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El debate público

Diálogo y ocurrencia: las lecciones básicas

Rolando Cordera Campos

El Financiero

24/11/2022

Más allá de los golpes de una crisis que se quiere superada por recurrente mandato, nuestra cotidianidad arroja una suma de debilidades y desequilibrios, de carencias y despilfarros que se difunden y confunden, agriando más, si se puede, los humores ciudadanos. Las crisis son varias y se cruzan, su amenaza no tan latente es que de esos cruces surjan intersecciones demoledoras del orden político y social existente y todavía resistente.

Confusiones, obsesiones y omisiones que nos señalan la urgencia de enfrentar al mismo tiempo los más evidentes rezagos de la evolución socioeconómica, al tiempo de empezar a rediseñar nuestro entramado institucional. Porque es en esa trama que se esconde en gran medida el corazón de nuestras tinieblas actuales.

Los desayunos del presidente con los hombres más ricos del país y del mundo pueden dar lugar a buenas digestiones y hasta profecías bondadosas sobre el futuro económico del país, pero eso no conforma ni podrá hacerlo la economía mixta que una formación social como la mexicana requiere.

Desde el púlpito mañanero, la columna o las otrora “benditas” redes sociales, el poder constituido convoca a seguir la marcha de una transformación poco definida en contenidos y estrategias que, al paso de los días, lo que revela es un desgaste mayor de los reflejos que le quedan al Estado, tras años de usos y abusos a cual más de abusivos y confusos.

Deshojar el calendario electoral se ha convertido en juego de salón preferido del gobierno y el resto de las fuerzas políticas, pero no es el rigor el que predomina en esos quehaceres. Priva la búsqueda de la ganancia rápida y de poder fácil, y brillan por su ausencia los discursos de fondo, iluminados por una toma de conciencia rigurosa y responsable sobre el presente y el porvenir mexicanos. El Presidente y su coalición insisten en que lo suyo es de transformación histórica, pero los diagnósticos, los datos y las cifras sobre la situación nacional no acompañan tal optimismo.

Mantener y redoblar el encono y la división social como divisas maestras del mensaje presidencial recoge una muy baja valoración del diálogo, precisamente de parte de quienes deberían ser los promotores principales del intercambio y la conversación política y económica. Es a ellos, los actuales ocupantes de Silla y Palacio a quienes corresponde tomar la iniciativa. Y no la toman.

No se trata de recomendar cursos intensivos del buen comer o tomar el té vespertino; más bien, lo que está frente a todos es la necesidad urgente de cambiar el tono de la retórica y de poner el intercambio respetuoso entre los actores de la política y la economía en un lugar central del escenario. La política es siempre conservación y lucha por el poder, pero para no perder su esencia civilizada estas luchas tienen que desplegarse mediante la palabra y el diálogo. Solo así puede la política democrática presumir de ser el piso para la convivencia crítica, de la cual depende el enriquecimiento de nuestros enfoques, convicciones y posiciones.

Al olvidar lo anterior, gobernantes y aspirantes se traicionan y traicionan principios universales. Los intercambios devienen regateos comerciales y oportunistas, (im)posturas vociferantes y huecas. Se va imponiendo un desprecio cupular que amenaza con cubrir y esconder los fondos de nuestro drama como sociedad.

La perenne desigualdad, el ya largo periodo de hibernación económica que tiene postrado al trabajo, y la cada vez más agresiva espiral de crimen y violencia, deberían ser vistas como la fuente de tareas fundamentales, del Estado y la sociedad, o, al menos, como ponencias urgentes para construir una efectiva coalición política y social comprometida con un mejor curso para nuestro desarrollo como divisa maestra. De esto y no de algoritmos que adivinen simpatías, deberíamos ocuparnos ya, por lo menos hasta que en el 24 confrontemos programas y propuestas de forma menos silvestre y destructiva.