Ricardo Raphael
*Periòdico El Universal 20/10/2008
Para que la cuña apriete debe ser del mismo palo. Si Andrés Manuel López Obrador hubiera acusado a los empresarios mexicanos de estar especulando contra el peso, los líderes del Consejo Coordinador Empresarial no habrían sentido ni cosquillas.
Estos señores enfurecieron porque fue un aliado suyo quien lanzó el hiriente regaño. Rápidamente se defendieron los aludidos calificando como “inaceptable responsabilizar al sector empresarial de prácticas especulativas”.
Primero que nada, honor a quien honor merece: Hacienda y Banco de México lograron combatir el primero de los ataques especulativos que el peso mexicano va a experimentar durante este largo periodo de crisis económica mundial.
Sin embargo, con sus declaraciones, Agustín Carstens perdió en esta ronda la amabilidad que hasta ahora había sostenido en su interlocución hacia los dueños del gran capital mexicano.
¿Se equivocó Carstens al decir que algunos (cabe subrayar el vocablo algunos) empresarios mexicanos habían realizado operaciones especulativas en contra de nuestra moneda?
Descarto de entrada que la afirmación de Carstens haya provenido de un exabrupto irreflexivo. No hay funcionario en el gabinete que se esmere más por cuidar cada uno de sus gestos y palabras.
También desestimo la especie que asegura una desconexión entre el presidente Felipe Calderón y su secretario de Hacienda. El jefe del Ejecutivo se ha encargado, en público y en privado, de respaldar a Carstens en todos sus movimientos.
El responsable de las finanzas públicas habrá supuesto —con la información que poseía en el momento— que era necesario elevarle los costos económicos y los políticos a especuladores.
Acertada o erróneamente calculó que la compra de divisas con el dinero proveniente de las reservas de Banco de México podría no ser suficiente para frenar el embate.
Supo a tiempo que no eran empresas extranjeras las que estaban apostando en contra de nuestra moneda, sino los capitales nacionales. Y este dato no jugó un papel menor. Si los tenedores internacionales del peso se sumaban a la ola especulativa iniciada por los nacionales, ¿quién detendría luego la euforia irracional?
El viernes 11 de octubre, cuando el Banco de México salió a vender dólares, hubo quienes no quisieron pagar por esa moneda más de nueve pesos. Esta fue la razón por la que BM invirtió en la primera jornada de rescate sólo 2 mil 500 millones de dólares. Ahí se presentó el primer aviso de una evidente intentona de especulación.
Decepcionadas por no haber podido hacer negocio, algunas tesorerías de empresas jugaron la carta inversa: se pusieron desaforadamente a comprar dólares llevando la tasa cambiaria a un valor superior a los 14 pesos.
Tienen razón los defensores de la especulación cuando advierten que no es ilegal jugar con las monedas (aun si nos encontramos en tiempos de tanta incertidumbre económica). Sin embargo, esas mismas voces tendrían que reconocer que se trata de un acto muy irracional; sobre todo si el embate juega en contra del mercado donde se tiene depositada la gran mayoría de los activos propios.
En el corto plazo la prioridad número uno de la economía para enfrentar la crisis mundial es sostener la salud y la estabilidad macroeconómica. Muy en particular, hay que sostener la confianza que los mercados financieros han depositado durante los últimos años sobre el peso mexicano.
Para asegurar esta circunstancia se vale casi todo. Invertir las reservas de Banco de México y también ladrar, aunque se tengan pocas posibilidades de morder, cuando algunos quieran pasarse de listos. Lástima que Carstens haya hecho enojar a los capitales mexicanos. Con todo, aceptemos que peor se habría puesto la cosa si estos (algunos) especuladores hubieran contagiado, con su nerviosismo y avaricia, a los capitales extranjeros.