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El debate público

Descansar del presente

José Woldenberg

Reforma

18/06/2015

En las Reflexiones del señor Z, ese hombre sereno, «que lleva las preocupaciones con aplomo», invita a vivir «con ciertas dosis de anacronismo…pues quien se abandona al espíritu de la época está perdido». «Ya tenemos suficiente con vernos condenados a la contemporaneidad», como para insistir de manera machacona en ella. Propone «descansar del presente» y asumir que «desfasado se vive de un modo más saludable». (H.M. Enzensberger. Anagrama. 2015).

Ojalá se pudiera. Pero «no hay peor lucha que la que no se hace». Las efemérides son una puerta eficiente para abandonar el presente. Por un momento dejamos en suspenso la cotidianeidad y nos transportamos al mundo de ayer. La fuga puede ser edificante, anodina o meramente juguetona, pero ese alejamiento del hoy, así sea por un momento, nos saca de la tensión habitual. Hay, claro, las grandes efemérides: 70 años del fin de la Segunda Guerra Mundial o 30 del restablecimiento del Parlamento y un gobierno electo en Uruguay luego de la dictadura cívico-militar. Digno es recordarlas. Pero hay otras: efemérides menores, insignificantes (dirían algunos), que sirven -y mucho- para descansar del presente. Algunos ejemplos…y que cada quien las multiplique a su gusto.

Calderón nos recordaba que hace 100 años el Gral. Obregón, en batalla, perdió su brazo. Y hace 80, el 17 de julio, se inauguró, en el rumbo de San Ángel, su Monumento, construido en el mismo lugar en el cual se encontraba el restaurante La Bombilla donde fue asesinado en 1928. Más allá de la fea y rotunda edificación, lo que llamaba la atención de los niños y los adultos era el brazo del expresidente exhibido en un frasco de formol. La mano cerrada en un puño, el color amarillento y un conjunto de tejidos, músculos y cartílagos, desbordándose por la parte inferior, trazaban una estampa indeleble del horror pueril. (Hace algunos años a alguien se le ocurrió retirar y enterrar el brazo. Creo que nadie lo extraña).

Hace 70 años, Francisco Gabilondo Soler, Cri Cri, compuso un clásico: «El comal le dijo a la olla:/ Oye olla, Oye, oye./ Si te has creído que yo soy recargadera,/ ¡búscate otro que te apoye!/ Y la olla se volvió hacia el primero:/ ¡Peladote!/ ¡Majadero!/». Una canción pegajosa y simpática, y para aquellos que se conmovieron con el libro Para leer al Pato Donald, también un canto sobre las dificultades de la colaboración, un recordatorio de que cada quien ve para su santo.

Hace 60 años se estrenó el programa Teatro fantástico de Enrique Alonso, Cachirulo. Una emisión «para los niños, los papás de los niños y los papás de los papás de los niños». Su canción emblema era al mismo tiempo un comercial: «Este es el trenecito del chocolate exprés, alegre y muy bonito y qué rápido es…». El mentado programa, donde un árbol era el bosque y el enemigo del héroe se llamaba Fanfarrón, duró en pantalla de manera ininterrumpida hasta 1969.

Hace 50, el 26 de octubre, la Reina Isabel II recibió en el Palacio de Buckingham a los Beatles para condecorarlos con la orden del Imperio Británico. Luego, ellos dirían que se echaron un pito de mota en los baños de tan rancio castillo. Los tiempos estaban cambiando. Ese mismo año pudimos ver en forma directa la pelea entre Vicente Saldívar y Howard Winstone, celebrada en Londres. Gracias a un satélite (novedad de entonces), la televisión comercial nos hizo el favor. Por cierto, ganó Saldívar.

Hace 40 años, el 21 de octubre, chocaron, como ahora, dos trenes del Metro. En aquel entonces fue en la estación Viaducto de la Línea 2 y sus consecuencias fueron fatales: 29 personas muertas y más de 50 lesionadas. Un recordatorio trágico. El Metro, que está cumpliendo 45 años, es referencia de efemérides celebratorias y otras fatales. (Como casi todo en la vida). Ese mismo año, pero en enero 24, Keith Jarrett dio su famoso concierto de piano en Colonia, Alemania. Eran los tiempos en que había dos.

Hace 30 años Michael Jackson, Lionel Richie, Tina Turner, Cyndi Lauper, Diana Ross, Ray Charles, Kenny Rogers, Paul Simon, Bob Dylan y muchos más grabaron la canción We are the world para recabar fondos y atender la hambruna en Etiopía. El productor y motor de la iniciativa fue Quincy Jones. Se vendieron centenas de miles de discos y solo los muertos no escucharon en aquel año esa canción.

Total, la propuesta de descansar del presente se ha cumplido durante unos pocos minutos. Y algo más que una ayuda de memoria fueron los muy gozables fascículos. Un año para recordar publicados por Algarabía.