más de 5 mil personas todos los días en una sola cuadra.
Mi experiencia diaria coincide con los datos de Naciones Unidas y su Índice de Desarrollo Humano: mi delegación es la de más alto desarrollo humano en México (ya saben, IDH está compuesto de ingreso digno, esperanza de vida saludable y alta escolaridad: 0.830, récord nacional). En la visión de The Economist o de los consultores del McKinsey Global Institute, soy un ejemplo primermundista que habita en uno de “los dos Méxicos”.
Y no obstante, todos los días, al bajar de mi departamento aparecen por doquier los espectros y las caras del “otro México”, ese que arrastra, se aferra y —se supone— no deja despegar al primero (A tale of two Mexicos: Growth and prosperity in a two-speed economy).
La hipótesis no cuadra.
Desmañanado pero amable, entrega mi periódico el conserje, cuya dura jornada laboral es la de 24 por 24 y cuyo sueldo en una empresa formal de seguridad, asciende a dos mil 600 pesos mensuales.
Unos pasos adelante del zaguán, diviso a Don Mike y su pareja, desde las 6:30 a.m., dos “franeleros” que ya no cobran por ubicar un lugar de estacionamiento (sí, mi calle tiene parquímetro) pero que siguen asistiendo a conductores, lavando coches, apurando la circulación y esperando su propina. Ambos completaron la secundaria, leen a Paulo Coelho y ganan 100 pesos diarios, aunque no están adscritos al IMSS.
Ojo: no estoy hablando de ningún municipio perdido en el sur, sino de la delegación con el mayor índice educativo (0.965) y con el mayor índice de ingresos (0.875), los más altos a nivel nacional.
A treinta pasos se erigen dos puestos informales siempre repletos de clientela. Allí se ofrecen tortas de chilaquiles, atole, pan dulce y, alternativamente, quesadillas, café, refrescos. ¿Y quienes protagonizan la ingesta de tanto carbohidrato sobre la avenida Insurgentes, adoquinada, junto a un exclusivo Gym y a una cuadra del Polyforum Cultural Siqueiros? Pues los franeleros, los conserjes, las multitudes de albañiles que construyen los muchos desarrollos inmobiliarios de la zona y, sobre todo, los miles de oficinistas que trabajan en la economía local, formal, pero cuyos sueldos no les permiten acceder ni siquiera a las fondas de comida rápida, por no hablar de los rumbosos restaurantes de la zona, plagados de ejecutivos con corbatas caras, quienes en la mitología de los “dos Méxicos” —me imagino— forman parte del consumo moderno y del viaje exitoso hacia el mercado global.
El espejismo lo provoca la desigualdad. En realidad es una sola economía intrincada e imbricada hasta el tuétano, pero cuyos mecanismos de distribución del ingreso han sido atrofiados. La informalidad no es falta de modernidad ni falta de voluntad de trabajo. En muchas ocasiones es la oferta natural que emerge del propio mercado para proveer de un servicio low cost a quienes apenas pueden pagarlo.
Dicho en una nuez: sueldos tan bajos condenan a un consumo por lo bajo (parados y en la esquina) y un consumo así de débil no permite expandir a los negocios formales ni a la economía legal.
Además, ingresos con diferencias tan abismales —muy bajos o muy altos— contribuyen también a la alucinación de los “Dos Méxicos”. Ayer mismo, un buen amigo mío no podía creer que su copa de whisky equivale al salario diario del mesero que nos atendía (y no estábamos en ningún restaurant de moda).
Para mayor desgracia, hasta el presidente Peña también ve “Dos Méxicos” e incluso, los formalizó jurídicamente en su reciente ley de zonas económicas: uno está allá en el sur, el otro corre a velocidad, del bajío hacia el norte.
No es mi impresión. Como digo: igual que en San Quintín, en Tuxtla Gutiérrez, en Monterrey, cada mañana en la delegación Benito Juárez danzan ante mis narices todos los elementos del otro México, mal pagado, mal visto, poco productivo, informal.
Pero no son dos Méxicos, es que uno depende y ha mal crecido con y a costa del otro porque en mala hora, renunciamos a la más mínima noción de redistribución del ingreso, reparto y solidaridad.