Roberto Escudero
Es mentira que falten las palabras para recordar a un gran amigo que se nos ha ido para siempre. Al contrario, en el caso de Carlos, las palabras son muchas, tantas como las facetas que lo constituían: su memoria prodigiosa, su generosidad, su de veras aguda inteligencia, ahora mismo, mientras escribo estas líneas, me asaltó el recuerdo de su sonrisa, abiertamente amistosa, pero hay más: su capacidad para poner orden en una charla de varios amigos que ya se perfilaba caótica, es decir, una lógica implacable, la de Carlos, presidía no sólo sus conceptos sino el engarce de todos los que confluían en la charla.
Pero hay más: su preocupación genuina por entender los males físicos y metafísicos que aquejaban a todos ¡El, que ya estaba aquejado de la terrible enfermedad que acabaría por derrumbarlo! no sin antes enfrentarla con valor y entereza. Es más, nunca hablaba de ella, como si nos fuera a hechar una carga demasiado pesada a sus amigos. Otra imagen de estos momentos, no importa que se deshilvane el texto, cuando quería ordenar las cosas, invariablemente, al menos en mi recuerdo, decía sencillamente: ¡A ver! caían los cantos de sus manos sobre la mesa y recapitulaba, siempre desde un principio, hasta que al final aparecía el razonamiento contundente y nítido.
Personalmente, y como no soy economista, yo prefería que la charla se deslizara hacía el cine, o hacia la literatura, o hacia el simple chisme, que en labios de Carlos Enriquez nunca fue ni por asomo, de mala leche, lo consideraba como otro favor de la conversación. Era un hombre bueno que sabía mucho y de muchas cosas, pero ni siquiera el cultivo de sí mismo, lo que se llama cultura, basta para identificar bien a bien su personalidad (ahora y aquí, recuerdo la definición de personalidad de Francis Scott Fitzgerald: una serie de hechos invariablemente afortunados), había algo más, esto era su “circunstancia secreta” en el sentido preciso en el que habla de ella nuestro gran José Lezama Lima “No era solamente que poseyera cultura, sino que los que lo rodeaban llegaban a percibir que todo lo que recordaba formaba parte de una melodía que enlazaba a la persona con su circunstancia secreta”