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Ciro Murayama

(Ciudad de México, 1971) es economista por la UNAM y doctor en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad Autónoma de Madrid. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel 1, y cuenta con el PRIDE nivel “C” de la UNAM.

Es coautor, junto con el Dr. Lorenzo Córdova del Instituto de Investigaciones Jurídicas, de uno de los libros indispensables en la comprensión de los problemas relacionados al financiamiento del sistema político en México, titulado “Elecciones, dinero y corrupción. Pemexgate y Amigos de Fox”. En este campo ha publicado múltiples artículos en revistas especializadas en temas electorales y en las de divulgación de mayor relevancia en el país, tales como Voz y voto, Configuraciones, Nexos, Fepade Informa y Voices of México.

También ha participado en numerosos libros colectivos (como Reforma constitucional en materia electoral 2007 (2007); El poder de la transparencia. Nueve derrotas a la opacidad (2007); Elecciones inéditas 2006. La democracia a prueba (2006); Economía política de las transiciones democráticas: México-España (2005); México 2000. Alternancia y transición a la democracia (2001), y Las elecciones Federales de 1994 (1995)). Por su conocimiento en temas de dinero y política, el Dr. Murayama ha impartido docencia en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), en la Universidad Menéndez Pelayo en España, y es participante de múltiples cursos, diplomados y seminarios en universidades nacionales. Asimismo, es un experto convocado de manera frecuente por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y el Instituto Federal Electoral, así como por autoridades electorales de los estados, además de entidades académicas, ciudadanas y medios de comunicación impresos y electrónicos.

Un segundo campo al que el Dr. Murayama ha dedicado su trayectoria se refiere a la vinculación entre economía, empleo y educación. Es autor del libro “El financiamiento público a la educación superior en México” (ANUIES). En este tema, el Dr. Murayama es también coautor del libro “Economía del trabajo y política laboral” publicado por la editorial Pirámide, en Madrid.

En materia de educación y empleo, el Dr. Murayama, además de sus investigaciones, es profesor de las asignaturas “Economía del trabajo y política laboral” y “Economía de la educación” de la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Economía de la UNAM.

El tercer campo de investigación del Dr. Murayama se refiere a la globalización y el desarrollo. Es coeditor del libro El Estado ante la globalización. Políticas macroeconómicas. Migraciones y empleo, publicado el año anterior por Marcial Pons en Madrid. Asimismo ha publicado artículos en revistas científicas del extranjero como “El Estado para una globalización no excluyente”, en Documentos y Aportes en Administración Pública y Gestión Estatal, año 6, número 8, Santa Fe, Argentina (publicación incluida en el denominado “Núcleo Básico de Revistas Científicas Argentinas de excelencia”). Las investigaciones y reflexiones en este campo han dado lugar a que el Dr. Murayama haya participado como autor de capítulos en libros como La globalización en México: opciones y contradicciones (coordinado por Rolando Cordera en 2006 y publicado por la UNAM) y Europa e Iberoamérica, dos escenarios de integración económica (coordinado por los doctores Santos Ruesga y Gerardo Fujii, publicado en España por la editorial Parteluz en 1998).

En materia de economía internacional y desarrollo, el Dr. Murayama es secretario técnico del Centro de Estudios Globales y de Alternativas para el Desarrollo de México (CEGADEMEX) de la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México, que coordina el profesor Rolando Cordera Campos. El Dr. Murayama imparte las materias de Economía Internacional y Estructura Económica Mundial Actual en la licenciatura de la Facultad de Economía de la UNAM.

Es editor de la revista Nexos y articulista semanal en La Crónica de hoy.

Es miembro de la Academia Mexicana de Economía Política, es miembro de la junta de gobierno del Instituto de Estudios para la Transición Democrática, e integrante del comité editorial del Instituto Federal de Acceso a la Información Pública (IFAI).

Premio Jóvenes UNAM

(Ver Gaceta UNAM  27/10/2008)

*Universidad Nacional, democracia y desarrollo.

Ciro Murayama Rendón

Dr. José Narro Robles, rector de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Distinguidos académicos ganadores del Premio Universidad Nacional.

Colegas galardonados con el “Reconocimiento Distinción Universidad Nacional para Jóvenes Académicos” 2008.

Honorables miembros de la Junta de Gobierno de la UNAM.

Apreciados maestros e investigadores Eméritos.

Universitarios todos.

Gracias es la primera palabra que uno debe pronunciar en esta ocasión, a nombre propio y al de los destacados universitarios que reciben el Reconocimiento Distinción Universidad Nacional para Jóvenes Académicos. Gracias a los profesores que nos enseñaron y acercaron al conocimiento a través de su experiencia y entrega; gracias a la Universidad que ahora nos acoge como sus trabajadores académicos, dándonos un espacio privilegiado para la docencia y la investigación, y nos otorga la posibilidad, que es a la vez una delicada responsabilidad, de contribuir a formar a las nuevas generaciones. Gracias, por supuesto, al jurado del Premio Universidad Nacional que, entre las de otros valiosos profesores e investigadores, apreció nuestra labor y nos estimula a proseguir con renovado empeño la carrera académica en esta noble institución.

Recibimos esta distinción en un año emblemático: hace 40 años los universitarios –los jóvenes estudiantes, pero también notables académicos, trabajadores y aun memorables autoridades-, fueron protagonistas del movimiento estudiantil de 1968, del cual emergió sin cortapisas el reclamo democratizador en nuestro país. Se trataba de ampliar las libertades y de ajustar el cartabón de la legalidad y del ejercicio del gobierno a la pluralidad. Pero aquellas jornadas de expresión de ciudadanía también fueron un hasta aquí alegre al autoritarismo en el hogar, una reivindicación práctica y festiva de la igualdad entre mujeres y hombres, un ejercicio de ampliación de los derechos para elegir entre distintas opciones, bien para acercarse a nuevas expresiones culturales, musicales, o para vivir la sexualidad. La Universidad, desde entonces, también se benefició de nuevos enfoques científicos y filosóficos, de nuevas corrientes del pensamiento. El 68 fue una contestación cívica contra la pretendida uniformidad y unanimidad que acompañan a los formatos de vida autoritarios.

Del gobierno se obtuvo una respuesta tan irracional como criminal. Gracias a la persistencia de voces críticas y libres que se mantuvieron en las universidades pero que pronto las trascendieron, aquel 2 de octubre de 1968 es recordado, desde hace años ya, como un acto de terrorismo de Estado, inaceptable, condenable y que jamás puede volver a ocurrir.

Junto con la contribución a esa derrota cultural y política del autoritarismo extremo, hoy los universitarios nos podemos reconocer en un México con mayores libertades, con un sistema de partidos políticos plural y competitivo, con real equilibrio entre poderes, con una prensa libre e incisiva, con una opinión pública atenta y crítica, pero también en un México cargado de desafíos.

Creo no equivocarme si afirmo que el sistema político nos deja insatisfechos, en buena medida porque parte de los problemas más hondos de la nación permanecen intocados: la extrema desigualdad, la pobreza masiva, la degradación ambiental, el espacio para el abuso contra el débil, la inseguridad económica y, ahora, la inseguridad física. Pero la insatisfacción en la democracia no puede volverse insatisfacción con la democracia. Precisamente por ello tenemos por delante la tarea de consolidar a la germinal democracia mexicana. Consolidar la deliberación abierta, la disputa pacífica, el cauce institucional y representativo para procesar las diferencias y contradicciones consustanciales a una sociedad masiva, compleja y diversa como la nuestra. La Universidad puede nutrir la requerida consolidación democrática creando un contexto de exigencia ético y laico a un debate público riguroso e informado, al desempeño de los poderes, preservando la autonomía de la institución frente a los gobiernos en turno y los proyectos de las partes. Los universitarios somos libres de optar como ciudadanos y, a la vez, podemos ser refractarios al discurso antipolítico que pretende volver un lugar común que son innecesarias y hasta contraproducentes instituciones como el Congreso o los partidos políticos, como si pudiera haber democracia representativa sin parlamentos, sin partidos políticos e incluso sin políticos.

En los días que corren, el mundo asiste a la recesión económica más severa desde la Gran Depresión de 1929. Esta vez, la crisis tuvo su epicentro en la mayor economía del orbe, los Estados Unidos, y es producto de la sobredesregulación hacia los mercados financieros que permitió una espiral de especulación, ganancia rápida, opacidad y quiebra económica, con alcances aún imprevisibles sobre la economía real, sobre las empresas y las familias. Fue la ausencia de Estado, la abdicación política para velar por el interés público, lo que nos condujo a esta ola de destrucción de empleo y contracción productiva a escala planetaria.

Desde la tradición de comprensión de las relaciones sociales y de compromiso con el desarrollo, que ha caracterizado a las ciencias sociales de nuestra Universidad Nacional, podemos decir que el “pensamiento único” ha llegado a su fin. Es preciso recobrar y ensayar las políticas, los arreglos institucionales y las energías colectivas a favor del desarrollo y el bienestar de la población, ya no como un mero residuo de la acción del mercado. Es la hora de la recuperación de lo público y del Estado, mas no del Estado que todo lo hace o quiere hacer, sino de un Estado articulador y, en nuestro caso, con adjetivos que son sustantivos: democrático, constitucional y social, es decir, con legitimidad de origen, respetuoso de las garantías individuales, de la división de poderes y comprometido explícitamente con la calidad de vida de las mayorías.

Si ninguno de los grandes problemas nacionales o de nuestra época le son ajenos a la Universidad, como bien lo refleja el amplio abanico de disciplinas y ciencias en las que los hoy galardonados han hecho aportaciones significativas, habrá que reconocer que hay asuntos ante los que como comunidad no podemos ser indiferentes. Sobresale, en primer lugar, la catástrofe de la educación básica. Todos los diagnósticos sobre la materia revelan que las destrezas, conocimientos y habilidades primordiales a los que debe tener derecho cada ser humano, y que nuestra Constitución consagra, están apenas al alcance de la tercera parte de los educandos de los ciclos básicos. La escuela no está cumpliendo su misión como generadora de oportunidades, como mecanismo de creación de ciudadanía y como antídoto contra la ignorancia y las desigualdades de origen.

La UNAM podría aportar a un auténtico debate nacional sobre el tema. Hace unas semanas, nuestra Universidad dio un ejemplo al convocar y auspiciar, con la sabiduría de sus expertos en diferentes áreas del conocimiento, al debate universitario sobre la reforma energética que, junto con otros esfuerzos, coadyuvó a que el Congreso adoptara una reforma legal que mantiene a la industria petrolera en manos de la nación y abre nuevas posibilidades de inversión e innovación productiva.

El desarrollo al que puede contribuir esta universidad pública tiene que hacerse cargo del lastre de mayor calado en nuestra historia: la desigualdad, que nos caracteriza aun antes de nuestro surgimiento como nación independiente. Se trata de un reto formidable, en primer lugar intelectual, para subrayar que no hay futuro compartido sin cohesión social. De ese reconocimiento, hay que volver a lo público: México es el país de la OCDE con menor nivel de recaudación fiscal, por tanto, con menor nivel de solidaridad entre sus habitantes y con mayor debilidad estatal.

Ahora que hemos trascendido la época del llamado “consenso de Washington”, la era de la preeminencia del éxito individual sobre el bienestar colectivo, es imperativo explorar un nuevo modelo de desarrollo que se haga cargo de manera ambiciosa de la necesidad de generar riqueza y con ello empleo productivo, de redistribuir los frutos de la economía, pero sin dejar de considerar como una variable clave la preservación de los ecosistemas, de proteger el rico capital natural que aún poseemos como nación y que compartimos con el resto de los habitantes del planeta. De las aulas y laboratorios de esta Universidad han surgido generaciones de científicos que han permitido conocer la vasta diversidad medioambiental con que contamos, también los excesos que se han cometido hacia ella, y sin duda la UNAM estará en el centro de las reflexiones y propuestas para un desarrollo incluyente en lo social y respetuoso con la naturaleza.

Estamos viviendo una fase de la transición demográfica en la que, a unas décadas vista, crecerá el número de personas de la tercera edad que requerirán atención y servicios médicos que desde ahora no estamos generando. El rápido viaje de un país de jóvenes a uno de viejos pobres ya empezó. Por ello es prioritario discutir de qué manera se pueden construir auténticos sistemas de seguridad social de cobertura universal.

En todos los que podríamos denominar los temas vertebrales de la vida de México –de la educación básica a la edificación de una más amplia plataforma científica y tecnológica propia, de los retos energéticos a la soberanía alimentaria, de las formas de vinculación con el mundo a la preservación del patrimonio cultural y natural, de la expansión de los derechos individuales al rediseño institucional para la inclusión social-, es indispensable la contribución de los científicos, humanistas, artistas y maestros universitarios: su conocimiento riguroso, su sensibilidad, su inteligencia labrada en la dedicación al trabajo, abundantes en nuestra comunidad, son una reserva imprescindible para la construcción de cualquier escenario deseable para el México del siglo XXI.

La UNAM tiene sus particulares retos que debe atender con todas sus capacidades. Doy sólo un ejemplo para no extenderme: experimentamos nuestra propia transición demográfica y en los próximos lustros se dará la mayor renovación del personal académico que haya registrado la institución.

Vivimos pues, como mexicanos, una época de amplios desafíos. Como universitarios, tenemos el deber de contribuir a la búsqueda de las oportunidades para esta nación que con nosotros ha sido generosa. El reconocimiento distinción para jóvenes académicos que hoy recibimos, más que un corte de caja con lo hasta ahora hecho, es un recordatorio de lo que nos queda por hacer.

Muchas gracias.

*Intervención en la ceremonia de entrega del Premio Universidad Nacional y Reconocimiento Distinción Universidad Nacional para Jóvenes Académicos 2008, el 11 de noviembre en Ciudad Universitaria.

Peso fuerte, economía fuerte?

Ciro Murayama
La Crónica de Hoy, 15/10/2010

En la memoria colectiva las devaluaciones de nuestra moneda suelen tener reminiscencias de pesadillas: la caída en el valor del peso se tradujo en episodios inflacionarios que terminaron por afectar el poder de compra de los salarios y los ingresos, en pérdida de ahorros. Devaluación es un vocablo que despierta pánico.

Pero una cosa es que las devaluaciones abruptas del peso hayan tenido consecuencias indeseables en determinados contextos y momentos económicos, y otra distinta es que per se un peso fuerte o sobrevaluado sea portador de buenas nuevas, o no al menos para la mayoría de la población y del tejido productivo nacional. Para hacer una metáfora: el miedo a las inundaciones no nos puede hacer ahorar la sequía.

Cuál es el problema con un peso fuerte? Que entorpece las exportaciones y favorece las importaciones, que nos hace una economía con problemas para vender sus productos en el exterior y, en cambio, abarata la compra de productos extranjeros afectando a nuestros productores nacionales. Es decir, un peso fuerte debe leerse de manera distinta desde el punto de vista del consumidor y del productor: si uno es consumidor de bienes importados, deseará un peso fuerte, pues menos pesos alcanzan para comprar más cosas en dólares. (A los turistas mexicanos que van a Houston les beneficia un peso que se aprecia y les abarata el shopping). En cambio, si uno es un productor mexicano de bienes industriales, por ejemplo de calzado, que suba el peso hace que se encarezcan los zapatos que se quiere vender en el exterior, que pierdan competitividad frente a los hechos en otros países y que, adicionalmente, en México también se obtenga una desventaja sobre los zapatos importados que, por la mera operación cambiaria, se abaratan cuando sube el peso.

Nuestro país está viviendo en los últimos meses un problema con su moneda, pero distinto al que suele generar temores, y es el de la sobrevaluación.

El pasado miércoles, nuestra moneda ganó casi medio punto porcentual (0.49%) frente al dólar estadounidense y acumula una apreciación de 2% sólo en una semana. Si se toman los datos de la cotización peso-dólar que publica el Banco de México, se puede comprobar que el peso es más fuerte en cinco por ciento respecto al mes pasado, que vale 10% más que en abril de 2009 y más de 20% por arriba de lo que llegó a cotizar en marzo del aho pasado. Esto quiere decir que los productos mexicanos en el exterior tienen un sobreprecio del 20% frente a lo que costaban en marzo de 2009 y que, en cambio, los productos extranjeros sean ahora un 20% más barato en nuestro territorio.

Si nuestro problema es de crecimiento y de empleo, sólo a través de aumentar la demanda hacia nuestros productos, tanto en México como en el extranjero, se podrán generar más ventas y planes de inversión, así como más puestos de trabajo. Uno de los instrumentos para promover el crecimiento se ubica en la política monetaria y, en especial, en el tipo de cambio. El instrumento, viejo y conocido en el mundo entero, consiste en las devaluaciones competitivas: si deprecias tu moneda, incrementas tus ventas en el exterior y aminoras tus importaciones, así tu ingreso no se traslada al exterior sino que beneficia a los productores y trabajadores locales.

Estas semanas la prensa internacional se ocupa de la guerra de divisas, título que hace alusión a las estrategias de importantes países “Estados Unidos y Japón, por ejemplo- para impulsar su crecimiento a través de la depreciación de sus monedas. Un reclamo generalizado a China, en este terreno, es que ha mantenido artificialmente baja su moneda, con lo cual sus productos conquistan mercados en todo el orbe afectando al resto de las naciones. La carrera es por tener monedas depreciadas que hagan competitivas a las economías en estos tiempos de crecimiento inestable y bajo.

En México vamos en sentido contrario. Las autoridades económicas están desplegando una política que, deliberadamente, aumenta el valor del peso. La estrategia de acumulación de reservas en el Banco Central, y el diferencial de tipos de interés respecto a los Estados Unidos estimulan la sobrevaluación de la moneda. De acuerdo a una nota de El Universal (14-10-10) el tipo de cambio peso-dólar siguió fortaleciéndose en las operaciones ayer, debido a la continua entrada de flujos externos al mercado mexicano, derivados básicamente del ánimo que existe entre los inversionistas por la perspectiva de que la Reserva Federal (Fed) bajará más la tasa de interés de referencia en los próximos meses del aho. Es decir, mientras los Estados Unidos siguen una política expansiva de su producción, nosotros hacemos lo contrario con una política de promoción de las importaciones. Ello, a pesar de que ha aumentado nuestro déficit comercial por el bajo dinamismo exportador.

A qué se debe esta singular estrategia de las autoridades monetarias mexicanas? Una respuesta puede encontrarse en el hecho de que nuestra banca central, a diferencia de la Reserva Federal, no tiene el mandato legal de velar por el crecimiento económico y el empleo a la vez que de cuidar los riesgos inflacionarios, sino sólo esto último, lo que daría lugar a la política vigente de sobrevaluación del peso. Pero se puede aventurar otra respuesta, basada en un hecho duro: el jueves la bolsa mexicana de valores alcanzó su máximo histórico. Es decir, la política del sobrevaluación está produciendo ganadores, con dividendos constantes y sonantes en magnitudes considerables. Eso sí, los ganadores están en el sector financiero, no en la producción ni en el empleo.