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El debate público

¿Cómo desandamos el camino?

María Marván Laborde

Excélsior

15/12/2016

Decir que la guerra contra el narcotráfico ha sido un rotundo fracaso no es novedad. Hablar del nivel de violencia y crueldad al que hemos llegado como sociedad es una triste realidad a la que nos hemos acostumbrado. Mirar hacia atrás y constatar el reguero que han dejado diez años de una pésima estrategia es relativamente sencilla. La dificultad no está en el diagnóstico sino en reconstruir el futuro: ¿cómo miramos hacia delante?, ¿cómo bajamos los índices de violencia? ¿cómo nos reconciliamos los mexicanos con nosotros mismos?

El siglo XXI inició con la alternancia y los partidos políticos se adueñaron de la escena política. En 2006 Calderón declaró la guerra en contra del narcotráfico, a partir de entonces se justificó la participación del Ejército en tareas de seguridad pública. Se debería suplir la carencia de policías preparadas. Una década más tarde la debilidad institucional se ha agudizado; el cinismo de los gobernadores corruptos no ha servido para preparar policías. No tenemos autoridades civiles confiables. La procuración de justicia está quebrada.

La guerra contra el narcotráfico ha dejado 200 mil muertos y alrededor de 28 mil desaparecidos. Recordamos con horror cuando se inició la búsqueda de los 43 normalistas de Ayotzinapa, sólo pudieron encontrar parte de los restos mortales de uno de ellos, sin embargo se descubrieron más de 250 cadáveres en fosas clandestinas. Después… silencio… medios y autoridades dejaron de contar a quienes fueron apareciendo, hasta hoy no tenemos noticia de que uno solo de los cadáveres hubiese sido identificado.

No importa en qué aspecto de la vida nacional nos enfoquemos, todos dan cuenta de múltiples enfrentamientos. Muchas son las dimensiones del desencuentro y a todas ellas las cubre el exacerbamiento de la violencia. La crueldad ha crecido dentro y fuera de los ámbitos propios del narcotráfico. La delincuencia organizada no se circunscribe a la producción y distribución de drogas, incluye el secuestro, el lavado de dinero, la penetración de la política.

Es particularmente alarmante el ataque a la senadora Ana Gabriela Guevara por ser otro síntoma más. La irracionalidad hecha furia, la furia convertida en agresión, la agresión en miseria humana. Aparentemente los atacantes no sabían quién era su víctima. No la atacaron por ser senadora ni por haber sido deportista. ¿La agredieron por ser motociclista? ¿Por ser mujer? Probablemente la atacaron porque sí, porque pensaron que nadie los perseguiría a pesar de haber dejado a una mujer tirada a la mitad de la carretera. ¡Es escalofriante!

Hace más de un siglo Durkheim, padre fundador de la sociología, desarrolló el concepto de anomia para describir un estado social en el que no existen normas, o en la que las leyes existentes dejaron de funcionar, se quebraron las estructuras sociales, no hay incentivos mínimos para la cooperación, carecemos de agentes de cohesión.

En 1995 Saramago escribió Ensayo sobre la Ceguera, una ciudad ficticia es atacada por una pandemia que va volviendo ciegos a los habitantes, de pronto las normas carecen de sentido. Se apodera de la sociedad el abuso irrefrenable, el pillaje se convierte en sobreviencia y la crueldad se justifica como parte de la nueva normalidad. Ni siquiera hay referentes éticos. Repentinamente la ceguera desaparece y las cosas retoman su cauce, las reglas vuelven a tener sentido. Desgraciadamente México no puede esperar a que la magia de la literatura nos saque de la grave situación en la que estamos.

El general secretario advierte que quiere regresar a su gente a los cuarteles: ¿cómo iniciar la retirada sin dejar vacíos de poder?, ¿cómo desatamos el proceso de pacificación? A pesar de los muchos recursos públicos gastados en capacitación policiaca, no tenemos cuerpos preparados para asumir la responsabilidad de la seguridad pública. No es muy difícil saber a dónde necesitamos llegar, por eso es más frustrante la falta de claridad en las acciones a tomar para conseguirlo. Necesitamos recorrer un camino que no ha sido construido, carecemos de planos, urgen nuevos acuerdos sociales, nadie sabe cómo propiciarlos. El reto es mayúsculo y el tiempo se agota.