José Woldenberg
Reforma
26/11/2015
Por unanimidad la Cámara de Diputados aprobó la «desindexación» del salario mínimo. Esa fea palabra significa que, de ahora en adelante, quedará desconectado de las múltiples derivaciones a las que se encontraba atado (tarifas, multas, financiamiento a los partidos y demás). Se trataba de un ancla que impedía la discusión del monto del salario mínimo en sus propios méritos, porque la sombra de lo que desencadenaría su incremento sustantivose convirtió en un auténtico dique.
La Cámara de Diputados se sumó a lo que ya había votado la de senadores y por tratarse de una reforma constitucional, es necesario que los congresos locales pongan manos a la obra, de tal suerte que en diciembre, cuando vuelve a reunirse la Comisión Nacional de Salarios Mínimos(CONASAMI), el espantajo real de los efectos desencadenadores esté removido y bien enterrado. No veo obstáculo político alguno para que la reforma pueda consumarse en breve plazo (todas las fuerzas políticas del país han dado su voto aprobatorio), peroes de temerse la eventual parsimonia o negligencia de los legislativos estatales, que pueden dejar inconclusa -flotando en el aire- la estratégica reforma.
Se trata, sin embargo, apenas del primer episodio de una larga y compleja obra cuyo título debería ser «la recuperación del salario y el abatimiento de la pobreza y la desigualdad en México». Una obra necesaria y posible que reclama el concurso de la política y el involucramiento de la sociedad (bueno, de franjas relevantes de la misma). Porque no será la indiferencia ni las mágicas artes del mercado las que se hagancargo del asunto.
El segundo acto será lo que haga o deje de hacer la CONASAMI. Se trata de un episodio fundamental porque en él se discutirá y aprobará lo que puede ser un eslabón en la recuperación del salario o, en el otro extremo, un nuevo capítulo gobernado por la inercia, por un uso y costumbre que ha petrificado el salario mínimo como pieza maestra en el control de la inflación. Sea lo que sea, el segundo acto tampoco será el final de la película y deberán encadenarse otros capítulos para arribar a un puerto satisfactorio, pero creo que laCONASAMI, en su nueva ronda de deliberación, está obligada a tomar en cuenta por lo menos las siguientes 3 evidencias:
A) Comparado con los años finales de la década de los setenta el salario mínimo disminuyó, en términos reales, un 71 por ciento. Se trató primero de una caída en plomada y luego de su estabilización en niveles profundamente bajos. Esa condición afectó a millones de trabajadores que vieron reducirse, de manera considerable, sus capacidades adquisitivas.
B) Coneval ha informado que pese a todas las vicisitudes la pobreza por satisfactores se redujo… aunque sea en forma microscópica. Ello se debe a la ampliación de los servicios de salud, educación, seguridad social, etcétera. En otras palabras, la existencia de redes de servicios públicos en algo ha contribuido al combate a la miseria. No obstante, el eslabón más débil en esa causa son los famélicos salarios. En buena medida el incremento de dos millones de pobres entre 2012 a 2104 tiene su explicación en el insuficiente ingreso de las familias.
C) Otra vez, según Coneval, el salario mínimo por una jornada completa, que permitiría a un trabajador y a un miembro de su familia hacer tres comidas diarias, debería ser de 86.33 pesos al día. Y sin embargo, hoy el mínimo está fijado en 70.10 pesos en toda la República. Una diferencia de 16 pesos 23 centavos. Ello quiere decir, para quien no lo entienda o no lo quiera entender, que millones de mexicanos trabajan ocho horas diarias y ni así logran un ingreso para satisfacer sus necesidades alimentarias.
El tema del salario mínimo fue minusvaluado a lo largo de las décadas. Se dijo que era solo un referente, una unidad de medida. Pues no. Sabemos que millones de personas lo perciben y que, en efecto, es un referente que atrae hacia abajo las percepciones del conjunto de los trabajadores. Y que si como sociedad deseamos edificar una convivencia menos injusta es imprescindible atender esa dimensión. Como bien lo ha escrito Ricardo Becerra: «el salario mínimo no es un salario determinado por la ‘competitividad’ ni por la ‘productividad’…eso ocurre con otros muchos tipos de sueldos. El mínimo es otra cosa: es el valor que la sociedad le ofrece a quien viene de más abajo, al peor calificado, al menos preparado, pero que opta por un trabajo honesto para salir adelante. ¿Es o no un tema de nuestra civilización?».